Pepe Núñez, el presidente del Betis campeón, de Manolo Rodríguez
Con total seguridad Pepe Núñez Naranjo está entre los 3 presidentes más importantes de la historia del Real Betis Balompié.
Su largo periodo de gestión, 10 años entre 1969 y 1979, deparó éxitos y fracasos, y si durante su primera etapa se fueron sentando las bases de la exitosa segunda mitad, lo que sí queda con certeza es que fue un auténtico señor en toda la extensión de la palabra.
Y no se casó con nadie, por lo que le llamaron el presidente de la verdad.
En 1987 el periodista Manolo Rodríguez le dedicó este artículo en las página de ABC, en el que se repasa su trayectoria al frente del Real Betis Balompié.
En ochenta años de historia verdiblanca, a Pepe Núñez hay que reservarle uno de los lugares preferentes. Una de las primeras páginas en las que compartir la leyenda con otros mitos ya desaparecidos. Núñez Naranjo, el callado y serio Pepe Núñez, el muy honrado y trabajador presidente de los setenta, tiene su sitio al lado de hombres como Moreno Sevillano, como Manuel Ruiz, o como Benito Villamarín. Esos son sus iguales. Esa es su dimensión en el marco del beticismo. Él fue el presidente de la consolidación, el que propició el despegue, el que sentó las bases de un Betis moderno que hoy mira hacia atrás y encuentra bajo su mandato los momentos de mayor esplendor de la época reciente. Ese es su legado, su aportación fundamental al gran libro verdiblanco. Un tránsito de diez años en el que habló poco y trabajó mucho; en el que creció el número de socios; en el que se levantaron tribunas; en el que se reforzó el equipo; y en el que se asomó al balcón del Ayuntamiento con una Copa en la mano. La Copa Grande de un Betis que ya era definitivamente grande.
Esa es su vida. Una historia de diez años que Pepe Núñez no eleva nunca a definitiva. No cabe duda que su principal virtud es la modestia y ésta es la que le hace vivir de espalda a los grandes estrellatos, y a los flashes de las cámaras. Prefiere el silencio, como si todo lo que ocurrió bajo su mandato no hubiera tenido la más mínima importancia.
Pero sí la tuvo. Y mucha. Desde aquel verano del 69 en que se montó en el potro desbocado de un Betis en precario, Pepe Núñez empezó a gobernar con una energía y con un rigor que a la larga le reservaron un lugar en la leyenda. Se encontró un club embargado, y su primera tarea fue hacerle frente a las obligaciones que se habían emitido para poder comprar el estadio. En aquellas fechas los intereses se habían tragado el capital, y era necesario pasar a la acción. Por eso empleó una doble técnica: negoció por una parte con los bancos, y por otra, buscó recursos ajenos. Y traspasó a Quino. Una medida dolorosa que, sin embargo, se reveló como un gran acierto “porque Quino ha sido el futbolista que mejor se ha pagado en la historia. Con 15 o 16 millones de pesetas que nos dio el Valencia pudimos amortizar toda la deuda”.
Aquello ocurrió en el 71. Por entonces habían amainado ya los primeros temporales. Núñez había devuelto el equipo a la Primera División, y había puesto en marcha una cruzada en verdiblanco a la que llamaron “Operación Quince Mil”. Una movilización general de toda la ciudadanía para “elevar el número de socios, ya que yo me encontré un club con tan solo 6.000 socios. Era necesario activar la participación, y creo que lo conseguimos”.
Sí, lo consiguieron. Al frente de aquella operación estuvo un bético llamado José Antonio García Espejo, que fue el motor de una dinámica que empujaban desde atrás el presidente Núñez y sus tres grandes colaboradores: Pepe León, Enrique Velázquez y Juan Mauduit, sin olvidar que en la retaguardia técnica siempre estuvo el “viejo zorro” De la Concha.
Todos ellos vieron desfilar por el banquillo al canario Miguel, “un chico magnífico, que sin embargo estaba muy verde”, a Santiago Tejera, y a Antonio Barrios. Con este último ascendió el Betis en el 71, pero en seguida quedó claro que los tiempos exigían otros planteamientos. Y así llegó Szusza. Fue el primer día del 72 cuando se sentó en el banquillo un húngaro al que pocos conocían, “pero del que nos había hablado extraordinariamente bien Kubala. Creíamos que podría ser un revulsivo importante, y la verdad es que trabajó muy bien al principio, aunque más tarde creo que se acomodó”.
