El hincha
Traemos hoy un texto de enero de 1948 publicado en la revista deportiva Trofeo y en el que se glosa y ensalza la figura del hincha, ese apasionado seguidor de un club de fútbol que disfruta de forma intensa los éxitos de su club y que sufre de forma resignada también sus fracasos.
El contexto en el que se entiende el artículo está en el permiso que la Delegación Nacional de Deportes concedió en 1947 para que las directivas de los clubs de fútbol pudieran volver a ser elegidas por las juntas generales de socios, tal y como había sido desde el principio de la vida asociativa de los clubs. La normativa impuesta por el régimen franquista en sus comienzos cercenó esta posibilidad, de forma que los dirigentes de los clubs eran nombrados por las Federación que a su vez era nombrada por la Delegación Nacional de Deportes.
Esta liberalización obviamente no fue completa, dado que los directivos elegidos tenían que ser confirmados a posteriori por el ente federativo, con el fin de evitar la entrada en los organismos rectores de los clubs de personas no bien vistas por el régimen, pero ciertamente fue un avance respecto a la situación anterior.
Esta es la fuerza absoluta del fútbol. Expresión genuina que se convierte en amo, en motivo, en argumento, en causa, en efecto. Malabarista que juega al sube y baja con las finanzas, que domingo tras domingo mantiene pendientes de su entusiasmo y de su fidelidad. Genio y Juez. Opinión y fallo. Todo reunido en seis letras. HINCHA. Para el jugador febril preocupación. Para el dirigente alerta constante. Faro que orienta. Peñasco que hunde. Escalón de una altura que consagra o de una profundidad que concluye. Individualmente, ferviente admirador o apasionado defensor.
Fiel porque se convierte en creyente que, cumpliendo con su “misa dominical”, ofrece su espíritu y su alma con esa comunión con los colores que los once defienden en el recuadro que es su altar donde entrega su pasión, de tal forma que vive el fragor del partido, en el pase cortado, en el tiro desviado, en el remate de cabeza, en el regate que va dejando contrarios al margen del pelotón, en todo va entregando él un pedazo de sí mismo, pateando, empujando y casi regateando como lo hacen en el campo. Por ello es por lo que el GOL, ese GOL que se produce, provoca una explosión que abre los estadios. En el desahogo de una fatigosa contención de los sentidos que se desintoxican y que provocan luego ese cansancio inexplicable de los domingos a la noche.
Es el HINCHA. Es el que a la mañana habla de fútbol, a la tarde de fútbol y a la noche de fútbol. Es el que espera el Domingo desde el Domingo mismo. Es el que quiere leer el partido después que lo vio, en su insatisfecho afán de fútbol. Es el que el sábado sueña. Es el que, en la cama, está nervioso, tiembla en el segundo antes de que el árbitro dé la pitada inicial. Es el que se enoja con la mujer, con los hijos, con su “íntimo”, si perdió su cuadro. Es el que ríe y llora. El que se mofa y aguanta. El que se moja si llueve. Es el que no sabe de incomodidades, ni de sacrificios. El que sigue al equipo. Generalmente y desde el punto de vista individual, heroico y simpático. Pero la HINCHADA, eso es ya harina de otro costal. ¡Caramba con la HINCHADA¡
Legión que en masa aprieta en el tablón o en el cemento, en la tierra endurecida o enfangada, al conjuro de un buen chut, de una falta, o de un fallo; se revela en sus manifestaciones como un torrente que arrastra, como un volcán que aniquila. Frenética y entusiasta en la exteriorización de sus alegrías. Despiadada y hasta cruel en la demostración de su desagrado. Anónima y confundida entre esa parda sombra que linda con el verde del campo. Esa es la HINCHADA. Pero…siempre fiel. Siempre en caravana. Siempre rindiendo culto en holocausto a su club, al fútbol en sus consecuencias. Unas más numerosas, otras menos. Unas más entusiastas, otras menos. Pero todas brindando el homenaje de sus afectos, haciendo del pro y el contra el argumento que los hace actores en las jornadas deportivas semanales llevadas a cabo en todos los campos de fútbol españoles. Acreedoras todas ellas a más comodidades de las que se les da y a más beligerancia y cotización en sus algunas veces justas peticiones, y más aún a oírselas como afortunadamente va a ocurrir si, por fin, los clubs se deciden a llevar a la práctica y cumplimentar las nuevas normas dadas por la Federación Española de Fútbol para la celebración de juntas generales y elección de las directivas por los propios clubs, laguna que bien se ha dejado esperar y que por fin los regidores de nuestro deporte favorito han conseguido reglamentar, siquiera no es más que para premiar en parte a su HINCHADA en el continuado sacrificio de ingratas tardes en las que desde la entrada hasta la salida del campo de fútbol, todo ha sido esfuerzo.
Con ello ganamos todos. Porque todos somos HINCHAS. Con cuello duro o sin corbata. Callando o gritando. Conteniendo el gol o atronando GOL. Todo es cuestión de lugar. En el palco el batir de mano que el “otro yo”—como dice Casildo Osés—vocifera frenéticamente. En las tribunas saliendo como se siente, con todo el alma, enronqueciendo las gargantas. Somos todos HINCHAS. Es cuestión de lugar o de tiempo para parecerlo más o menos.