Er Trofeo, de Manuel Fernández de Córdoba.

El relato que hoy traemos a Manquepierda se publicó en ABC el 19 de agosto de 1980, a cargo del periodista Manuel Fernández de Córdoba y es un fiel testimonio de otro fútbol. Un fútbol ya desaparecido y que tenía en el mes de agosto la primera de las cúspides de la temporada con la disputa del Trofeo Ciudad de Sevilla, que en esos años tenía un poder de convocatoria y movilización enorme.
Jugado alternativamente en los campos de Sevilla y Betis, y con la participación de los dos equipos sevillanos más dos conjuntos extranjeros, se desarrolló bajo este formato entre 1972 y 1981. Posteriormente se jugaron otras ediciones, de forma intermitente hasta 1994, pero ya con otros formatos, o con la participación de sólo uno de los dos equipos y desde luego ya nunca volvió a ser lo mismo.
En su etapa inicial, en una época en que no había saturación de fútbol televisado y en que la temporada oficial no se iniciaba hasta septiembre, los trofeos veraniegos eran esperados por los aficionados, que veían en la conquista del Colombino, Carranza o Ciudad de Sevilla los presagios de una buena o mala temporada.
Pero como los presupuestos de los equipos dependían tanto de los abonos de socios y taquillajes, era un arma de doble filo, ya que un mal resultado en estos partidos de pretemporada podía perjudicar de forma importante a los ingresos del club. Eso fue lo que sucedió en esta edición de 1980, en la que el Betis se impuso al Sevilla 1-2 en el Sánchez PIzjuán. Tiempo después en la asamblea de socios sevillista se determinó no jugar más el Trofeo si participaban los dos equipos de forma conjunta, que se jugó en 1981 en el Villamarín por última vez en su formato original.
Pero valga este artículo de Manuel Fernández de Córdoba para intentar rememorar el ambiente que rodeaba a la ciudad en esos días de Trofeo.
Ya está aquí. Esta noche mismo empieza. Amantes de la pelota, drogadictos del cuatro-tres-tres, fervorosos del córner, discutidores del orsay, er Trofeo llama a nuestras puertas. Ya se acabó la desesperante espera, ya mismo habrá quinielas, Liga, Copa, partidos, domingos por la tarde, carrusel deportivo, tío pepe y su sobrino, crónicas, alineaciones probables, dudas de última hora, ciertas molestias en los abductores, banquillo, broncas a los árbitros, ceses de entrenadores, encuentros de máxima rivalidad, todos-los-partidos-son-difíciles, no-hay-enemigo-pequeño, ahora hay mucha igualdad entre todos los equipos, cualquiera puede dar la sorpresa.
Es el aperitivo. Usted deja a la familia bien metida en arena, bajo la sombrilla, coge carretera y paipai y se encaja en el sitio. Ya era demasiado. Un largo y cálido verano sin fútbol, un no saber qué hacer los domingos después de comer, ni los viernes antes de las seis de la tarde para rellenar ese uno-equis-dos soñador que siempre le toca a otro, ese sofocón de lunes por la mañana en la oficina, la moviola que le demuestra que su equipo es muy bueno y el árbitro muy malo, la poltrona, la burrocracia, el gol fantasma y hasta—según cuentan—el amaño, el tongo, la tomadura de pelo, lo caras que están las entradas, el ya no hay futbolistas como los de antes.
Er Trofeo. Esa banda de música, ese pedazo de plata repujada, esas nochecitas de agosto, esas cubanitas pegándose a los costados en puro sudor, el bocadillo para el descanso, la neverita portátil, el cervezón frío a reventar, la botita de vino apretujaíta hasta el tapón, el abono para los cuatro partidos, el ansiado, temido, esperado y deseado Sevilla-Betis, el dalequetepego a los rincones del primer amago de infarto, la pancarta, el atasco de la salida, los chorizos haciendo el agosto a final de mes, la reventa por las nubes, usted diciendo que ya no viene más y deseando que anuncien otro partido para no perdérselo…
Es er Trofeo. Ni los más viejos del lugar, cuando surgió la idea, se lo creían. ¿En agosto, con todo el personal en la playa, la familia, el transistó, los últimos días para ligar bronce, sacarle partido al apartamento, descansar todo el cansancio del mes, venirse para el fútbol? Pero empezó esto del Trofeo y venga. Lleno que te crio. Otro año y otro lleno. Otro más, y más gente. Así va la cosa ya por nueve y, oye, como el primer día.
– Pues este año veo yo menos animación
– Porque no se ha puesto usted en la cola de las entradas, que si no…
Tiene er Trofeo todos los ingredientes precisos (y que no falten, oiga). El que sea sevillista, a ver si pierde el Betis; el que sea bético, a conformarse con que el Sevilla no llegue a la final; el que está de rodríguez, al menos mal, mujer, que ahora llega esto der Trofeo y me distraigo un poquito porque estoy de aburrío…; el que no ha podido rodriguear, a echar la canita al aire que un día es un día, y a la parienta se le puede decir que hubo prórroga, y penaltis, y un follón de gente a la salida, y que no veas tú que atasco tan grande que había en la puerta, que me dejaron el coche encerrao y ya ves, que me dieron las siete de la mañana pegao al campo, sin moverme. A ver si tú te crees que me pueden quedar ganas de ná después de la caló que pasé.
Er Trofeo. Hoy mismito, cuando se aplaque una mijita la caló, ya sabe lo que tiene que hacer.
– Pues a mí el fútbol ni fú ni fá…
– Ni a mí, pero en er Trofeo…