Ese es el gol que…, de Manuel Fernández de Córdoba

El 6 de abril de 1981 en el Villamarín el Betis se impuso 2-0 al Athletic. El equipo verdiblanco, dirigido por Luis Carriega, se impuso con dos goles, uno al filo del descanso en un hábil robo de balón a la defensa de Enrique Morán, y el otro en una espléndida jugada recién iniciada la segunda parte del Lobo Diarte.
Más de 40 años han pasado de la maravilla que esa tarde hizo en el césped del Villamarín el delantero paraguayo, pero aún está en la memoria de los que tuvimos la suerte de presenciarlo. Para los que no lo vieron aquí está el magnífico relato que al día siguiente en las páginas de AB hizo el periodista Manuel Fernández de Córdoba.
– Mira, ese es el gol que siempre sueña un futbolista…
No ha hecho el balón sino estallar en las redes y el clamor ha recorrido de punta a punta la grada. Simultáneamente. Al mismo compás. Levanta los brazos Diarte, Villamarín entero se ha hecho pañuelos, no quedan manos para aplaudir y por la verita de la Palmera ha quedado grabado en oro el cómo se hace un golazo, el de qué forma—en una jugada, en una sola jugada—se puede poner, y se pone, todo un campo boca abajo, al revés, y desatar el frenesí partiendo los moldes. Las gargantas—todavía no se lo explica Cedrún; todavía se duele Goicoechea—recobran la voz tras enmudecer de asombro y un “qué bonito, qué bonito” anda creciendo en murmullos mientras la otra esquina quiere romper en “Lobo, Lobo, Lobo”, el eco del Beti-Beti-eti…
-Sí, ése es el gol que siempre sueña un futbolista…
Rogelio Sosa es quien define cuando todo ha pasado, cuando en los aledaños de la sala de prensa se espera—bolígrafos, block, magnetófonos, cámaras—que salgan los protagonistas, que cada uno—si pueden, si aciertan con las palabras—explique el cómo y el de qué forma se puede marcar un gol así.
El gol comenzó, para mí, cuando se cumplía el primer tiempo, cuando todavía iba el cero a cero en las tablas; bastante tiempo después de que un chaval llamado Barroso hiciera un paradón de lujo en momento clave y poco tiempo antes de que Morán se fabricara su penalti. Fue justamente en el minuto cuarenta. Ahí comenzó el gol…
El balón se había puesto en el punto de penalti, creo recordar que por quien sabe ponerlo donde quiere: Flaco Cardeñosa. Arrancó el Lobo y arrancó Cedrún. Llegó Cedrún al balón y Diarte metió el pie haciéndole falta. Entrada dura. Quizás de tarjeta. Allí hubo un poquito de gresca, tangana, empujones. Allí Goicoechea agarró por los pelos al Lobo para levantarlo. Allí Diarte empujó al vasco y allí, pienso, se fraguó la venganza del Lobo, de pagarle el tirón de pelos con crujirle cintura al “cinco” de los leones.
- Los futbolistas, ¿sabes?, lo soñamos siempre. Le voy a dar así, me voy a ir por allí, la voy a poner por allá…Ya te digo, el eterno sueño que tenemos los peloteros
Núñez—faltaba muy poco para el descanso—ha querido engañar a Morán y el extremo le ha adivinado la intención. El lateral quería quebrar y salió quebrado; el “dos” quiso mandarla a su portero y se encontró a quien tiene carburante de lujo en sus piernas para el sprint. Morán pega dos zancadas, se hace con el balón, sale Cedrún, le dribla, el hijo gigante de Carmelo hace penalti. Morán–¿cuántos positivos, cuantos puntos lleva el asturiano en sus botas?—lo sufre y Morán lo marca. Uno a cero. Todos a la caseta. Y camino de los vestuarios, un Lobo recuerda un tirón de pelos, un diálogo fuerte con “Goico”, algunas palabras cruzadas con el cachorro de Carmelo y espera a la segunda mitad a ver cómo y de qué forma puede vengarse…
Es el sueño del maletilla pegándole verónicas al toro del aire con el pensamiento puesto en la Maestranza; es la obsesión de todo el que se viste de corto para salir a la yerba; es la ilusión del pelotero de lujo; lo que muchas veces sólo sale en el caletre o se pierde en los entrenamientos con juveniles; es lo que hace sentenciar al aficionado eso de “el día que le salga en domingo sale a hombros, fijo”. Y casi nunca se puede cumplir.
Ha comenzado la segunda parte. El Athletic—vaya por delante—ha demostrado poco, casi nada; estos cachorros pueden ser, pero todavía no son. El Betis había salido desde el principio sin Esnaola y sonaba rarísimo por los altavoces de ambiente, al cantar la alineación, que tras las palabras “Real Betis Balompié”, no fuese pegado un nombre que es mito. El Betis salía con otro chaval con el “once” en la espalda—Casado—que cumplía también ese sueño de verse titular en Heliópolis. El Betis venía de hacerle dos goles—dos goles de Morán, esa flecha que vaya a saber usted por qué anda medio traspasado—al Almería y de recobrar el ánimo que se llevara de Heliópolis el gol de Sánchez Vallés. El Betis seguía con Alex atrás—partido a partido haciéndose—con Parra por medio en pelotero carísimo, con Gordiilo en todas partes como vendaval y con “Flaco” en eterno maestro. El Betis comenzaba la segunda parte con un uno/cero a favor, tres cuartos de hora por jugar y un minuto para recordar siempre. Justamente ese primer minuto de la segunda parte…
“Flaco” ha recogido el balón cerca de su propia área, ha avanzado unos metros cerquita e la banda izquierda, ha levantado la vista y observado que se la pide Diarte. Anda el nueve pegado a la raya, justo en el ángulo que divide los campos. Tiene a su lado a Purroy. Balón al Lobo, quiebro ralentizado al “cuatro” rojiblanco picando el balón, haciéndose la pared, primer latigazo para la grada. Tiene campo por delante. Morán abre brecha por la derecha; Parrita sube por medio; el “Flaco” mira desde lejos; Cedrún aguarda bajo los palos. Arranca el Lobo con la pelota cosida a la bota, recto hacia Goicoechea—sí, el del tirón de pelos—sabiéndose superior. Un regate, olé; un quiebro de cintura, olé; un dribling, olé; tres zancadas, ole y ole. Goico se duele, en parte, se retuerce; Cedrún quiere cubrir puerta, abre los brazos, adivina lo que puede gastarle el Lobo como siga quebrando. Goico se rinde. Diarte está llegando al área cansado de pegarle pases, en locura de fútbol, en ése balón con que sueña cada futbolista. Un último sesgo en carrera, pelotazo con la derecha, balón mortal al otro palo, buscando el hierro, imposible. Balón que restalla en las redes, la grada quiere morirse mientras por el banquillo de los verdes explota Luis Carriega, el gallego que lo descubrió en La Romareda, el sabio que insistió siempre en tenerlo en verdiblanco. Pañuelos fuera. Goico se echa mano a los riñones y se acuerda, pienso, de un tirón de pelos; Cedrún no da crédito a lo que ha visto. Lobo, Lobo, Lobo en la grada. La escandalera. No es sueño. Es Diarte. Aquel al que llaman el Lobo.