Botas de gloria

Foto: Manquepierda.com
Desde el atril del sevillano teatro de la Maestranza, y justo a la misma hora, un jerezano pregonaba el inicio de la semana santa hispalense y casualidades de la vida, desde el atril de Chapín, alguien que parecía estar esperando que llegase este partido para iniciar su particular pregón al camerunés modo, proclamaba a los cuatro vientos que este Betis huele a primera.
Y huele a azahar y huele a goles y huele a trabajo en equipo, y a victoria y paz, como huele la cofradía vecina del Porvenir.
La Cruz de Guía de esta cofradía de Villamarín la lleva Rubén Castro, él supo iniciar el camino con ese magnífico gol de cabeza que a todos nos hizo levantarnos de los asientos porque ya veíamos, o mejor dicho, sentíamos el calvario de nuestra particular pasión verdiblanca, porque el Jerez había comenzado inaugurando el marcador. El bético conoce a su Betis y sabía que podía perder. Cuando todo está predestinado para que ocurra lo que ha de ocurrir, en este equipo todo sale al revés. Se llama Currobetis, pero como estamos en Cuaresma yo lo llamo Via Crucis.
Después llegó Jonathan Pereira. Un golazo, un soberano tanto que nos hacía en cierto modo tranquilizarnos porque ya se intuía la victoria, pero este Jerez comenzaba a apretar y podía pasar cualquier cosa. Y en esas llegó el tanto de la tarde, aquel que marcaba quien tanto quiere ofrecer pero que nunca ocurre, aquel que está cuando no se le espera y aquel que se le espera siempre y que casi nunca aparece. En Chapín quiso estar y estuvo. Acudió Emaná a su cita con el gol y a la genialidad de los que calzan botas de gloria.
Y no seré yo quien le defienda, tengo tanto que recriminarle como que agradecerle, pero al César lo que es del César y el César camerunés con bigote a lo Mejido hay que agradecerle el golazo que marcó y que dejó escrito en la red de la portería de Chema “soy de primera división”. Gol que nos hizo gritar, llorar y abrazarnos porque todos sabíamos lo que representaba ganar en Jerez, habiendo empatado el Rayo y perdido el Celta, pero como suele ocurrir en este equipo, todo se consigue sufriendo, y como no podía ser de otra manera, Jose Mari, sabedor de lo que duelen sus goles, nos dejaba a todos rogándole al cielo para que pasara el tiempo lo más pronto posible.
Pero es normal, no hay pregón sin Amargura y cuando el árbitro pitó el final, respiré profundamente por ganar, por estar en la posición de cabeza de tabla, de líderes, y entonces fue cuando escuchar Amargura me supo a gloria bendita, como la gloria que que ayer domingo quiso llevar Emaná en sus botas para dejar frases en las porterias como recuerdo de un Via Crucis que no se volverá a repetir