La grandeza futbolística de Sarriá, de Manuel Sarmiento
En septiembre de 1997, 20 años ha hecho ya, comenzó la demolición del viejo recinto espanyolista de la carretera de Sarriá, el campo en el que el conjunto blanquiazul estaba desde febrero de 1923, toda una vida.
A los pocos días de su derribo el veterano periodista Manuel Sarmiento desde las páginas de AS rememoraba con dolor y rabia las experiencias vividas en Sarriá, las gestas del equipo españolista en su terreno y los grandes encuentros allí disputados. Los recuerdos de toda una vida.
Hace sólo unos días que el estadio de Sarriá fue dinamitado. Un templo del fútbol español ha dejado de existir. Los que permitieron esto, los que lo consintieron, tendrán que dar cuenta algún día al juez supremo de todas las cosas. Las familias De la Riva, Oliveras, los Navés, los Martorell, etc, condenarán desde el más allá semejante tropelía. Con la muerte de Sarriá se van infinidad de cosas buenas de nuestro fútbol. La mayoría del españolismo lo ha deplorado. Y miles de barcelonistas, conforme al sentido común, lo habrán sentido. Un templo del fútbol catalán ha dicho adiós.
El torneo de Liga en España, en su primera edición, comenzó el 10 de febrero de 1929. El primer gol de la historia de la Liga se logró en el campo de Sarriá en el partido Español-Real Unión de Irún (3-2). Prat, extremo derecho españolista, marcó a los pocos minutos de iniciado el juego. A él le cabe el honor de ser el primer goleador de la Liga en España.
En Sarriá se jugaron tres partidos del equipo nacional absoluto: Alemania Federal (1-0), Dinamarca (2-0) y Polonia (1-2). Allí se jugó un maravilloso Brasil-Argentina del Mundial de España. Allí, en suma, hubo un templo del balón.
Sarriá fue la casa de Ricardo Zamora y de Lardín. De un Gallart, un Prat o un Solé. ¡Qué jugadorazos¡ Y allí actuaron Marcel Domingo, Trías, Martorell, Vicente, porteros de tronío.
Jugadores como Argilés, Parra, Faura, los delfínes (Amas, Rodilla, Re, Marcial y José María), pero uno tiene que ir a los tiempos en que el Espanyol era una máquina futbolística plena de fe. Los tiempos de La Chiritonda, una canción de moda que amenizaba los prolegómenos en dicho campo.
Julián Arcas le marcó un día cuatro goles al Barcelona. Ramallets los encajó. Arcas aquel día dijo en su casa: “Ya puedo morir tranquilo”. Era verdad.
En aquellos tiempos iba yo mucho a Sarriá. Tenía fama de periquito. Si soy sincero, diré que era cierto. Comía fricandó en La Manigua y me tomaba un carajillo de anís, fumaba un farias y oía cantar a los contertulios de dicha taberna. Entonaban muy bien. Repetían la canción docenas de veces. La copla decía así:
“Somos españolistas,
españolistas de la corona,
especialistas, especialistas,
en dar palizas al Barcelona”.
Luego, sobre el césped de Sarriá, la locura. Marcet dirigiendo y el argentino Coll, el muñeco, dibujando fútbol. Al finalizar el partido yo me quedaba un rato con Crisanto Bosch, en su juventud sensacional extremo del Español e internacional en competencia con Gorostiza. Cuando se retiró, fue nombrado conserje del club. Y Bosch era feliz, porque tenía su propia casa en el estadio. Si hoy viviera Bosch, la pena le mataría. La hija de Bosch, María, fue años y años empleada del Espanyol. La amabilidad personificada.
Todo ha sido una pena. Y pensar que más de un tonto habló de cambiar el nombre del club. Yo, que viví días inolvidables en Sarriá, no les perdono. Quiera Dios que al Español no le suceda lo que al Europa, que fue masacrado por el poder azulgrana y está viviendo hoy en Tercera División, en Gracia, a la vera de la calle Cerdeña, donde se ubica el que es su campo de juego.
Sarriá ya está en mi corazón para siempre. Y cuando me pueda la nostalgia, entonaré aquello de “somos españolistas, españolistas de la corona…”