Campanal. Supermán desayuna fabada, de José Antonio Martín «Petón»

Marcelo Campanal fue jugador sevillista durante 16 años, disputando más de 400 partidos con el conjunto de Nervión. Jugador racial, prototipo en su época de la llamada «furia española» y con grandes cualidades físicas que le llevaron a destacar, no sólo en el fútbol, sino también en múltiples disciplinas deportivas, principalmente las relacionadas con el atletismo.
Este artículo de José Antonio Martín «Petón» rinde homenaje a uno de los grandes mitos de la historia sevillista, quien recientemente fue homenajeado por su club reconociéndole como uno de los Dorsales de Leyenda, distinción máxima que el Sevilla FC rinde a sus ex jugadores.
Vaya desde aquí nuestro homenaje particular a uno de los grande mitos vivientes del fútbol sevillano.
Campanal. Superman desayuna fabada
La normativa por la que un deportista no podía tener ficha en dos federaciones, por distintas que fueran, persistió hasta mucho tiempo después, tanto que lo mismo le sucedió a una leyenda del Sevilla en los años 50, Marcelino Vaquero González del Río.
Marcelino batió el récord del mundo de descenso de habitación de hotel hasta la calle. Lo hizo en gayumbos y en un tiempo imperceptible. Segundo fue Juan Arza, el mítico goleador. Lo hicieron ambos sin viento a favor ni sustancias dopantes, pero con un gran estímulo: el terremoto que les tiró de la cama aquella noche en Santiago de Chile.
Marcelino Vaquero nació en Gijón el 13 de febrero del 32, pació en Avilés y llevó por el mundo del fútbol con todo orgullo, igual que su tío Guillermo, el apodo familiar, el mismo que daba nombre a la primera fabada en lata que se comió en España: Campanal.
El mejor amigo de Campanal era un antiguo delantero del Sporting y profesor mercantil, Ovidio, su padre. El fue quien le dio los primeros pases, pero cuando tenía cuatro años lo perdió: Ovidio Vaquero cayó en el frente de Madrid. Marcelo creció bien alimentado conforme a la tradición familiar, pero además tenía el don del atleta completo: era el que más saltaba, el que más corría, el que más resistía… y el que más fuerte le daba al balón.
Su tío ya estaba triunfando en el Sevilla cuando él comenzaba a darle al pelotón; como destacaba, al cumplir los 16 la familia habló con el tío y lo pasaportaron para el sur. A Sevilla, desde Gijón, llegó en un barco carbonero; dos años después, su propio tío, entrenador del primer equipo tras retirarse, le hizo un hueco como lateral izquierdo aprovechando la lesión del titular. Nadie pudo decir que por enchufe, todo lo más que de dónde habían sacado esa bala humana que barría la banda izquierda como si fuera un reactor. Unos cuantos partidos después de su estreno, el lateral de 19 años voló a por un balón en Mestalla y chocó con la cabeza del delantero Badenes quedando sin sentido, pero le espabilaron con un cubo de agua y volvió al campo. Estuvo hasta el final preguntando a qué portería debía chutar.
El Sevilla fue subcampeón esa temporada tras el brillante Atleti de Ben Barek. En las vacaciones, el chavalín decidió seguir entrenando y, un día que estaban los de la Federación de Atletismo haciendo un control sobre las viejas pistas de ceniza junto a las que se ejercitaba, les rogó que le hicieran un cronometraje oficial sobre 100 metros. Sin mayor preparación se puso en los tacos y a la voz de ya salió disparado. Paró el reloj en 10 segundos y 8 décimas. Marcelo Campanal, el joven zurdo del Sevilla Fútbol Club, acababa de batir el récord de España.
