El Pabellón del Betis, de Antonio Burgos
1992 fue un año importante para Sevilla. Urbanísticamente la ciudad cambió y claramente hay un antes y un después. Sevilla se renovó, adquiriendo una serie de infraestructuras viarias y urbanísticas necesarias para su conversión en una gran ciudad.
También se desarrollaron multitud de eventos y actividades que giraban en torno a la Exposición Universal, básicamente en La Cartuja, y centradas en los pabellones con los que países, organismos y empresas estuvieron presentes.
En el terreno deportivo e institucional 1992 fue el año del plan de saneamiento y de la conversión de los clubs de fútbol en sociedades anónimas deportivas, lo que posibilitó que el Betis fuera controlado por Manuel Ruiz de Lopera, un proceso que actualmente está siendo revisado judicialmente.
En el apartado exclusivamente futbolístico el Betis estaba en Segunda División después del descenso de 1991, en la peor campaña bética en Primera de toda su historia. El entrenador inicial fue el checo Josef Jarabinsky, sustituido posteriormente por Felipe Mesones, una señal de que las cosas no marchaban bien. El equipo no alcanzó ninguna de las dos plazas que daban derecho al ascenso directo,que fueron para Celta y Rayo Vallecano, y quedó cuarto, lo que daba derecho a jugar la promoción. Figueras y Betis pelearían contra Cádiz y Deportivo de la Coruña.
El primer partido en Riazor el 10 de junio deparó un 2-1 para los locales esperanzador para el partido de vuelta. Una semana después el Beticismo se volcó en el Benito Villamarín para apoyar a su equipo en su ansia de recuperar la Primera División. No puedo ser, y el empate a cero final deparó una temporada más en la Segunda División.
Este artículo de Antonio Burgos en Diario 16 Andalucía del 17 de junio de 1992 refleja ese afán del Beticismo por conseguir el ascenso, uniendo el tema a la Exposición Universal de 1992 a través de un diálogo imaginario entre Hércules y Julio César desde sus columnas en la Alameda.
El Pabellón del Betis
Estaba el señor don Hércules, como todos los días, aburrido en su planeta de la columna de la Alameda, harto ya de echar cigarritos con su compadre don Julio César. A Hércules, que lo veo todos los días y lo conozco como si lo hubiera visto nacer, se le veía la carita de satisfacción que tienen todos los sevillanos con el entusiasmo que nos ha entrado por el cuerpo. Veía pasar las caravanas de reyes y ministros, camino del Ayuntamiento, para que el alcalde les entregue las llaves con que abrir los tesoros manifiestos de Sevilla. Contemplaba desde allí el esplendor del revetón, y la gloria de los pelotazos, y avizoraba los guiños luminosos del puente del Alamillo, y veía la magnificencia de la Magna Hispalensis, y la bulla en los pabellones, y las colas de Francia y del Japón.
Y tras hacerle un guiño a don Julio César, dijo en voz alta:
– Julio, hijo, ¿tú no crees que a todo esto, con lo bonito que está, le falta algo?
Y Julio César, que por algo es tocayo de Cardeñosa, le dio hilo a la cometa de la complicidad:
– Naturalmente que sí, don Hércules…
– ¿A que todo esto sin nuestro Betis bueno no es nada?
– Me lo ha quitado usted de la punta de la lengua…
– Pues, ea, no es bueno que la Expo esté sola, sin el pabellón del Betis…
Y así fue como don Hércules propició cuanto hoy va a ocurrir. Movió cielos y tierra, acostumbrado a los grandes trabajos como está, para que la gloria bética fuese acorde con la solemnidad del año de gracia que corre en los almanaques. Pensó en una Liga de ensueño, con ese Betis en postura de Copa de la UEFA, pero vio que don Julio César, más bético también que el escudo, ponía cara de asco:
– Que no, hijo, que no, eso déjalo para donde tú sabes, so Stirling, que eres un Stirling…
– O sea, que lo nuestro tiene que ir de lucha de titanes, de agonía, de sentimiento bético de la vida…
– Pues naturalmente…
Y así se hizo, por obra de Hércules. Así vino, por designio de los dioses de la Bética, que si serían verderones los romanos que a esta provincia le pusieron la Bética… Así vino, decía, por designio de Hércules, el glorioso y digno descenso a Segunda, lleno de compostura. Así vino, perfección dionisíaca donde las haya, esa Liga con el alma en un puño que nos hemos llevado. Hasta que Hércules logró cuanto se proponía, que la noche que se sorteó la promoción le iba diciendo a don Julio César:
– Mira, Julio, habrás visto que tengo el sino. Me caen en el bombo todas las hijas: Cádiz y Sevilla, que las fundé, y La Coruña, donde aún tengo mi torre para ir los veranos a ponerme ciego de percebes y bogavantes. Pero habrás visto también que he evitado que Caín mande a Segunda a Abel, y por eso he emparejado a nuestro Betis del alma con el Coruña. Ahora, Julio, ahora es de verdad cuando existe la Exposición…
– ¿Qué dices que vendes, Hércules de mi alma?
– Que si la otra Exposición fue grande porque gracias a ella el Betis tuvo Stadium, a ésta le faltaba el mejor pabellón efímero, el más grande contenido temático. A la Expo, Julio, le faltaba el Pabellón del Betis, y esta noche, a las nueve y media, ese pabellón existirá, lleno de vida. Tú coge el Benito Villamarín, ponle dentro el corazón de una afición, y tendrás el mejor pabellón que pueda pensar nadie. Hasta ahora, Julio, el 92 no será 92. Y ese 92 empieza esta noche, en el Pabellón del Beticismo, que durará sólo noventa minutos de gloria. Y es lo que me decía la Giralda la otra noche, Julio, que fui a pelar la pava con ella: “¿De qué le sirve a Sevilla ganar el mundo si el Betis no está en Primera?”