Jorge Mendoza, el artista, de Manuel Sarmiento
Entre la abundante nómina de jugadores extranjeros que llegaron al fútbol español a finales de los años 50 hubo de todo. Desde rutilantes estrellas internacionales que marcaron época en los club en los que jugaron, hasta jugadores desconocidos que pasaron sin pena ni gloria.
Jorge Mendoça no era ni una cosa ni la otra. Un futbolista angolano, cuando Angola aún era una colonia portuguesa, que llegó al Deportivo de La Coruña con dos hermanos suyos desde el fútbol portugués,
Destacó y pasó al Atlético de Madrid donde, por espacio de 9 temporadas, fue una de las estrellas del universo rojiblanco de los años 60. El periodista Manuel Sarmiento Birba hizo esta semblanza suya en el diario AS en 1990 con motivo de la duda de un aficionado atlético sobre una salida a hombros del jugador en el antiguo Metropolitano.
En el barrio de Pacífico, de Madrid, a la vera del parque del Retiro, vive uno como si estuviese en una ciudad aparte. Tranquilidad, buenos amigos, bares y cafeterías a porrillo. Tantos años en una barriada de ese carisma, de esa simpatía, suponen tener amigos por casi todas las esquinas. Hay unos cuantos, casi todos seguidores del Atlético de Madrid, que mantienen un fuego sagrado sobre lo que esperan y desean del club colchonero. Son tantos, que citarlos sería difícil por aquello de los olvidos. Aparte que dicha relación no supondría, periodísticamente, noticia alguna. Pero sí es interesante que uno de ellos, Javier Vargas, en contraposición con el madridista Segundo Gonzalo, solicite de mí que pueda decirle qué ha sido de Jorge Mendoza, una de las más grandes figuras del fútbol español, pese a su nacionalidad portuguesa, luego angolana al hacerse este país colonial africano independiente, y de forma especial si es cierto que en un partido jugado en el desaparecido estadio Metropolitano, sede tantos años del Atlético, fue sacado en una ocasión a hombros por los aficionados.
Ya es curioso que este deseo sobre Jorge Mendoza llegue a mí en estos momentos, porque parece que es cosa de brujas, toda vez que hace escasos días recibí la misma petición de un lector de la ciudad de Coruña. Se ve que hay una especie de telepatía entre los lectores, o por los menos, entre los seguidores de quien fue tan excepcional jugador de fútbol.
Jorge Mendoza llegó un día a La Coruña, en compañía de dos de sus hermanos, para reforzar al Deportivo. Procedían del fútbol portugués. Su arribada a La Coruña no tenía otra misión que salvar al Deportivo de la ciudad gallega, que atravesaba una delicada situación clasificatoria. Corrían los días de la temporada 1957-58. Su refuerzo fue positivo, porque el Deportivo salvó su permanencia y pronto el Atlético de Madrid se fijó en él, enrolándole en sus filas. Luego estaría nada menos que nueve años ligado a los colores colchoneros. Fue su gran época y fue cuando en el Metropolitano y en el Vicente Calderón, cuando se trasladaron a la vera del Manzanares, Mendoza desarrolló el formidable fútbol que llevaba dentro.
Jorge Mendoza tenía una gran estampa física, ere elegante en su juego y era lístisimo en la concepción del mismo. Tenía una técnica realmente perfecta y puedo decir que ha sido uno de los más grandes jugadores que yo he conocido. Futbolísticamente lo tenía todo. Era casi perfecto. Solo arrastraba una situación de desánimo, no pocas veces, que influía de forma decisiva en su juego. Cuando esto ocurría, Mendoza se inhibía un tanto. Su zancada, en medio campo, con el balón controlado, era digna de verse, sus pases eran perfectos, su regate seco y su disparo durísimo. Tenía un buen juego de cabeza y era, ante todo, un espectáculo ver sus condiciones en pleno juego. Ya dije anteriormente que su único defecto era la abulia que en no pocas veces le entraba sin que pudiera saberse la causa o motivo de tales bajones. Esto le costó no pocos disgustos, aparte su personalidad un tanto introvertida. Pero aparte estas circunstancias, Mendoza era un jugador que hoy en día no tendría precio. Era un futbolista que tenía, por ejemplo, una zancada como pueda tener Míchel, pero tenía sobre éste superior juego de cabeza y un disparo de mucha más potencia. Era listo y «cuco». Esta última acepción en el hecho de que sabía cuando el adversario era esencialmente peligroso y duro. Entonces Mendoza, que era un verdadero artista, rehuía el choque porque él estaba en el campo para jugar al fútbol, pero no para ir a la guerra.
Respecto a este hecho de salir a hombros en un campo de fútbol, nada más cierto. Ese partido lo presencié yo hace muchos años en el Metropolitano. Fue en 1965. Era un encuentro de competición europea que jugó el Atlético de Madrid contra el Dinamo de Zagreb yugoslavo. Mendoza estuvo genial en el desarrollo del partido, marcó goles sensacionales aquel día y logró hacer una jugada que serviría de modelo en no pocas escuelas de entrenadores de España y del extranjero. Fue un tanto marcado en la portería que daba al chalé, al fondo de la Ciudad Universitaria, que supuso casi una afrenta para el guardameta eslavo. Tras dejarse atrás a dos zagueros, hizo una finta al portero del Dínamo, y cuando éste salía hacia él, le elevó el balón suavemente, lo preciso y justo para que fuese al fondo de la red. Al terminar el encuentro, el público saltó al campo y llevó a hombros al jugador hasta los vestuarios. Era el premio a una jugada tan sensacional como única. Jugadas de las que queda el recuerdo para siempre de forma indeleble.
Sí, Mendoza no sólo fue un atleta, con un físico apropiado para ello. Mendoza fue un jugador realmente excepcional. En el Barcelona no tuvieron paciencia con él. Fichó por tres años y sólo jugó una temporada. En el Mallorca actuó en pocos encuentros, se lesionó de menisco y dejó el fútbol. Tenía solamente treinta años de edad cuando sucedió esto. Se había acabado una figura legendaria del balompié. Por lo menos para nosotros.
Fuente: Manuel sarmiento Birba en AS 23 de enero de 1990