Más don Julio que nunca, de Luis Carlos Peris

El paso de Julio Cardeñosa por el banquillo del primer equipo del Real Betis Balompié finalizó el 14 de octubre de 1990, tras 7 partidos de Liga.
El equipo había ascendido de la mano de Julio Cardeñosa en el mes de mayo, y desde muy pronto se vio que la plantilla, joven y con muchos canteranos, lo iba a pasar mal para mantener la categoría. Durante toda la pretemporada se sucedieron los intentos de reforzar el equipo, pero gran parte del presupuesto económico para ello se fue en el fichaje de Jordi Vinyals, que desde luego no dio para nada el rendimiento esperado. Los otros fichajes que vinieron (Rodolfo Dapena y Luis Miguel Fernández) no elevaron tampoco el nivel del equipo.
Julio Cardeñosa tuvo diversos enfrentamientos con parte de la directiva que dirigía Hugo Galera. Los refuerzos prometidos no venían y el Betis era el único equipo de Primera División que no tenía cubierta ninguna plaza de los dos extranjeros entonces permitidos. Rumores continuos sobre el interés en futbolistas del este de Europa, con los rusos Andrei Kobelev e Igor Dobrovolski y el búlgaro Iliyan Kiryakov como principales objetivos, y que no llegaban a ninguna parte.
Tras la derrota en casa frente al Sevilla una parte importante de la directiva, encabezada por José León, planteó el cese de Cardeñosa, lo que de momento no se produjo, aunque sí hubo un ultimátum directivo que se consumó el día 14 tras una derrota en Mallorca y un empate en casa frente al Zaragoza.
Julio Cardeñosa compareció ante los medios de comunicación tras su cese el 16 de octubre, y en un gesto elegante, cuando todo el mundo esperaba declaraciones altisonantes como consecuencia de sus roces con la directiva, se despidió de su puesto de entrenador y asumió el trabajo realizado, así como las consecuencias de los malos resultados.
En las páginas de Diario 16 Andalucía el periodista Luis Carlos Peris realzaba al día siguiente la figura de don Julio, como siempre le ha conocido la afición verdiblanca.
Por cierto, muy mal se portó el club con él. En la temporada siguiente, la 91-92, le encomendó la preparación del tercer equipo juvenil de la sociedad, por detrás de técnicos con un currículum futbolístico muy inferior al del vallisoletano. Y en julio de 1992 sencillamente le despidieron, cortando así la carrera que desde 1974 le había vinculado al Real Betis Balompié, primero como futbolista y luego como miembro de la secretaría técnica y del cuerpo técnico.
Resulta tan raro que un futbolista se gane el respetuoso tratamiento del don a través de su trabajo en el terreno de juego, ya que es más lógico el alias o el diminutivo familiar a la hora de recitar las alineaciones.
A Pirri quiso quitarle el Real Madrid el apelativo para llamarle por su apellido, Martínez por cierto, y le fue de todo punto imposible. Se quedó con el Pirri para los restos y ahora, cuando se habla del doctor Martínez no lo conoce nadie hasta que llega la rectificación ridícula de llamarle doctor Pirri.
Bueno, pues en los terrenos de juego se ganó el don un futbolista del Betis que atiende por Julio Cardeñosa. Aquello del Flaco que acuñó Laszy Kubala nunca tuvo predicamento entre la afición bética, que seguía anteponiéndole el don al nombre de su gran ídolo. Era un Betis de José Ramón Esnaola, Paco Bizcocho, Rafaelito Gordillo, Javier López, Antonio Benítez y don Julio Cardeñosa. Se lo había ganado con su fútbol de alta cuna, merecedor de desarrollarlos en la Scala milanesa y digno de ser presenciado con ropajes de gran gala. Aquellos controles en balones llovidos, aquella perspectiva que Cardeñosa tenía del juego le acarrearon esa veneración y se quedó con el don Julio hasta que la muerte nos separe.
Pero ayer, mientras el don de la lluvia caía inmisericorde sobre Heliópolis, Julio Cardeñosa fue más don Julio que nunca. Comiéndose la pena que le corroía los adentros, Cardeñosa—el jugador 10 del mejor Betis—demostró un señorío inusual en estas ocasiones de cese. Un hombre acostumbrado a llorar de alegría—sólo lo vi con lágrimas cuando la Copa del Rey daba la vuelta al ruedo del Calderón y en la tarde agónica del ascenso con el Granada—luchaba porque las lágrimas no superasen el fielato de los párpados, y contestaba a cada pregunta sin lanzar ningún dardo hacia los que le habían echado.
Aunque desde el anonimato cobarde del más flagrante fuera de juego se haya satirizado cruelmente la historia del Betis en una de sus más señeras figuras, Cardeñosa se ha ido con el mismo talante que desarrolló en su larga vida de diez verdiblanco. Lo fácil hubiera sido echarle la culpa al empedrado de una directiva incapaz de sacar al Betis adelante, pero, entonces, hubiese sido uno más, no don Julio Cardeñosa.