Anecdotario de los España-Suiza, de Manuel Sarmiento

Con motivo del Suiza-España que hoy se disputa de la Liga de Naciones traemos hoy este artículo escrito en el diario AS por el periodista Manuel Sarmiento en mayo de 1984. Se jugaba entonces un partido amistoso en Ginebra contra el equipo helvético preparatorio para la fase final de la Eurocopa de 1984 que se iba a disputar en Francia y en el que intervinieron dos jugadores béticos (Rafael Gordillo e Hipólito Rincón), y que concluyó con una contundente victoria 0-4 con tantos de Goikoetxea, Gallego, Rincón y Santillana.
El veterano periodista gallego Manuel Sarmiento hacía un repaso de los 14 partidos jugados entre España y Suiza, y en los que hasta ese momento en ninguno había vencido el equipo helvético.
Hoy, en este último sábado de mayo, estaré en Ginebra. Y no tengo ningún inconveniente en reconocer y decir que mi visita a la ciudad lacustre del Ródano, como yo la llamo, no es por motivos turísticos—cosa lógica en Suiza—o por diplomáticos, cosa normal en la Geneve de tanto ajetreo político internacional.
Yo vuelvo una vez más en mi vida a la hermosa ciudad helvética a estar con el paisaje de su lago delante y con la estatua de Rousseau, en la islita de su nombre, porque en el estadio de Charmilles Suiza y España juegan su decimoquinto partido internacional.
Las confrontaciones entre españoles y helvéticos despiertan en mí viejos y entrañables recuerdos. Y tengo gran cantidad de anécdotas vividas con motivo de los mismos. Por eso, cuando hoy me dé el obligado garbeo por el Jardín Inglés de la ciudad ginebrina, mis pensamientos van hacia lejanos días de mi infancia.
Por razón de edad, no puedo decir absolutamente nada de los dos primeros España-Suiza (Berna 1925, y Santander 1927), pero sí del tercero de la serie, aun siendo un niño de corta edad. Fue dos meses y quince días antes de iniciarse la guerra civil en nuestra nación. Yo era entonces un niño, el hijo del juez, cargo que mi fallecido padre ejercía en Padrón, en la provincia de La Coruña. Y el semanario AS era mi libro de texto cada martes. En la villa padronesa vivía Rafael Pazos Jiménez, un joven por aquel entonces con un porvenir fantástico en la abogacía. Porvenir que se confirmó plenamente. Era un gran aficionado a los deportes, y recuerdo que me dijo en plena mañana de aquel domingo de 1936:
– Tú, que sabes de memoria todas las alineaciones de fútbol, ¿quién va a ganar hoy en el Suiza-España?
– Ganará España, porque va a jugar Vega—fue mi contestación
Tengo que aclarar que mi respuesta era la de un niño para el cual Vega, el medio centro del Celta de Vigo, era el ídolo. Entonces, a los diez años de edad, el Celta era mi termómetro en las alegrías y en las penas. Si ganaba el Celta, cantaba. Si perdía, lloraba.
En esta misma página hay dos documentos gráficos de ese hecho singular. En efecto, Vega jugó el segundo tiempo, ganó España por dos a cero y el ariete del equipo nacional suizo tenía gafas, se apellidaba Kielholz y un día, en México, Gregorio Blasco, que fue el portero español en aquel encuentro, me dijo que era muy malo. Aprovecho el momento para recordad a Blasco, caballero de la cabeza a los pies, fallecido hace un año largo.
En el 41, cinco años más tarde, yo ya era un mocito que estudiaba Bachillerato en Santiago de Compostela. Y no me perdí ripio de la voz del locutor en aquel trasto de La Voz de su Amo que poseía mi padre. España ganó a Suiza en Valencia por tres a dos. Y es curioso que toda España, por inercia, identifica en aquel encuentro a la línea clásica y famosa de aquel tiempo del Atlético Aviación (el Atlético de hoy), integrada por Gabilondo, Germán y Machín, como la del equipo nacional. En efecto, Eduardo Teus tenía intención de alinearla completa, pero a última hora se lesionó Gabilondo y jugó como medio derecho el barcelonista Raich. En el día de hoy, más de un colega de mi tiempo yerra en el hecho. Más que nada, por hábito de la cantilena Gabilondo-Germán-Machín. Ese mismo día, en La Coruña fueron felices porque Juanito Acuña, su colosal guardameta, fue internacional por lesión del titular Martorell. La verdad es que Acuña mereció jugar más veces, porque estimo que fue durante los años de 1940 a 1945 el mejor portero del fútbol español.
