El Betis, de Celestino Fernández
De marzo de 1958 es el texto periodístico que traemos hoy. Concretamente del 14 de marzo, cuando en su columna diaria titulada … y Sevilla, el periodista Celestino Fernández Ortiz escribe sobre una carta que llega a la redacción del periódico Sevilla desde Colombia relacionada con el Betis.
Como se relata en el texto desde el otro lado del Atlántico se narra cómo allí se sigue la actualidad del equipo verdiblanco, por esa época en Segunda División pero siendo un firme candidato a recuperar la máxima categoría tras quince años de ausencia. Curioso el preámbulo con el que el periodista inicia el texto, refiriéndose a la preocupación existente ante el desvío del Guadalquivir, que alterará su cauce histórico mediante las esclusas y el tapón que se llevó a cabo en Chapina.
Sí, señor, de Colombia. No ha llegado, no, de Colombia, un barco; pero sí una carta. Y una carta sobre el Betis.
Cuando se ha dicho en cierta tertulia, uno de los más perspicaces ha empezado a disertar:
- Claro, si esto del río traerá cola. ¿Qué dirán en América de una Sevilla que está dispuesta a quedarse sin Guadalquivir?
Se pasaba de listo. En verdad, ciertamente, los americanos parecen estar más en guardia por la conservación de la fisonomía histórica de Sevilla que los propios sevillanos. Hace dos años en el Ayuntamiento, por ejemplo, se recibieron varias cartas, transidas de indignación, por la desaparición de la vieja taberna de “Las Escobas”. ¡Un establecimiento de la época de San Fernando, señores¡, clamaba una de ellas, dispuesta a asegurar que San Fernando copeaba, con sus amigos, en la histórica tasca. Pero no. En el caso de auto, que dicen los abogados, no es la preocupación histórico-sevillana lo que campea en la carta. El Betis sobre quien versa no es el padrazo de río que mansamente aguanta bromas técnicas, sino el otro, nada manso, sino nervioso y bravo como un león: el equipo de fútbol.
En Colombia, caballeros, se ocupan del Betis. Según la carta recibida por un amigo es el único equipo de Segunda División que ha merecido un lugar, y lugar aparte, en las carteleras futbolísticas que por las noches de domingo dan cuenta a los colombianos de los “principales resultados de la jornada balompédica en Colombia, en España y en el mundo”. Cosa que no se hace, repetimos, con ningún otro club de Segunda División español.
Algo tiene el agua cuando la bendicen y algo también el club blanquiverde para que al lado de allá del Atlántico, en lugares separados de Sevilla por muchos días de navegación, haya gente, y mucha, absolutamente interesada en lo que sucedió el domingo pasado en Alcoy, no por Alcoy, sino por el Betis. O sea, no por Alcoy, sino, en resumen, por Sevilla.
Gravita en el hecho, precioso y simpático, el nunca desmentido fenómeno de la universalidad de Sevilla, hecha polémica, rivalidad histórica, partido y clan. Ser sevillano es algo más que haber nacido aquí y tener la partida de nacimiento en el Registro del Salvador o en cualquier otro. El sevillano entraña siempre la afiliación apasionada y fervorosa a una cofradía, a una manera de entender el Guadalquivir, cegado o abierto, y a uno de los clubs. Y destaca en este sentido la ejecutoria del Betis, y su propia existencia, por lo que tiene, dicho sea con terminología balompédica, porque desmarca del nombre. No se llama Sevilla ni sevillano, sino bético, con la curiosa paradoja de ser así esencial e indiscutiblemente sevillano.
Casos de universalidad como la del Betis demuestran que el fútbol reside en algo más que en una aritmética más o menos brillante de goles y de puntos. A pesar de lo que decide en último término, para cada partido, es el estado del marcador, cuando el árbitro decreta, mediante pitada, la terminación, para la Historia, con mayúscula, que está por encima de las cifras, valen más otras cosas difíciles de definir. Y entre las cuales figura esa dosis crecida de “algo”, y decimos algo porque, como todas las hermosuras, no es objeto de definición posible, que el Betis tiene y que mire usted, aunque le duela, no lo tienen otros equipos, que se codean y que juegan con él, pero que son otra cosa.
Y si no lo creen, que se lo pregunten a los colombianos. Ellos dirán…