Quini, un Pulitzer del gol, de Manuel Sarmiento
La semana pasada se nos fue Enrique Castro «Quini», uno de los mejores goleadores de la historia del fútbol español. Son muchas las cosas escritas y los homenajes que se han hecho a su figura.
Hoy en Manquepierda vamos a recatar un artículo publicado en AS el 26 de febrero de 1978 por el periodista Manuel Sarmiento Birba. Ese día el Sporting jugaba en Chamartín ante el Real Madrid, que terminó imponiéndose 3-2 tras sufrir muchísimo ante los rojiblancos y con una más que discutida actuación árbitral muy casera a cargo del colegiado Borrás Del Barrio.
En el artículo Manuel Sarmiento recuerda los orígenes ovetenses de Quini, su ascendencia familiar y su figura en el Sporting y en la selección, a la vez que se especula, tal y como era una constante en esos años, con su no realizado traspaso al Barcelona, que no se concretaría hasta dos años después.
El primero fue Paulino Alcántara. Un día rompió la red en Burdeos y pasó a la historia. Luego llegó Errazquin. Había nacido en Los Leones (Argentina), pero por casualidad. Era un irunés como la copa de un pino. Más tarde surgió Bata, un rapaz que materializaba lo mucho que Iraragorri y Chirri fabricaban. Y un día apareció por Oviedo, con alpargatas, boina, salud y bondad a raudales un rapaz apellidado Lángara. Se llamaba, y se llama porque vive en Méjico, Isidro. Es buen amigo mío. Lángara lo puso caro, porque marcaba goles como quien se toma un helado. Luego, el paréntesis de la guerra. Y tras ésta, un desfile de goleadores de excepción: Martín, Mundo, Zarra, Pahiño, César, Araujo. Más tarde Kubala, que los hacía como rosquillas. Inmediatamente Di Stéfano, que tenía tiempo para defender y marcar tantos goles que todos los años era máximo realizador. Y luego don Francisco Puskas, ante quien me descubro. En los últimos tiempos había buenos rematadores, pero nadie se distanciaba de forma absoluta.
Hasta que apareció Quini. Años tras año fue dejando recado en las metas adversarias. Lo mismo le da jugar en Primera que en Segunda. El hace goles, los olfatea a distancia. Soñaba con un equipo grande, pero se quedó bien retribuido en el Sporting. Y ahí sigue. Y hoy estará en Chamartín, tratando de hacerle la “pascua” a Miguel Angel.
Quini tenía que ser futbolista. Como lo ha sido su hermano Suso, que se conoce más por Castro. Y nació en Oviedo, Argañosa, barrio al pie del Naranco, en casa de su padre, un obrero especializado de la Fábrica de Armas, también llamado Quini, y que fue buen portero del Vetusta de Oviedo, en los días felices del filial oviedista, con Raúl Sport, Arturo Merino y Min Estrada. Entonces, en Oviedo, sólo había dos nombres: Herrerita y Emilín. Aunque yo, personalmente, crea que también estaba el formidable Antón.
Quini se formó en el Ensidesa en la gran operación que montó el que fue gran presidente sportinguista Víctor Manuel Felgueroso. Cuando éste se fue, la simiente fue muy bien aprovechada por el fallecido y gran presidente gijonés Carlos Méndez, de cuya ejecutoria aún tiene hoy excelentes aportaciones el Sporting.
Quini tiene condiciones de rematador nato, es un jugador de una deportividad admirable y con un espíritu de constante alegría. Kubala llegó a hacerlo casi imprescindible en la selección por lo contagioso de su optimismo. Aunque no actuase era interesante su concurso. Con él, en las concentraciones, no existen las penas. Eso es importante a todos los efectos.
Quini salió de Llaranes, hacia Gijón, con cautela. Quini rompió muchos zapatos por Vallobín, en Oviedo. Soñaba con Buenavista y acabó en El Molinón. Cuando un día se retire y vaya por la Argañosa, Enrique Castro volverá a sus raíces, a la tierra donde nació. Y el arbolado vecino del Naranco se cubrirá de lágrimas de lluvia porque ha vuelto a casa Quini, el hijo de Quini, el montador de la Fábrica de la Vega que soñaba, y vio cumplido su sueño de que sus hijos fuesen futbolistas.
Los defensas adversarios le conocen bien. Y le respetan porque él siempre ha sido un contrario correcto, aunque demoledor ante el marco. Quini sonríe siempre. Es como si estuviese leyendo “La Codorniz”, desaparecida y añorada. Quini hace cosas en el área, nte el adversario, que ya quisiera retener Lazarov para sus mezclas televisivas. Quini soñaba con el Barcelona y a punto estuvo de vivir y jugar al lado del “tulipán” Cruyff. La vida da esos cambios. Si Quini hubiese ido a La Rambla, los canarios de las mismas, y los periquitos, las flores, que uno se tropieza desde la plaza de Cataluña a Santa Mónica, hubiesen tenido otro colorido. Y no habría lucha fratricida por la presidencia que dejó Montal, y Núñez, Casaus o Sagi ya sabrían que en el equipo había un talón de cheques cara al gol. Quini es en el fútbol todo un Pulitzer. No le da por hacer periódicos, como al monstruo húngaro de Mako, pero sí goles de todas las facturas.