Adiós al maestro, de Emilio Vara
En agosto de 1965 finalizó la trayectoria en verdiblanco de Andrés Bosch, el futbolista catalán que llegó al Betis en 1958 procedente del FC Barcelona con 27 años y que durante siete temporadas en el equipo bético dio un magnífico rendimiento.
Cuando Bosch llegó al Betis era un jugador de primer nivel plenamente consagrado con un bagaje de 8 temporadas en la primera plantilla azulgrana, con la que obtuvo títulos de Liga y Copa, Copa de Ferias y también integrante habitual de la selección española.
Su rendimiento en el Betis no estuvo a la zaga de su etapa anterior, y se convirtió en uno de los futbolistas de referencia del medio del campo verdiblanco durante todo el periodo.
Más de 200 partidos disputó Andrés Bosch con la elástica verdiblanca, dejando testimonio en todo momento de su entrega, calidad técnica y maestría. Desde luego no vino a pasearse y a vivir de rentas de su pasado glorioso, sino que fue en todo momento un ejemplo de superación, lealtad y dedicación.
Así lo reconoció en este artículo el periodista Emilio Vara en la edición vespertina del diario Sevilla del 6 de agosto de 1965.
Andrés Bosch ha dejado de pertenecer al Betis. El club le ha concedido la libertad, después de haberlo tenido en sus filas durante siete temporadas, y Bosch se ha marchado.
Se ha ido por la puerta grande. Con la satisfacción de haber cumplido siempre con su deber y de haber sido un ejemplo de perfecto profesional en el campo. En el campo y fuera de él en todo momento.
Andrés Bosch deja una huella muy grande en el Betis y qué duda cabe que su ausencia tendrá que sentirse durante varios años—sí, durante varios años—porque jugadores de su talla no abundan en el fútbol y es muy difícil volver a llenar en un equipo el vacío que origina una sola baja de la magnitud de la que aquí estamos comentando.
Recuerdo perfectamente cuando Andrés Bosch vino al Betis. Fue en la temporada 1958-59. Aquella era la primera temporada del Betis en su nueva etapa en la División de Honor. Ya en plena Liga de aquel año yo fui con el Betis a Barcelona y allí, en la Ciudad Condal, el domingo por la mañana, Antonio Barrios y Seguer me dijeron que les acompañara, que iban a ver a Andrés Bosch, que no estaba en muy buenas relaciones con Helenio Herrera, preparador entonces del club azulgrana, y existía la posibilidad de fichar a Bosch para el Betis.
Fuimos a la plaza de Calvo Sotelo y allí, efectivamente, estaba Bosch en un bar, esperando. Barrios y Seguer hablaron con él, mientras yo asistía silencioso a la interesante entrevista, con la promesa de no decir ni una palabra hasta que no se realizara la operación, y estas primeras gestiones iniciadas en Barcelona se continuaron después con éxito y el famoso jugador barcelonista vino al Betis.
Era evidente que Bosch llegaba al Betis un poco ya de vuelta del fútbol, cuando ya había dejado atrás su época de mejor medio de Europa—título que le habían dado en los tiempos de Daucik—y cuando tampoco era ya titular indiscutible en el Barcelona para Helenio Herrera.
Esta circunstancia hizo que algún que otro aficionado llegara a pensar que Andrés Bosch sería en el Betis un jugador más de nombre que de rendimiento efectivo. Pero los que así pensaron, se equivocaron de punta a punta, porque Andrés Bosch, con la camiseta del Betis puesta, siguiendo el camino que Barinaga y Sobrado marcaron años atrás, se superó de tal forma que rindió como en sus mejores tiempos, y empezó a dar lecciones de pundonor y maestría a todo el mundo. Y Bosch triunfó en el Betis. Triunfó plenamente, hasta ser el gran maestro que cabía esperar de un jugador de su clase, de su inteligencia y de su condición moral. Bosch vino al Betis dispuesto a demostrar que podía seguir siendo figura en el fútbol, y llegó además con el noble propósito de responder de acuerdo con su categoría y con sus posibilidades, y logró su objetivo porque desde el primer momento lo dio todo por su nuevo club, dejando bien sentado que poseía la suficiente dignidad profesional para no ser un futbolista que iba a vivir de la renta de su nombre.
Acoplado ya en el Betis, hecho al Betis, ¡cuántos triunfos personales le hemos visto conseguir a Bosch durante estos años que ha vestido la camiseta verdiblanca¡ Triunfos que pregonaron la gran valía de un jugador excepcional y que sirvieron para ofrecer muchas victorias al Betis, que era lo más importante. Todos tenemos que recordar los muchos partidos gloriosos que ha dado Bosch defendiendo los colores del Betis. Gloriosos por su maestría en el campo a la hora de mandar, dirigir y dominar el juego técnicamente, y por su gran comportamiento moral, entregándose totalmente a la lucha y animando a sus compañeros para que pelearan también con genio, siguiendo su ejemplo.
Sin ir muy lejos, ahí están, como actuaciones modelos suyas, esos dos partidos que jugó el año pasado en el Carranza, donde fue, para mí, la pieza clave, el cerebro, que supo ordenar y encauzar el enorme coraje de aquel Betis desmelenado para hacer que el esfuerzo del equipo se canalizara debidamente por el camino del triunfo. Y como en el Carranza, muchas otras tardes fue él también quien llevó al Betis a la victoria, con su inteligencia, con su maestría y con su entrega total.
Por eso, porque Andrés Bosch ha sido un jugador de una clase fuera de serie y un futbolista también ejemplar en cuanto a pundonor y a espíritu de lucha en el campo, es por lo que su marcha hemos de sentirla necesariamente y no cabe duda de que su recuerdo permanecerá imborrable en la memoria de los buenos aficionados.
Ignoro qué proyectos tendrá Bosch. No sé si seguirá jugando, que yo creo que aún puede hacerlo alguna que otra temporada más, o si colgará las botas para dedicarse a la tarea de entrenar o a sus negocios particulares. Pero, en cualquier caso, en esta hora de su marcha del Betis, vaya para él un abrazo muy fuerte con el deseo de que siga triunfando en la vida, que se lo merece.
Y no le digamos adiós realmente, sino hasta la vista, porque en Andrés Bosch no ha habido sólo un jugador de fútbol excepcional, sino que en él existe también un hombre extraordinario, un amigo de verdad, y a los grandes amigos los volvemos a encontrar siempre.