En 1948, estando yo metido en faena periodística con la carrera de Derecho al mismo tiempo, vi cómo “mis” célticos Miguel Muñoz y Manolo Fernández “Pahiño”, debutaban victoriosamente en Zurich, aunque sólo empatásemos. Nunca entenderé por qué jugamos aquel día con camiseta blanca, pudiendo hacerlo de azul, que es nuestro segundo color. Con los suizos jugaba Steffen, que había sido defensa izquierdo en el equipo mundial de la FIFA un año antes en Belfast, donde encajaron ante Inglaterra (Matthews, Mannion, Lawton, Steel y Lidell), ¡qué ataque¡ seis goles a uno. Steffen, el suizo, no vio a Epi en toda la tarde. ¡Qué colosal extremo fue Epifanio Fernández Berridi, que descansa en la gloria en la tierra húmeda de su Guipúzcoa natal¡
En el año 1951 en Chamartín—aún no había tomado el nombre de Bernabéu—le ganamos a Suiza por seis goles a tres. Fue una delicia ver a Zarra enchufarle cuatro goles a un mozo helvético que se llamaba Hugo. Yo creo que aquel guardameta lo debieron coger a lazo en cualquier valle de cualquier cantón. Molowny, que jugó de interior izquierdo, aún debe acordarse. Y más Mencía, que debutó en su primer y único encuentro internacional con España.
En 1955, y en Ginebra, como ahora, y en el mismo estadio de Charmilles, jugamos sin seleccionador. Helenio Herrera y Daucik, entrenadores a la sazón de Sevilla y Athletic Bilbao, que habían jugado trece días antes la final de Copa en Madrid (ganó el Athletic Bilbao por un gol a cero), fueron los encargados de hacer la alineación. No anduvieron por las ramas. Metieron a seis jugadores del cuadro bilbaíno (Carmelo, Garay, Mauri, Maguregui, Arteche e Ignacio Arieta), a tres del Sevilla (F. Guillamón, Marcelo Campanal y Doménech), y lo completaron con dos “refuerzos”: Kubala y Enrique Collar. Total, nos salió un partidazo y ganamos por tres a cero. Lo malo fue la venganza suiza dos años más tarde. Con el mejor equipo de ataque de nuestra historia (Miguel, Kubala, Di Stéfano, Luis Suárez y Gento), no pudimos más que empatar con los helvéticos en Chamartín y nos costó el viaje al Mundial de Suecia. Hay que reconocer que Parlier, el portero suizo, paró balones con la espalda, con el culo, con las rodillas, y cuatro balones dieron en la madera. Pero nos empataron y aquello fue “la muerte del artista” para ir a Estocolmo, donde iba a surgir nada menos que el morenito Pelé. Y éramos superiores, porque ese mismo ataque de Miguel, Kubala, Di Stéfano, Suárez y Gento le marcó cuatro goles a Suiza en el partido de vuelta efectuado en Lausana. Pero el que valía era el de Chamartín, y Escocia fue la gran beneficiada.
A partir de 1966, los hechos ya se recuerdan más por los aficionados. Ya estaba en juego la televisión. El gol de Sanchís, en Sheffield, estadio Hillsborough, donde jugaron hace dos días nuestros sub 21, fue antológico y sirvió para encauzar un partido donde los suizos llevaban ventaja.
El partidazo de Zabalza anulando a un tosco Muller en Valencia en 1969. Un Zabalza que jugó como si estuviese en Pamplona departiendo con los formidables hermanos Glaría, Egaña o Sabino. El gol de Chechu Rojo en Lausana en 1970, con una parábola de cerca de treinta metros. O el gol victorioso de Roberto López Ufarte en Berna, el día de su debut internacional A, que provocó por la alegría la caída de la cerveza y de las salchichas que tanto mi colega Cronos como to estábamos degustando en la bancada del estadio Wankdorf.
Reciente está el último lance con Suiza. En Valencia, con ensayo de Santamaría. Poca cosa ya porque se jugaba como mecanizados. Ya faltaba la alegría de la improvisación.
Quizá, como colofón a tanto anecdotario, un hecho singular. No es otro que, tras jugar catorce partidos internacionales entre selecciones absolutas, jamás hemos perdido con Suiza. Esperemos que Muñoz no quiebre la racha. Que se acuerde de su debut en 1948 frente a los antecesores de los que hoy van a tratar de poner una pica en Ginebra: ganar por primera vez a España.