Entrevista José Cabrera 1961
José Cabrera Bazán fue futbolista del Real Betis Balompié en dos ocasiones: entre 1947 y 1949, y entre 1954 y 1957. Por medio su paso por el Sevilla , Jaén y Recreativo de Huelva.
Esta entrevista publicada en el diario deportivo Marca es de 1961, cuando ya hacía 4 años que había dejado el fútbol. El motivo de ella es la aparición de un libro de derecho deportivo, un tema inédito en la España de esos años.
José Cabrera fue un caso totalmente atípico, ya que estudió, en paralelo a su profesión futbolística, la carrera de Derecho.
Su labor reivindicativa de los derechos de los futbolistas profesionales culminaría a finales de los años 70, cuando fue el primer presidente de la Asociación de Futbolistas Españoles.
Destacar que fue también directivo del Betis en la temporada 1968-69, como vicesecretario de la junta directiva encabezada por Julio de la Puerta.
Se llama José Cabrera Bazán y es de La Algaba, pueblo de toreros. Pero él salió futbolista. Ahora ya no; ahora es abogado y tiene bufete abierto en Sevilla. Por las mañanas, como ayudante de la cátedra de Derecho del Trabajo, está en la Universidad. Nacido en 1929, José Cabrera Bazán es un abogado joven, de aspecto muy deportivo. A veces, cuando se charla con él, uno piensa que todavía está más dispuesto al “dribbling” que a los arabescos de la oratoria forense. Pero no, Cabrera tiene más afición a la abogacía que, en sus tiempos, tuvo al fútbol, aunque no ha perdido el contacto con los estadios y cada domingo, cuando el Betis juega en Sevilla, su espigada, nerviosa y cetrina figura va a “tomarse” su ración de sufrimiento entre los seguidores “verderones”…
José Cabrera Bazán estuvo a punto de ser famoso como futbolista. No lo fue por culpa de un menisco. Entonces, años 47 y 48, aún no se operaban esas cosas con la facilidad de ahora, y Cabrera pagó un poco el pato de los tanteos quirúrgicos. Cabrera se ha tomado ahora el desquite, y está en el camino de la fama en razón de un libro. No es una novela. No es que haya tomado la senda que conduce el “Planeta” o al “Nadal”. Cabrera se ha puesto la toga para escribir un volumen de cuatrocientas páginas que se titula “El contrato de trabajo deportivo”. Uno, la verdad, no entiende demasiado de estas cosas, pero los que se mueven entre leyes lo han dicho: una bomba. El libro de Cabrera es el impacto jurídico de estos últimos años, tanto por la novedad del tema, como por lo que supone para el establecimiento de nuevas bases en las relaciones de los futbolistas, sus clubs y las Federaciones.

Por esto ha estado uno de charla con José Cabrera Bazán. Primero en Sevilla. Nos vimos en el Hotel La Rábida. Cabrera iba con el catedrático Manuel Alonso Olea, impulsor de la obra, y otro amigo. La Rábida, siempre tan silencioso, siempre tan acogedor, esta vez en vísperas de partido, con el Betis concentrado allí, no era lugar para una charla continuada. Aunque hicimos rancho aparte, la conversación se vio interrumpida a cada instante. Los jugadores, amigos de Cabrera, Daucick, el dueño, ese estupendo don Antonio, etc … todos con sus atenciones fueron echándole pasos a nivel a la entrevista, y al fin hubo que dejarla para más tarde. Ese más tarde ha sido aquí, en la Gran Vía madrileña, a la hora del vermut.
Cabrera pide un jugo de tomate, como si mañana tuviera partido.
– Así, le digo para pegar la hebra, que usted fue futbolista. Cuénteme…
– Verá usted, yo estaba estudiando en La Algaba. El Betis había echado sus redes por allí. Gustaba a los directivos un grupo de compañeros míos, y a mí me metieron de relleno en la expedición. Nos probaron a todos, y, lo que son las cosas, el único que fichó fui yo.
Por aquellas fechas, diecisiete años, cabrera andaba metido en las dificultades de la reválida del Bachillerato. Los directivos le dijeron que le ayudarían a salir adelante. Y él, un poco porque se lo creyó, y otro poco porque le entusiasmaba dar patadas a un balón, echó su firma de amateur en la cartulina que le presentó el Betis. Eran los años del “manquepierda”. Los verderones estaban en Segunda División y se iban derechitos hacia la Tercera. Todavía vestía de corto Saro. Aquel año, sin embargo, se soslayó el peligro. El Betis le hizo contrato profesional a Cabrera, 35.000 pesetas, en consideración a su buen rendimiento. Pero a la otra temporada el equipo se fue para abajo, se decretaron economías y Cabrera pasó al eterno rival: el Sevilla.
– Yo iba encantado. Entonces el Sevilla tenía a Busto, Alconero, Arza… Por otra parte, en mis sueños infantiles siempre me había ilusionado el Sevilla. A mí me pagaban más que a ellos. Esos tres que le he citado, tenían contrato por treinta mil. Yo les doblaba. Entre, pues, con el pie derecho en Nervión…
Pero en seguida se le torció. En el primer partido chascó su menisco, le tuvieron que operar y estuvo sin jugar aquella temporada. A la otra, para iniciar su recuperación y asentarse otra vez en el juego, la directiva sevillista decidió traspasarle al Jaén. El equipo militaba en Tercera. Pero tenía buena gente: Mangui, Cabrera, Arregui, Uceda y Uncilla formaban el ataque. Se hincharon de meter goles. Ascendieron a Segunda. El Sevilla, que debía cumplir varios contratos en América, llamó a Cabrera para el viaje. El de La Algaba ya era una figura. Cobraba cien mil pesetas. Cuando regresó a España volvió al Jaén. Había que terminar el trabajo iniciado. Se ascendió a Primera. El Jaén tenía otra vez una delantera goleadora. Los extremos eran Bomba y Ayala, el interior izquierdo, Lasuen . Cabrera y Arregui seguían de interior derecha y ariete respectivamente. Eran el terror de los porteros contrarios. Es la época triunfal. Cabrera vuelve a ocupar el puesto que corresponde a sus habilidades balompédicas. Cabrera, sin duda, empieza a pensar de nuevo en que la gloria futbolística está al alcance de sus manos.
