Aquino, derbi en soledad, de Francisco Correal.

El delantero argentino Daniel Toribio Aquino jugó 2 temporadas en el Real Betis Balompié. En la primera de ellas, 1993-94, fue el máximo goleador de la Segunda División con 26 tantos, que fueron fundamentales para el ascenso del equipo. En la segunda hizo 7, siendo el segundo goleador de la plantilla verdiblanca.
A finales del mes de agosto de 1995 Lorenzo Serra decidió prescindir de sus servicios, dado el elevado número de extranjeros que por entonces componían la plantilla, además de la llegada de 2 nuevos delanteros como Pier y Alfonso, que comprometían mucho su participación en el once titular.
Fue el Rayo Vallecano quien se hizo con Aquino, aunque otros clubs como Compostela, Salamanca o Valladolid también intentaron su ficha.
En el conjunto rayista Aquino fue titular, obteniendo la suma de 14 goles, nada desdeñable en un conjunto que luchaba por la permanencia en la Primera División.
Con ocasión de la visita del Rayo Vallecano a Sevilla a finales de noviembre, para enfrentarse al equipo sevillista, el periodista Francisco Correal en las páginas de Diario 16 Andalucía lo hizo protagonista de su sección Marcaje al hombre.
Daniel Toribio Aquino se encontraba en familia. No sólo por volver a la ciudad en la que cubrió sus dos últimos años balompédicos, sino por enfrentarse al equipo que acudió a su despedida como futbolista bético en el Benito Villamarín. Betis y Sevilla se jugaban en Heliópolis una plaza europea que luego serían dos el 19 de junio. Aquino jugó los últimos minutos de ese derbi saliendo por Cuéllar.
El argentino se adelantó a sus ex compañeros con un derbi solitario, imagino que preñado de buenos recuerdos y extrañas vivencias. Del Sevilla de entonces sólo repetían ayer Unzué, Martagón, Juanito, Rafa Paz y Moya, en el equipo titular, y Tevenet, que salió por Bango y fue el autor del gol de la consolación sevillista. Ayer Tevenet también salió de refuerzo y fue coautor de un gol que no era consuelo sino júbilo en Nervión.
No podía imaginar Aquino que ese derbi iba a ser su partido homenaje. Menos todavía cuando una semana después le puso broche de oro a su segunda temporada verdiblanca marcándole a Buyo los dos goles del equipo en el triunfo del Bernabéu. Goles que suponían el visado para una fiesta europea de la que luego sería excluido.
Firmó la única derrota casera del Madrid campeón de Liga, y ahora se gana el sueldo a varias estaciones del Metro de Chamartín, itinerario Plaza de Castilla-Portazgo, salida a Vallecas. Ariete de un equipo, el Rayo Vallecano, con aires de organización no gubernamental.
Aquino fue víctima del particular homenaje que Ruiz de Lopera le hizo a Lope de Vega. La sombra del perro del hortelano se cernió sobre el futbolista que fue dos años consecutivos, en el Mérida y el Betis, “Pichichi” de la Segunda. Le dieron la baja federativa en el Betis para incluir a Roberto Ríos, a quien ahora no le permiten entrenar con sus compañeros. Real Rocambole Balompé. Ni contigo ni sin ti.
Su derbi particular contra el Sevilla se había visto precedido por otro derbi contra el Betis. El deseo verdiblanco hace del Sevilla su adversario preferente. La realidad vallecana convierte al Betis en destinatario de su afán de revancha.
Antes del comienzo, saludó a los fotógrafos locales. Charla con Onésimo, cuya disglosia balompédica hace intraducibles sus mensajes. Marcos, el entrenador, lo situó en una posición atípica. Interior derecho en la banda de Pedro. Baja cuando la presión sevillista es notoria y se encarga de obstruir a Marcos, el futbolista a quien cortésmente saluda al tiempo que lo cubre.
Martagón y Pedro, éste por partida doble, le hicieron sendas faltas. Menos que cuando ocupaba la posición natural de matador, de artillero con hambre de gol. En esa demarcación de interior, es para volverse vegetariano. Tiene más metros y menos espacio. Nos lo enseñó Casanova en sus artes amatorias: quien mucho abarca, poco aprieta.
Fue entrando en juego paulatinamente. Primero con un córner envenenado que a punto estuvo de sorprender a Unzué. Después, con una falta desde treinta metros que el guardameta navarro atajó sin problemas. Tenía aprendida la lección de Gica Hagi. Ezequiel Castillo era su principal suministrador. Amagó más de lo que dio. Insinuó mucho más de lo que resolvió.
El goleador es un hombre eminentemente práctico. Lo mide la cifra, el guarismo, los goles. Lo demás es teoría, debate, oropeles, controversia, que diría Valle-Inclán.
Aquino lo intentaba en la banda, pero sui sombra chinesca porfiaba por otros derroteros, camuflada entre los zagueros sevillistas.
Encabezó el motín de la Bounty vallecana contra las titularidades por decreto. Ascendió en el envite, aunque por ahora se limite a enhebrar jugadas para que Aquinos imaginarios rematen sus servicios. Entre sus aportaciones de mayordomía, dos servicios de gol que no culminaron Guilherme ni Ezequiel Castillo.
En el primer caso, apuró demasiado la filigrana y pecó de exceso de generosidad cediendo a Guilherme un balón que en sus pies habría generado más peligro. En el segundo, aprovechó un regalo de Pedro al borde del área, adelanto de los presentes navideños, para ceder a Castillo un balón que en un noventa por ciento de los casos termina en gol. Pero ya sabemos lo que dice ese “graffiti” impreso en las camisetas: Einstein también tuvo malas notas.