Alois Grussman, el imán del córner, de Francisco Correal.

Alois Grussman fue un centrocampista defensivo que militó en el Betis en la temporada 1991-92, la campaña en la que el Betis tuvo un técnico checo, Josef Jarabinsky, y 3 futbolistas de esa nacionalidad: Michel Bilek, Roman Kukleta Alois Grussman. De los 3 éste último era el menos mediático y sin embargo el que mejor rendimiento dio.
Así lo recoge el periodista Francisco Correal en su sección Marcaje al hombre, en el Diario 16 Andalucía del 16 de marzo de 1992; el día anterior el Betis había vencido 2-1 al Murcia en el Villamarín.
Era el menos cotizado de la tripleta de fichajes checos y es el único que no ha visto cuestionada su titularidad. Tiene planta de buen chico, de olivo milenario, de espantapájaros para amedrentar a los depredadores del área. Alois Grussman llegó de carambola, pero juega como si su llegada a Heliópolis hubiera sido una especie de prestidigitación.
Si le pusieran un cuentakilómetros se comprobaría la certeza del diagnóstico de Diego Soto. El preparador físico del Betis asegura que este futbolista es el que mejor rendimiento ofrecería en un hipotético test de ejercicios de fuerza, resistencia y capacidad pulmonar.
Su juego es el del acordeón, va y viene de una a otra portería, como un pausado sismógrafo que registrara los corrimientos tácticos del equipo verdiblanco. Un baluarte defensivo y a la par el goleador más efectivo en los partidos de casa, conseguidos todos ellos con esa testa apinochada y flexible.
Su comportamiento en cada partido demuestra que si sus compatriotas Bilek y Kukleta son los más asiduos demandantes del agua milagrosa, los que con más vehemencia parecen pedir la hora, no es por su condición de checos sino por una flojera congénita que es un valor transnacional, no exclusivo de una patria, una clase social ni un gremio especifico.
La propia situación del Betis, que araña los puestos de la promoción con mentalidad de colista, le ha otorgado a Grussman un liderazgo no buscado, una especie de comandancia paralela que le convierte en eje neurálgico de los ataques, peón fronterizo de las estrategias defensivas, cerebro involuntario de esa tierra de nadie que es el centro del campo.
Todas las líneas del Betis pasan por Alois Grussman, el TAV del equipo de Mesones trenza sus movimientos en este metafórico guardagujas de Medina del Campo espigado, patoso, bien plantado. Suyo fue el primer disparo a la portería del murciano Abellán y de sus botas salió el balón con el que Mel consiguió el primer gol.
Reforzó su misión defensiva cuando Mesones dio entrada a Recha por el capitán Ureña. Una reconversión que no le impidió acudir al área contraria cada vez que el Betis tenía una opción de saque de esquina. La Segunda División también tiene sus hemerotecas, sus espías, sus informantes; los defensas ya están alertados de la estadística de Grussman en el córner, y siempre le ponían a una pareja de vigilancia, como se de Eleuterio Sánchez se tratara.
El checo gesticulaba con sigilo al lanzador, fuera Bilek, Márquez o Recha, los que mejores asistencias le han hecho en los choques ligueros del Villamarín. Pero ayer no anduvieron acertados, para desesperación de un destinatario que tenía que volver raudo y veloz allende el círculo central para mitigar los efectos del contraataque. Grussman no disimulaba su enfado al tiempo que regresaba a su posición natural, circunstancia poco frecuente en un fútbol donde el futbolista se petrifica en estatua cuando protesta, inquiere o gimotea.
A pesar de su aspecto, más propio de un jugador de baloncesto o de portero nocturno de una boite, es uno de los jugadores que cuenta con más repertorio para resolver el “cuerpo a cuerpo”: el regate, el autopase. El juego de caderas. La aceleración, la apertura de espacios. No es brillante en ninguna de estas soluciones pero compensa la carencia de oropel con un dominio del tempo que detiene el partido, lo mueve y lo vuelve a parar. Manijero a su pesar en un periodo histórico en el que las musas canteranas del Betis—Serrat dixit—estarán de vacaciones.
Tiene en su cabeza un imán, que puso a prueba frente a Juanjo, el más alto de los murcianos; también en el área contraria, un un difícil remate en el que emergió poderosa su molondra entre tres contrarios, aunque sin la fortuna de Bakero contra el Kaiserlautern.