Pier, para qué os quiero, de Francisco Correal.

El 5 de noviembre de 1995 Betis y Tenerife empataron a 3 en el Villamarín, en un partido que estuvo claramente a favor del cuadro verdiblanco, pero que se le escapó mediante un polémico penalti que Díaz Vega señaló a favor del cuadro visitante a falta de 12 minutos.
El periodista Francisco Correal nos dejó al día siguiente este relato sobre el delantero bético Pier en las páginas de Diario 16 Andalucía. Pier era el máximo goleador bético en Liga en ese momento con 6 tantos (conseguidos ante el Zaragoza, Barcelona, Valencia, Compostela y Salamanca), aunque ese día contra sus ex compañeros del Tenerife no tuvo un día particularmente brillante.
Nació en Roma, como el conde-duque de Olivares y Miguel Bosé. Roma era según Alberti peligro para caminantes, y Pierluigi Cherubino Loggi se marchó a las Islas Canarias. Allí se formó como futbolista, aunque cuentan que podía haber sido un consumado maestro de esgrima.
Su florete principal es la cabeza, imán capitelino con el que atrae balones por complicados que vengan. Esa habilidad rematadora le granjeó una leyenda negra, la de su torpeza con los pies, que él se encargó de desmentir con hermosos tantos de espuela y de tacón a Juanmi y Falagán, porteros de Zaragoza y Compostela.
Ayer volvió por los fueros de ese mal fario, porque salió al campo con puntería esquiva y el olfato castrado. Falló dos goles clarísimos, tras recibir sendos servicios de Alfonso y Vidakovic, más solo que la una delante de Ojeda. Eso ocurrió en la segunda parte, porque en la primera Pier permaneció inédito, delantero florero. De oyente, que diría Alfonso Guerra. En ningún momento,
Su primer disparo serio llegó pasado el Rubicón del descanso, una hora después del pitido inicial, como si el encuentro con sus amigos isleños le hubiera hecho víctima de la diferencia horaria entre ínsula y península. Pier era el istmo bético, Pichichi de Heliópolis, máximo goleador del equipo con seis goles. Ayer entraron media docena, pero ninguno llevó su firma.
Como buen romano, enseguida tuvo un César a su vera. César Gómez no lo dejaba en ningún momento, centauro balompédico que es a la vez César y Bruto. Con el paso de los minutos, como Pier no arañaba, se relajaron en las marcas. Se turnaron el propio César Gómez, Aguilera, Julio Llorente, para desconcertarlo con la cascada de recuerdos.
El delantero romano salió indemne ante tanto “catenaccio”, palabra tan romana como su cuna. No le hicieron una sola falta, mientras que él sí fue castigado por entradas a Vivar Dorado y Julio Llorente. No se sabe muy bien si esa blandura de la zaga tinerfeña hacia su persona se debió a la palmaria ineficacia de Pier ante la puerta contraria, o a una especie de indulgencia plenaria por haber sido durante cuatro años uno de los nuestros (de ellos). La peor parte se la llevó Alfonso, objeto de numerosas faltas, cuando no de codazos con las firmas de Felipe y Llorente.
Pier no tiene problemas con los pies. Son sus botas las que lo martirizan. Problemas con los borceguíes lo tuvieron en la banda un par de minutos. Sigue con su media docena de goles. Nadie le reprochó nada a Pierluigi. El malo de la película fue su tocayo Pedro Luis (Jaro). En italiano suena mejor.
