El adiós a Pachuco Prats, de Manuel Sarmiento Birba
El 22 de septiembre de 1976 falleció Pachuco Prats en Baracaldo a los setenta y cuatro años de edad. Era un jugador histórico, que pasó por el Racing de Portugalete, Baracaldo, Murcia y Real Madrid y que estuvo entre los jugadores con los que se inició el Campeonato de Liga en la temporada 1928-29.
Fue uno de los prototipos de la llamada «furia española» , un jugador con gran capacidad de sacrificio y trabajo, representando toda una manera de concebir y entender el fútbol.
El día que murió el Betis jugaba en Lasesarre contra el Baracaldo, en un partido de la edición de Copa en que brillantemente se impondría nueve meses después. Se guardó el correspondiente y respetuoso minuto de silencio. De ese Baracaldo y de ese Lasesarre serían muchos los jugadores que pasaron posteriormente por las filas verdiblancas.
Dos días después el periodista Manuel Sarmiento Birba escribió este sentido homenaje en As a una de las leyendas del fútbol español.
Había nacido el día primero de enero de 1902, en Portugalete. Sí, en el Portugalete del “puente más elegante, el mejor puente colgante que tiene Vizcaya entera”. Y ha muerto en Baracaldo con la entrada del otoño de 1976. Tenía, pues, setenta y cuatro años. Pachuco Prats Guerendeain, este es el hombre, se ido tras dejar una estela de entrega, abnegación y amor a tres colores: los del Baracaldo, Real Madrid y los de la selección nacional.
Ya quedan en la lejanía, en el recuerdo, en las hojas amarillas de los diarios de la época, sus hazañas de gran juego, de valentía excepcional, de honradez acrisolada, de pases en largo a la banda opuesta. Pachuco Prats se ha ido dejando en la tierra a sus habituales compañeros de selección, Gamborena y José Mari Peña, y les ha precedido en la recta final. Atrás quedan sus nueve partidos internacionales vistiendo la elástica de España. Desde su debut ante Suiza en 1927, en el viejo Sardinero, con Valderrama y Carmelo Goyenechea como compañeros de línea, hasta el último servicio con la roja camiseta española en tierras lusitanas, en Oporto, frente a Portugal, con el barcelonista Guzmán y su inseparable José Mari Peña como compañeros de terceto medular. En el libro de oro del fútbol español queda su esfuerzo en Bolonia, en 1930, con victoria sobre Italia, y su ejemplo en el desaparecido Metropolitano de Madrid en un San Isidro de 1929, cuando España frenó, venciéndola, por primera vez en su historial, a la selección nacional de Inglaterra. Si en cualquier lugar de las Islas Británicas vive un viejo futbolista internacional apellidado Barrys, no cabe duda de que sentirá una especie de pena por el colega fallecido, pese a lo mucho que, en aquella calurosa tarde del mes de mayo, le hizo sufrir el menudo medio ala de la selección española, una especie de “tábano”, para sus intentos de escapada o de correr la línea. Ese correr la línea que hoy apenas se estila y que en aquellos tiempos, y más tarde también, era base y principal objetivo de un extremo. El inglés Barrys, en aquella tarde, jamás pudo pasar de Pachuco Prats, un león auténtico, un ejemplo de furia, un compendio de bien hacer.
Pachuco Prats ha muerto en el mismo día en que su querido Baracaldo jugaba un encuentro de Copa frente al Betis. En el viejo campo de Lasesarre se guardó un minuto de silencio. Jóvenes jugadores del equipo baracaldés y del Betis sevillano, su oponente, rindieron homenaje, con sesenta segundos silenciosos, a un hombre que nunca tuvo más ambición deportiva que ser leal a los colores que vestía.
El viejo “león” madridista, Santiago Bernabéu, habrá pasado ayer un mal día. El sabe de los esfuerzos de los dos “leones” vascos, Pachuco Prats y José Mari Peña, en las filas blancas del Real Madrid. El sabe, como dirigente deportivo de indiscutible sapiencia, lo que hombres como Pachuco Prats han supuesto para el deporte del fútbol. El, como es lógico, por su edad, ve cómo desaparece otro hombre que puso fuertes cimientos en la estructura fortísima que como club presenta el Real Madrid en la actualidad.
Pachuco Prats se ha ido cerca de Lasesarre, donde buscó y alcanzó la gloria. Esa misma gloria que le valió para servir a la selección español y al Real Madrid. En ese Lasesarre donde aún impera el ambiente fabril de los Altos Hornos, donde aún lucen las camisetas amarillas y negras de la entidad local y donde el tiempo aún no ha borrado los sones de aquella canción que tanto supuso en los anhelos triunfales del equipo de Baracaldo en los días victoriosos:
“Viva el Erandio, que es de Erandio,
viva el Kaiku, que es de Sestao,
los hornos de Baracaldo,
que alumbran a todo Bilbao.
Con la bandera amarilla y negra,
Que es el emblema de la Sociedad…”
Gamborena, en Irún, y Peña, en Vizcaya, tendrán hoy nostalgias infinitas. El Pachuco Prats que nunca decaía, el Prats que jamás se entregaba, ha claudicado esta vez, inapelablemente, en la hora de la auténtica verdad. Las bandas de Lasesarre se han quedado sin un cliente habitual. Las del viejo Chamartín se adelantaron hace mucho tiempo bajo la piqueta del progreso. Ahora sólo quedan las del Cielo, donde quizás le espera su rival de demarcación y puesto, su amigo de tantas tardes, Pepe Samitier, que se le adelantó en el viaje de la eternidad.
A los setenta y cuatro años de edad, largos y bien cumplidos, Pachuco Prats ha hecho su último pase en profundidad. Que Dios, que sabe de su entrega y honradez, le haya acogido en su seno.
Fuente: Manuel Sarmiento Birba en AS 24 de septiembre de 1976