Nada más volver a su tarea futbolística se lesionó Antúnez, el central, y el tío Guillermo tiró de él para ocupar el sitio. Aún no había cumplido los 20 años y se quedó con el puesto para siempre. Hay que decir que el tío Guillermo era un fenómeno y la confianza entre los dos tan grande que cuando volvían de los viajes, Campanal I tiraba de Campanal II y se lo llevaba a un tablao, que le gustaba una noche flamenca al entrenador tanto como al Pechuga San Román. Cuando llegaban a casa al amanecer, Guillermo entraba gritando para que le oyera la mujer: ¡Pero qué pesao fue el viaje de vuelta, eh sobrino, qué pesao¡
Esa temporada debutó con la selección B de España y a la siguiente, por fin, con 20 años, le llamaron para la absoluta, pero un día antes enfermó. Le dijo al médico que tenía algo de fiebre pero que contara con él para enfrentarse a Argentina. El médico le tomó la temperatura y el termómetro marcaba 40 grados. Aún así, debutó frente a Alemania. Trece veces jugó con la toja y fue un héroe en Turquía donde los otros se ablandaron ante el empuje rival. Todos menos él, que volvió con siete puntos de sutura, aunque dio tantas patadas como todos los rivales juntos.
El empuje estaba muy bien visto en esos choques pero tuvo sus problemas cuando el rival fue el Real Madrid. Un desgraciado lance con Gento le provocó una incurable lesión renal tras una patada en la espalda por la que orinó sangre mientras jugaba. En otra ocasión, el propio Santiago Bernabéu bajó al vestuario del árbitro, en un Trofeo Carranza, para anunciar que si seguía jugando Campanal, tras una entrada que le había hecho a Santisteban, el Madrid se retiraba del torneo en ese momento. Fue sustituido y, casualmente, el central de la selección, el hombre al que pretendían el Inter, el Torino, el Atleti de Madrid, el Barça, el propio Madrid, el mejor deportista español en una temporada y segundo en otra, el indiscutible zaguero del Sevilla, no volvió a ponerse la camiseta nacional.
Siguió con la blanca de Nervión algunos años y le dio tiempo a representar a la ciudad en “La unión hace la fuerza”, un famoso programa televisivo de la época. En otra ocasión fue detenido tras un amistoso en Oporto por salvar, como otras veces, al pequeño Romero, su lateral. De pronto se vio solo, rodeado de portugueses mal encarados y les respondió a su modo: arrancó el banderín del córner y se lió a palos. Total, dos días en la trena y, si no es por el embajador, aún está allí.
Con 31 años se partió el menisco, aunque siguió jugando con dolor en cada giro. Con 33 años le dieron un homenaje en su estadio. Un mes después de que muriera, con 5 años, su hijo Paquito, supo por la prensa que el Sevilla le daba la baja. En junio del 66, sin esperarlo, sin explicación, después de 16 años en el Sevilla y de haber renunciado a jugar con otros colores, le echaron sin ofrecerle un lugar en el club como había hecho Sánchez Pizjuán con su tío Guillermo. Le echaron.
Mucho tiempo después, el presidente Luis Cuervas puso a Campanal donde el sevillismo exigía y una peña añadió nombre del bravo central a su bandera blanca y roja. Ya estaba por entonces en su Avilés, donde empezó a jugar y donde terminó. Ahí llegó, después de pasar por el Deportivo de La Coruña, con 36 años.
Mi amigo Pablo Salagre, que era un jovencito recién salido del Plus Ultra me contó, quince años después, dando vueltas al carabanchelero Campo de La Mina, que en uno de los primeros entrenamientos en los que coincidió con Campanal se pusieron a hacer series de velocidad. El viejo futbolista retó y ganó a todos. La cosa tenía mérito porque mientras la plantilla corría de frente, Campanal lo hacía para atrás corriendo de espaldas.
Cómo extrañarse al saber que, además de tener el récord de cien metros, tuvo el de triple salto y que, de no haber firmado licencia profesional como futbolista, hubiera podido darle a España una medalla olímpica en decatlón. No os extrañéis tampoco si un día, en una prueba de veteranos, un tío de 77 tacos gana a todos. Aún es el campeón de triple, descendió el Sella en piragua sin entrenar y quedó el 13, fue campeón de tenis, boxeó, y si le desafías al pádel, te gana.
Cuando nos deje, puede que la ciencia averigüe el secreto de su fortaleza. Tengo para mí que está en la lata de aquellas fabadas pioneras, las que le regalaron el sobrenombre; Campanal.