Consecuencias del profesionalismo futbolístico
En 1992 llegaron al fútbol español las Sociedades Anónimas Deportivas, una supuesta forma de conseguir una mayor transparencia en la gestión de los clubs y de poner fin a la espiral deficitaria en que se hallaban los clubs. Un intento que, casi 25 años después, hay que reconocer que ha fracasado estrepitosamente, además de sustraer el control de los clubs a los aficionados y dejarlo en manos, en bastantes ocasiones, de personajes de dudosa condición.
Sin embargo este intento de transformar la gestión deportiva mediante una sociedad anónima no era una cosa nueva y ya desde hace casi 90 años se hablaba de ello.
Como ejemplo este artículo aparecido en la edición sevillana de El Liberal en el año 1927. Hay que señalar que el profesionalismo, reconocido oficialmente desde 1926 pero practicado de forma clandestina desde bastante antes, había llevado a una situación deficitaria a los clubs españoles, ya que sus ingresos en esa época, básicamente el taquillaje y los abonos de los socios, no compensaban en modo alguno el creciente gasto en jugadores profesionales. Era la existencia de una clase directiva la que con sus aportaciones nivelaba ese déficit.
La implantación del profesionalismo ha traído como consecuencia una honda perturbación económica en los más importantes clubs españoles.
Tan grave es la crisis que algunos clubs están al borde de la bancarrota económica, detenida a expensas de las aportaciones metálicas de esos elementos siempre dispuestos al sacrificio, que afortunadamente existen en casi todos los clubs de rancio abolengo.
Pero esto tiene que tener un fin. No es posible que nadie, por muy encariñado que esté con su club, llegue hasta el extremo de repetir hasta el infinito la entrega de miles de duros para sostener un tinglado que se hunde.
Ya sabemos de alguna sociedad, cortesana por más señas, que está dispuesta a plantear la cuestión y resolverla de un modo definitivo.
La fórmula es sencilla: sustituir el carácter recreativo del Club, transformándolo en Sociedad Anónima, con su correspondiente Consejo de Administración y su gerente que, asesorados por los empleados técnicos y administrativos que consideren necesarios, organizarán la empresa simplemente como un negocio cualquiera.
De esta forma, los que compren acciones ya saben a qué atenerse, y dependerá de la importancia del capital social y de la habilidad y pericia de los directores el éxito adverso o favorable del nuevo negocio.
Ignoramos si esta solución será o no ventajosa para el deporte futbolístico como espectáculo; pero dada la imposibilidad de que continúe por más tiempo el actual régimen, creemos que lo único viable y lógico es la solución apuntada.
Lo ilógico y absurdo es que unos señores entreguen dinero para salvar al club, y otros, en razón a sus habilidades y cuquerías, manejen el cotarro e impongan sus caprichos sin ninguna responsabilidad. Con la fórmula expuesta, los técnicos habilidosos cobrarán el sueldo que se convenga mientras que sus servicios se crean útiles. En cuanto a los socios, perderán tal carácter y serán, con el nuevo régimen, abonados al espectáculo.
Hasta aquí lo que sabemos de este asunto que recogemos a título de curiosidad futbolística.