Juan Petralanda, de Manolo Rodríguez.

Como hemos visto recientemente aquí, se han cumplido esta semana 40 años del fallecimiento de Juan Petralanda, uno de los béticos clásicos que desde los años 40 hasta su fallecimiento se convirtió en una de las figuras señeras de la dirigencia bética.
Famosas y decisivas fueron sus intervenciones en las asambleas de socios de las décadas de los 60 y 70, donde su voz siempre solía poner cordura y reflexión en aquellas reuniones, a veces interminables.
Dos días después de su fallecimiento, acontecido el 25 de junio de 1985, la pluma del periodista Manolo Rodríguez le recordaba en su sección El balón cuadrado, en las páginas de Diario 16 Andalucía.
Es cruel la manera con la que juega el Betis con el destino y con las fechas. Un 25 de junio de hace ocho años los verdiblancos se llevaron a sus vitrinas la primera Copa del Rey; otro 25 de junio, de hace dos, los jóvenes cachorros del beticismo se alzaron con el torneo de juveniles, y el martes, otro 25 de junio, falleció en Sevilla Juan Petralanda Ochandiano.
Tres fechas en paralelo porque Juan Petralanda es tan Betis como aquel que levantó la Copa en el Manzanares, y tanta esperanza de futuro como aquel conjunto juvenil que cantó el alirón en Ciudad Real. Los tres son una misma cosa.
Con Juan Petralanda se ha ido un trozo del Betis irrecuperable. Se ha marchado la más prestigiosa figura del beticismo actual. El gran patrón que miraba atentamente desde los observatorios de la historia, el que desempolvaba los recuerdos y el magisterio, el que alumbró el camino a tantas generaciones que hoy laten en torno a ese sentimiento inexplicable.
A estas horas, el homenaje a Juan Petralanda quizá debiera ser un testimonio sobrio, adusto como era él, firme como fue en vida. Pero es difícil, muy difícil. La emotividad, aunque no se quiera, cuartea los análisis.
Yo lo recuerdo imponiendo la razón en las acaloradas gargantas asamblearias; lo vuelvo a ver en los pasillos del colegio Claret diciéndome aquello de “mire, ahora ya no hay problemas. Nunca es duro dosificar la euforia. Lo duro es lo que hemos dejado atrás. No sé si sabe que, en una ocasión, con motivo de un Betis-Chamartín, estábamos en el campo treinta personas”. Y yo asentía. Anotaba en las agendas del agradecimiento el maravilloso ejemplo de un hombre que, desde la más implacable lógica, quiso al Betis más que a cualquier otra cosa.
Por todo ello, quizá sería peregrino pedirles a los béticos del momento que aprendieran de su talante, de las palabras sencillas con las que siempre les llegó al corazón. Pero creo que no hace falta, que no es necesario que miren a su pasado, porque su pasado es la realidad actual del Betis del estadio digno, de las figuras en la yerba, de los símbolos en la calle. Mirando al Betis se ve a Juan Petralanda. Y desgraciadamente se ha ido.
Es urgente que alguien guarde ahora las banderas, que alguien se convierta en depositario de las esencias, que alguien tome su relevo en la historia. La gran familia bética se ha quedado huérfana. Faltará un consejo imprescindible, pero sobrarán recuerdos. La entidad está en la obligación moral de explicarles a las nuevas generaciones quien fue uno de sus patriarcas.