Szusza estuvo cinco años en el Betis, y eso le parece a Núñez que fue bueno, “ya que la continuidad de los entrenadores permite que se consoliden los equipos”. Por eso no lo cesaron a pesar del descenso del 73, a pesar de las críticas del público, ni de las impaciencias de los especialistas. Por eso lo mantuvo al frente de la nave, aunque hoy, con la perspectiva de los años, Pepe Núñez cree que Szusza hubiera sido un magnífico entrenador para los infantiles o para los juveniles. Y lo ilustra: “a mí, por ejemplo, me dijo muchas veces que si él hubiera conocido a Rogelio cuando éste era pequeño lo habría enseñado a darle al balón con las dos piernas”.
Pero el húngaro se fue un día. Una tarde imborrable en la que el beticismo aplaudió al húngaro desde el voladizo recién estrenado, y desde las dos tribunas de gol que se habían levantado durante su mandato. Una estructura nueva sobre el viejo Heliópolis, que era “otra exigencia fundamental cuando llegué a la presidencia, ya que el aforo de nuestro campo era de 12.000 espectadores, y así resultaba imposible rentabilizar los grandes partidos, por muy caras que se pusieran las entradas”.
Quizá Pepe Núñez no sabía entonces que los grandes partidos todavía estaban por llegar. Esos partidos memorables que condujeron al Betis hacia la final de la Copa y hacia el título más grande de la época moderna. Ya estaba al frente del equipo Rafael Iriondo, “el mejor entrenador que he conocido en el club”, y con los Biosca, Benítez, Cardeñosa, Esnaola, etc… se desembocó en el día más largo. En aquel 25 de junio del 77, que tuvo su primer tiempo en el almuerzo que ofrecía la Federación, “donde el presidente del Athletic sacó mucho pecho, hasta el punto que tuve que decirle que, antes de jugar, le daba un 50 por ciento de posibilidades… ni una más. Aquello parece que gustó, porque Pablo Porta me cogió del brazo y me dijo al oído: “Si ganáis la Copa esta noche os garantizo que tendré la foto del Betis todo el año en mi despacho. Y lo cumplió”.
Eso fue el principio. Después llegó la guerra de nervios en el palco, y, como epílogo infernal, la ruleta de los penaltis.
Un pasaje que sigue emocionando a Pepe Núñez cuando lo recuerda: “Aquello fue horroroso. El presidente del Athletic no pudo aguantar y se fue al antepalco, los directivos igualmente, casi me quedé solo, y me lo tuve que tragar todo sin poder comentar con nadie. Sólo al final, cuando ya habíamos ganado, me preguntó el Rey qué tal estaba mi corazón. Yo le brindé la Copa, pero se negó; me dijo que no quería privar a los jugadores de la ilusión de dar la vuelta al campo con el galardón”.
Esa noche fue la más grande, “la que lo justifica todo”, en la que lloró abrazado a su mujer en la soledad del estadio, en la que vio feliz a los béticos, la que abrió las puertas de Europa.
Lástima que meses más tarde se abriera otra puerta mucho más negra, la de aquel descenso que se debió evitar, que se pudo evitar si el equipo se hubiera reforzado.
“Sí, José María de la Concha era partidario de fichar jugadores, porque la plantilla era corta, pero los resultados hasta el final siempre fueron buenos, siempre invitaron a la esperanza. Nosotros éramos partidarios e plantillas cortas y eso nos perdió, es cierto, pero todo fue muy desafortunado. Aquello fue un disgusto enorme. El más grande, sin duda, de mi etapa presidencial”.
- ¿Mayor aún que la tarde en que le chillaron al palco?
- Sí, mayor, porque yo creo que la masa es un dragón sin cabeza. A mí, aquella tarde no me dolieron los que gritaron, sino los que se quedaron callados. Esos que debían haberme defendido y no lo hicieron.
- Supongo que desde entonces comprende mejor que nadie a los que se sientan en el palco
- Por supuesto. Y porque sé lo que significa trabajar por el Betis es por lo que yo jamás criticaré a ningún presidente
Ese día, cuando le gritaron, cuando se buscaba afanosamente un ascenso que al final terminaron alcanzando los verdiblancos, terminó una etapa de diez años. Era el verano del 79. Una época fundamental en la historia del beticismo. El mandato de un presidente que ya es historia de la mejor historia.
Fuente: Manolo Rodríguez en ABC 20 de diciembre de 1987