– Es por aquel tiempo cuando me sucede la anécdota más graciosa de mi vida deportiva. Mi contrato, como le dicho, era de cien mil pesetas. Pero cincuenta mil me las pagaban por recibo. Como parecían haberse olvidado del “pellizco”, pedí el dinero a la directiva. Me dijeron que no. Que ya había cobrado “lo mío”. Y entonces me negué a jugar. Y ¿sabe usted lo que me sucedió?…
Cabrera se ríe como si el caso le hubiese ocurrido a otro. Cabrera se ríe como si se tratase de un chascarrillo.
– ¡Pues me metieron en la cárcel¡
Sí. Ahora Cabrera se ríe, pero uno sabe que aquellas pocas horas entre rejas fueron las más amargas de su vida.
– Ahora que ya ha pasado todo, le digo, ¿no fue allí, quizá, donde empezó a fraguarse su libro de hoy?
Cabrera se queda meditando. Hace memoria, examina los recuerdos:
– No, aquello ya no es más que una chufla. Pero lo que sí es cierto es que allí empecé a tomar en serio mi carrera.
– ¡Es verdad¡ ¡Si estamos hablando con un abogado¡ Habíamos perdido de vista sus estudios. ¿Qué fue de ellos entre tanto?
– Estudiaba poco, muy poco. Eso sí, todos los años iba a Sevilla para los exámenes. Lo que pasa es que no me examinaba. Me daba una vuelta por la calle Sierpes, me asomaba a la Universidad y regresaba a Jaén, si acaso, con alguna asignatura aprobada. En seis años de fútbol había hecho media carrera. En cuanto dejé el Jaén, de un golpe terminé la otra media: diecisiete asignaturas. La verdad es que nunca había descartado la idea de continuar con los estudios. Pero jugando al fútbol hay que tener una gran voluntad para apretar los codos.
Así pues, Cabrera se transforma en abogado y regresa a Sevilla. Le apasiona la abogacía, pero aún le tira el balón. El Betis está en Segunda y le llama. Acepta el envite y entre entrenamientos y partidos y viaje atiende como ayudante la cátedra de Derecho del Trabajo en la Universidad. Se vuelve a lesionar el otro menisco. Le operan de nuevo. En la clínica, que allí hay tiempo para todo, piensa que ha llegado a un punto de su camino en que hay que decidirse: a la derecha o a la izquierda. El fútbol y su profesión son incompatibles. Pero cuando se repone todavía tenía un oferta de Huelva, y se va allí a jugar dos meses. Son los últimos. Cabrera, en lo sucesivo, ya no dejará la toga por los borceguíes.
– Bien. ¿Y el libro?
– A medida que fui conociendo el Derecho comencé a pensar en la aberración jurídica que suponían las relaciones actuales de los jugadores, los clubs y las Federaciones. No; no tiene nada que ver aquel dinero que no quisieron pagarme. Para mi licenciatura preparé un trabajo corto, con ánimo de publicarlo en los Cuadernos de Política Social. Ya conocía a Alonso Olea. Le entregué mi trabajo, le gustó y me dijo que no lo publicase. A Alonso Olea le gustaba tanto el tema, que había pensado en escribir sobre él, y hasta se le había ocurrido ser directivo para conocer de cerca el mundillo del fútbol. Cuando vio mis cuartillas renunció a sus propósitos y me animó en los míos, porque, según él, mi doble condición de futbolista y abogado podía ser decisiva.
– ¿Y usted…?
– Pues a escribir. Entre lo que a mí me gusta esto y lo que él me ha estimulado ha salido el libro en ocho meses., desde julio a marzo, quedó escrito.
– ¿Y qué se propone?
– Simplemente, que sirva de base para una ordenación de esta actividad. Desde hace tiempo en Italia se analizan los casos que origina el contrato de trabajo futbolístico en la Revista del Derecho Deportivo. En Brasil se ha reconocido ya que hay que llegar a una ordenación jurídica.
– ¿Y cree que eso será fácil? La Federación…
– Ya sé lo que va a decir. La Federación está en la obligación de imponer una disciplina. En ese mismo punto acaba su intervención. En el contrato que liga a una entidad colectiva , por asociativa que sea, debe entender la jurisdicción competente.
En fin, de esto van a hablar en días sucesivos personalidades de la máxima competencia. El autor podría creerse que arrima el ascua a su sardina. Y por otra parte, aquí no se trata más que de presentar el caso Cabrera, un delantero al que el fútbol le dejó tiempo para hacerse abogado, que entre gol y gol se echó media carrera al coleto, y que luego, de una sentada, aprobó lo que quedaba. Y para final, como remate, un libro de tema sorprendentemente inédito ¿Cómo remate?…
– Usted que anda tan cerca de la cátedra ¿no aspira a sentarse algún día en ella como titular?
La charla nerviosa de Cabrera es muy difícil de frenar, ¿les pasaba también eso a los defensas?; sin embargo, ahora se queda suspenso un instante.
– ¿La cátedra? Ya veremos… Habrá que pensarlo, pero a largo plazo.
Fuente: Cronos en Marca, 22 de febrero de 1961