Morir en verdiblanco, de Manuel Fernández de Córdoba

El 25 de septiembre de 1999 el Betis jugó en el Nou Camp frente al FC Barcelona. Para ese partido hubo varias peñas béticas que organizaron viajes para acompañar al equipo desde Sevilla.
Un autobús repleto de aficionados béticos, a la altura de Utiel, presenció como un turismo que circulaba delante de ellos volcó y la reacción del conductor del autobús fue inmediata: paró para auxiliar a los ocupantes del vehículo. Cuando intentaban ayudarles en su rescate otro coche arrolló al segundo conductor del autobús bético, Jesús Avecilla, que falleció como consecuencia del impacto, y a Francisco Javier Guerra, aficionado bético de 25 años y encargado de la tienda oficial del club, quien fue ingresado en la UCI del hospital de Requena, donde falleció el 5 de octubre.
En las páginas de ABC al día siguiente el periodista Manuel Ramírez Fernández de Córdoba rindió este póstumo homenaje a los fallecidos.
Iban, como se suele ir en estos largos viajes en autocar, bocinas, banderas, ilusiones, bocadillos, bromas y bromas, cabezaditas de sueño, cánticos, momentos para la conversación, jolgorio puro de quien ya paladeaba un partido, nada menos que en el Nou Camp, la lejanía de Barcelona, el gran Barça que hacía soñar con una proeza en verdiblanco y, de pronto, un coche ruedas arriba en plena autopista, frenazo del autobús y a salir a estampida a pretender salvar vidas sin saber ellos, Jesús Avecilla y Francisco Javier Guerra, que ahí iban a perder la suya cuando iban, como escribo, dispuestos a salvar la de los demás.
La otra tardenoche, la del Oviedo en Heliópolis, se volvió a hacer ese silencio absoluto que se guarda en el campo cuando se muere en verdiblanco. Ni una mosca se oía cuando el padre Angel Martín Sarmiento, con la voz tan firme como conteniendo que no se le quebrara, rezara un Padrenuestro por Jesús y todos los deseos para que Francisco Javier, aún jugando todavía aquella tardenoche el partido de su vida contra la muerte, se recuperara. No pudo ser. Uno, Jesús había muerto casi en el acto; otro, Francisco Javier, moría ayer.
No se me va de la retina, en escalofríos, la foto de Jesús con sus dos hijos, ni tampoco se me irá la que hoy publicamos de Francisco Javier en la tienda de su Betis rodeado de colores verdes y blancos y ajenos entonces, ay, al crespón negro que hoy embarga a toda la Sevilla futbolera que también guardó silencio en Nervión