Gárate. Los goles silenciosos, de José Antonio Martín «Petón»
José Eulogio Gárate fue delantero centro del Atlético de Madrid entre 1966 y 1977. Tres veces máximo goleador de la Liga e internacional con la selección en 18 ocasiones. Ganador de la Liga en 4 ocasiones y de la Copa en 2.
Pero sobre todo Gárate destacó por su forma de ser en el mundo del fútbol: ni un mal gesto ni una mala acción, fue siempre el prototipo de jugador frío e inteligente, además de un auténtico deportista y un caballero sobre los terrenos de juego, a pesar de ser objeto de múltiples brusquedades por parte de las defensas contrarias. De hecho, una patada mal curada de un defensor contrario le retiraría prematuramente del fútbol. Su último gol fue el del 1-0 con que el Atlético de Madrid ganó en 1976 la última Copa del Generalísimo al Zaragoza. En este breve relato José Antonio Martín «Petón» glosa a uno de los últimos caballeros que han pisado los campos de fútbol en España.
Gárate. Los goles silenciosos
Todo fue muy raro en la carrera del delantero centro. Para empezar era un español nacido en Argentina pero que no conocía la Argentina porque, al poco de nacer, sus padres dejaron el barrio de Sarandi en Buenos aires, para volver a Eibar, su tierra guipuzcoana.
Don Crispín Gárate, el padre, era empresario y hacía unas bicicleta, las GAC, capaces de competir con la mejores. A José Eulogio, el delantero centro, le gustaba el fútbol muchísimo, pero era tan raro lo suyo que si había de elegir entre los libros y el balón siempre elegía estudiar, para alegría de la familia. Así, con los libros por delante, el delantero centro fichó por el Eibar y luego, camino de la Universidad, por el Indauchu. Era su entrenador el histórico Fernando Daucik, el cuñado de Kubala.
Daucik llamó a su antiguo club, el Atleti de Madrid: “¿Os acordáis de cuando os recomendé a Miguelito Jones? Pues tengo uno aún mejor. Es delantero centro. Se llama Gárate”.
Si lo decía don Fernando, no había ni que verlo. Don Crispín aceptó con la mejor de las razones. Lo del fútbol era asunto menor para su hijo, pero en Madrid había Escuela Superior de Ingenieros Industriales y eso sí era importante para el chaval.
Gárate llegó al vestuario en silencio, como era él y como había llegado Adelardo ocho años antes, pero como el gran capitán tardó poco en triunfar y también como él contra Las Palmas. El delantero centro debutó en octubre, unos días después de inaugurar el Calderón, y pronto el público vio que allí había un jugador de raro talento y comportamiento no menos raro. Para empezar le hace gol a la Unión Deportiva y ni salta, ni gesticula, ni cambia el aire de sus rostro; recibe el abrazo de los compañeros y tranquilamente se va al centro del campo a seguir el juego. Los defensas, sin tarjeta protectora por entonces, le crujen a patadas. Jamás protesta, jamás se venga, jamás deja una suela justiciera en la siguiente. Como un torero, Gárate cae, sin mirarse se levanta y vuelve al gol.
Es raro hasta lo vivo que está el recuerdo: cogía el balón tendido hacia la banda izquierda, amagaba hacia dentro con la cintura y salía por el otro lado, imparable, elegante, definitivo. Suave en al área, de colocar, igual con la cabeza que con el pie, goleador por inteligencia, tres veces pichichi de la liga española., internacional con gol en su debut, quieto en el aire para cabecear al rincón de la red en Chamartín ante Checoslovaquia, campeón de liga con Marcel, con Merkel, campeón de la Intercontinental tras el dolor de Heysel, campeón de copa y en la última liga el gol con el que le daba al Atleti el título y su despedida.
Se le ve con la copa alzada, la primera que entregaba Juan Carlos rey, y todos sus compañeros esperando sobre el césped del Bernabéu que ha contemplado a los colchoneros ganar tantas finales. Entre ellos está el extremo Heraldo Becerra, el primero en abrazarle tras el gol. También es su último partido. Es brasileño, pero ha decidido retornar a la Argentina donde triunfó y firmar por Boca Junios. No tardaría un año en quedarse para siempre en una carretera entre Buenos Aires y Rosario.
Gárate (todo era muy raro en el delantero centro) siempre había dicho que se retiraría con treinta años, pero entre todos le convencimos para que siguiera. No pudo hacerlo tanto como le pedimos. Una patada de Indio en Elche le dejó una herida en la rodilla. Por la brecha penetró un hongo infernal, una extraña espora que, alimentada por la cortisona con la que le trataban equivocadamente, crecía y crecía en la rodilla del delantero centro. Los dolores eran inhumanos, la mejoría ninguna, todo lo contrario, la infección avanzaba amenazando la vida del delantero centro. Una tarde, Gárate, torero de mil cogidas, no pudo con la última y se plantó en la consulta del doctor: “Córteme la pierna, por favor, córteme la pierna”. No era como Castilho, el portero de Fluminense que se cortó un dedo para poder jugar el domingo, como ya sabéis. No: Gárate lo pedía para sobrevivir sin sufrir. El médico no obedeció al delantero centro, y éste tuvo la calma suficiente para cambiar el tratamiento. Acertaron.
Hoy le veis, en la elegancia de sus sesenta y tantos, camino de su estadio cada día que juega su equipo. Y nosotros, en su andar, vemos al delantero centro deslizarse sobre la hierba esquivando cepos con seis tacos para hacer más feliz nuestra vida.
Unos niños de la calle porteña donde nació, Crucecita del Niño Jesús, le hicieron un equipo que se llamaba Centroforward Gárate. No sé si destiñeron ya las camisetas; de lo que estoy seguro es que del corazón colchonero no se apaga el color de aquella noche del 77 en la que el Manzanares a reventar despidió a José Eulogio Gárate Ormaechea, el delantero centro agarrado a sus muletas y a nuestro cariño, en el centro de su campo, llorando como nunca pensó que lo haría el ingeniero del área.