Bonitos campos de hierba, de Jacinto Miquelarena
Jacinto Miquelarena fue una de las grandes plumas del periodismo deportivo anterior a la guerra civil. En este artículo aparecido en el diario deportivo bilbaíno Excelsius denuncia el estado en que se encontraban algunos campos de fútbol en relación con la ausencia de hierba.
Una de las premisas que había que cumplir desde 1927 era el que los partidos de fútbol de primera categoría debían de celebrarse sobre terrenos de hierba. Antes de esa norma la hierba estaba presente de forma permanente sólo en los terrenos norteños. En el resto la hierba era un aspecto bastante descuidado en unos casos, o totalmente ausente en otros por razones climáticas y económicas.
En este artículo se denuncia cómo la reglamentación existente no es controlada por los organismos federativos, que eran los encargados de velar y exigir su cumplimiento. Como se dice en el artículo lo mismo sucedía con el tope salarial que los clubs a través de la Federación habían establecido, y que ellos mismos se saltaban en su afán por atraer a los mejores jugadores, o por la prohibición expresa que entonces había para no jugar partidos durante los meses de julio y agosto, pero que, ante las cantidades irrisorias con que se castigaba por parte de la Federación, los clubs preferían pagar la multa y cobrar cantidades mucho mayores por prestarse a jugar partidos de exhibición en giras veraniegas.
Ayer mismo Luis Regueiro nos hablaba de un terreno de fútbol en el que ha jugado recientemente:
– El público vio que “aquello” tenía un poco de hierba “a ratos”. Lo que no vio igualmente fue los desniveles, y, sobre todo, la dureza de algunas zonas del campo y la blandura de otras. Cuando los pies creían que se habían familiarizado con todas la irregularidades, aparecían nuevas sorpresas. Cualquier cosa que se intentara moría en flor…
Todos los terrenos de fútbol, entre nosotros, deben ser de hierba. Se ha llegado a esta precisión reglamentaria. Pero la hierba es un balbuceo casi siempre en realidad, y solamente pensando que también el andrajo es ropa de vestir se puede creer que esos campos son campos. Se está diciendo constantemente que la culpa es del clima, de la sequedad y de esta tendencia al páramo que sienten casi siempre las tierras españolas; pero la verdad es que no hay un solo Club que gaste aquí, en preparar y conservar su campo de fútbol, lo que gasta Inglaterra en cualquier pista de tenis. La equivocación está en creer que el terreno se va a preparar y conservar por sí solo; está, en todo caso, en suponer que la superficie de juego no tiene importancia. No nos extrañaría nada que, siguiendo el criterio de estas gentes, alguien pretendiera un día que se juegue un campeonato de billar sobre chapa ondulada.
La mayor parte de los Clubs no tienen dinero, es verdad, y viven milagrosamente. Esta no es razón, sin embargo, para que el reglamento se soslaye. La Federación Nacional no permitiría probablemente que un Club dijese: “Este partido se va a jugar sin balón, porque no tenemos dinero para el balón”. Permite, en cambio, que se juegue “sin terreno”, como si el terreno no fuera tan importante como el balón en un partido.
El mal terreno puede llegar a la anulación del juego de un equipo, y lo más lamentable es que anula el juego de los mejores, porque los peores no mandan sobre el cuero, sino que el cuero les manda a ellos, y lo mismo debe darles que les mande una manera que de otra.
Esto ya es muy importante, pero no es lo más importante todavía. Lo importante es que, tratándose de sport, es necesario que la vista se alegre y descanse en planos vestidos juvenilmente. Quizá una corrida de toros gane en fuerza y en emoción celebrándose entre carromatos, sobre el encachado desigual de una plaza de pueblo, con fuente y todo. Pero el fútbol nada tienen que ver con el ruedo ibérico, y es triste que se organice a veces sobre escombreras.
Cada vez estamos más seguros de que el Comité Ejecutivo de la Federación Nacional es un organismo paternalmente propicio al incumplimiento de acuerdos. Se ha notado en las últimas asambleas que las discusiones son menos vivas, y que las proposiciones que se hacen van cada vez más envueltas en escepticismo. Se ha perdido la fe en que sirva para algo lo que se discute y hasta lo que se aprueba.
Los jugadores deben percibir un salario equis como máximo, y ya nadie se acuerda de esto.
Está prohibido el fútbol en verano como las ostras, y ya no hay Club, ¡ni siquiera el Athletic de Bilbao¡, que respete los meses sin “erre”.
Se acordó que los campos de fútbol tengan hierba, y la mayoría de los campos de fútbol ofrecen el paisaje lunar a cambio de la pradera, sin que nadie se moleste mucho en que creamos otra cosa.
No pensamos insistir demasiado en asegurar que esto es un error, porque sabemos que será inútil. Pero, en todo caso, hay que decirlo.
Treinta años de fútbol no han servido para que dejemos de jugar en solares de ocasión, andrajosos. He aquí la labor de esas orgías de granadina que se llaman asambleas…
Fuente: Jacinto Miquelarena en Excelsius 1 de octubre de 1933