Atocha en el recuerdo, por José Miguel Navarro

Foto: blogderadiosansebastian.blogspot.com
El 13 de Agosto de 1993, en plena Semana Grande, Real Sociedad y Real Madrid inauguraron Anoeta, feudo de los txuri urdin. El día de la inauguración, un trozo de césped fue trasladado de campo viejo a campo nuevo por relevistas infantiles. Reposa para siempre en el centro del rectángulo de juego. Desde entonces, San Sebastián añora su viejo y entrañable coliseo, Atocha, la casa de los mejores éxitos de un clásico de la Liga española.
Para entender por qué, simplemente habría que haber estado en ambos estadios.
Anoeta es fría e impersonal, moderna y poco acogedora. Atocha era cálida y familiar, vetusta pero entrañable. Un verdadero hogar para los locales, uno de los selectos miembros del club de Campeones del torneo de la regularidad.
Pascual de Atocha fue un emigrante que vio la primera luz en Garde, en 1600. Se dedicó a la construcción de navíos y tuvo dos hijos, Diego y Domingo, que al afincarse definitivamente en la Bella Easo, cedieron su apellido como nombre, al barrio que se extiende en la margen derecha del Urumea.
Nació el barrio como expansión primero y, posteriormente, como zona de esparcimiento. Un frontón, un velódromo y una Plaza de toros ya estaban allí, cuando el 4 de Octubre de 1913 la pelota comenzó a rodar en Atocha. Ese día jugaron Real y Athletic para homenajear a José Berraondo, entrenador, árbitro y seleccionador. Para la historia quede que el resultado fue un tres a tres, que el saque inicial lo hizo Satur Elósegui y que Rafael Moreno, Pichichi, anotó el primer gol.
No había pasado un mes cuando se jugó el primer partido internacional: Real Sociedad 3-Plumstead de Inglaterra 1.
Una década más tuvo que transcurrir, para que jugase la Selección nacional en el recinto. Fue contra Francia, un 28 de Enero de 1923 con un contundente tres cero.
Todos los grandes mitos realistas pasaron por su hierba. Bienzobas, máximo goleador de la primera Liga. Eizaguirre, padre e hijo. Chillida, a quien le llegó la fama gracias a la escultura. Araquistain, Arconada y nuestro eterno Esnaola, así como Roberto López Ufarte, que también vistió la zamarra verdiblanca. Satústregui, Zamora, Górriz, Larrañaga. Karpin, Kodro o Aldridge, que llegó del Liverpool por doscientos kilos de las antiguas pesetas. Perico Alonso, padre del actual Xabi, jugador del Real Madrid. Gajate y Kortabarría, Celayeta y Olaizola.
Dos ligas, una Copa y una Supercopa, fue el bagaje de los de blanquiazules en ese feudo tan recordado como mítico. Un recinto del que solo nos quedan viejas estampas de un ayer, sin discusión, mejor que el triste hoy de una Real, que aunque llegue en horas bajas, siempre será un grande de nuestro país y merecerá el respeto que su leyenda merece.
José Miguel Navarro Barrera