La ilusión de Raúl
Tiene 7 años, es de Tarragona y se llama Raúl. Por sus venas corre la sangre verdiblanca que le ha transmitido su abuelo, y por su cabeza toda la ilusión que llevas dentro cuando tienes 7 años y el Betis, tu Betis, viene a jugar a tu ciudad.
Esa mirada limpia y esa sonrisa brillante reflejan lo que todos hemos sentido cuando hemos sido niños. También nuestra ilusión era ver a nuestros ídolos (“se llama Quino y es de Triana”), con los que soñábamos y a los que imitábamos en el patio del colegio ó en la plazoleta, en esas tardes de entonces, cuando el mundo se dividía entre el colegio y jugar a la pelota.
Es ésta la única y verdadera razón que mantiene todo este circo. Ni las televisiones, ni la publicidad, ni el marketing ni las sociedades anónimas podrán jamás ilusionarnos. Son una parte más del entramado con el que la vida nos asfixia día a día, expulsándonos de los territorios que un día fueron solamente nuestros.
Por eso, cuando el sábado en Tarragona vi la cara de ilusión con la que Raúl esperaba a su equipo, yo también volví a tener 7 años y Rubén Castro fue Quino, Jorge Molina Rogelio, Salva Sevilla Cardeñosa y Casto Esnaola.
Porque somos los aficionados, de cualquier equipo, los que damos sentido y ponemos sentimiento a lo que otros matan día a día. Nunca esperaremos un rendimiento económico, al revés, gastaremos tiempo y dinero, sufriremos decepciones y sinsabores y será muy poco lo que recibiremos.
A cambio sólo pedimos una cosa: que no nos maten la ilusión, y que podamos acercarnos al fútbol con la misma mirada limpia y brillante con la que Raúl esperaba en la estación de Tarragona la llegada de su Betis.
