Alfonso, de Santiago Segurola
Si la primera temporada de Alfonso Pérez en el Betis, la campaña 1995-96 fue buena, la siguiente fue sin lugar a dudas la mejor de las 8 campañas en que vistió la camiseta verdiblanca. En ella obtuvo 25 goles en Liga, siendo el segundo máximo goleador de la Primera División, por detrás de un inalcanzable Ronaldo que hizo 34.
Fue además un asiduo en la selección absoluta, siendo convocado para 18 de los 21 encuentros que la selección disputó desde su llegada al Betis en 1995 hasta final del año 1997. Es aquí donde paramos el recuento, porque el artículo que hoy traemos se publicó en AS de la pluma del periodista deportivo Santiago Segurola en diciembre de 1997.
En él se resaltan las características de Alfonso y de su juego, que hacían de él un jugador único.
Conviene la figura de Alfonso porque muchas de sus artes están en vías de extinción o puestas en cuarentena por los entrenadores jomeinistas.
Hablamos del regate, por ejemplo. Los regateadores producen pánico entre los defensas, perplejidad en los espectadores y un evidente desprecio entre los técnicos, que no disfrutan con lo que quiere la gente. No les gustan los túneles, los sombreros, los taconazos, la parafernalia que una vez fue de dominio público y ahora está reservada a un pequeño grupo de mohicanos del fútbol.
Se equivocan los fundamentalistas de lo básico. En el lugar correcto y en el momento exacto, un regateador es un futbolista más temible. Claro que hay “gambeteadores” inservibles, pero eso tiene que ver con la cantidad de talento de cada cual. Alfonso pertenece a la especie de los jugadores que viven de su habilidad y que viven muy bien. Después de un periodo de indefinición, ha aprendido a tirar el engaño en los lugares apropiados.
Porque lo que define a Alfonso es su capacidad para el engaño. Es el futbolista que mejor hace lo que parece que no va a hacer. Si anuncia una cosa, hará indefectiblemente otra. Y lo mejor es que el engaño será doble por la condición binaria que tiene Alfonso. Sale del regate con la derecha y con la izquierda y nunca sabes de qué lado caerá la moneda. Como a esta cualidad ha añadido el instinto que le faltaba para el gol, nos encontramos con un futbolista de primera categoría, de los que alegran el ojo y hacen muy dura la vida de los futbolistas.
Fuente: Santiago Segurola en AS 5 de diciembre de 1997