Ángel Ponz y Pitus Prat: dos goleadores para la Historia, por J. M. Navarro

Pitus Prat
El Real Club Deportivo Español de Barcelona es uno de los clásicos del fútbol español. Fue uno de los diez fundadores de la competición liguera. Ha disputado setenta y siete ediciones de su Primera División -ocupando el sexto puesto histórico- y solo cuatro de su Segunda.
Ha disputado nueve finales de Campeonato de España, con cuatro títulos. Ha sido Campeón de la categoría de plata y dos veces sub-campeón continental. En sus vitrinas pueden encontrarse tres menciones al portero menos goleado. En sus filas jugaron leyendas del balompié mundial como Ricardo Zamora, Alfredo Di Stefano o Kubala. Y, cuarenta y uno de sus futbolistas, han sido internacionales con la Selección Nacional.
Amen de esos logros, a los periquitos se les reconocerá siempre un hecho, un hito, que por sí mismo los hace ser Historia de este deporte que metieron los ingleses por Riotinto: ser los que anotaron el primer gol de Liga y Copa. Los nombres de los autores, encabezan este recuadro virtual al que bautizamos -meses atrás- como «La pelota de papel».
Cronológicamente hablando, habría que irse a la noche de los tiempos, a 1902. Ese año, en la capital del país, nació el torneo por eliminatorias y, aunque el trofeo no lo alzaron los blanquiazules (en aquellas fechas amarillos) siempre les cabrá el honor de que entre sus once alineados uno de ellos, Ángel Ponz, fue quien hizo subir al marcador, la primera de las miles de dianas que han sido festejadas en la competición del K.O.. Veintisiete años más tarde, el diez de febrero de 1929, Pitus Prat, catalán de pura cepa, hizo lo propio en la de la regularidad. Fue el uno-cero del partido que enfrentó a dos Reales, el que visita el Villamarín y el de Irún.
Esa tarde Jack Greenwell, entrenador de los locales, dejó fuera de la convocatoria a los titulares que, tan solo una semana antes, habían vencido a otro Real, el de Madrid, en la final que supuso la primera conquista de enjundia de los antiguos inquilinos de Sarriá, la Copa de 1929. Gracias a ese detalle, este buen hombre jugó noventa minutos que le catapultaron a la fama pese, a posteriori, haber compuesto la plantilla del club de Bernabéu, donde se retiró.
Dos celebraciones que dan lustre al historial de un grande que, tras unos años oscuros, vuelve a ser respetado y que, en la primera vuelta, en el debut oficial en su nuevo feudo de otro Real más, el único que es Balompié, fueron capaces de imponerse a las huestes de Pepe Mel en una partida que mereció ser rematada con tablas. Esperemos que la fortuna que esa noche, curiosamente también intersemanal, faltó a los de verde y blanco aparezca ahora que hace tanta falta.
José Miguel Navarro Barrera