Pichichi inenarrable, de Pedro Vallana
Rafael Moreno Aranzadi ,»Pichichi», nació en Bilbao en 1892, comenzando a jugar en el Athletic Club en 1911 hasta 1921 en que se retiró. Falleció al año siguiente de tifus, y es, sin duda alguna, uno de los referentes míticos tanto del club bilbaíno como del fútbol español en general. Recordemos que con el nombre de Pichichi se reconoce en la Liga española al máximo goleador, desde que en 1953 el diario deportivo Marca instituyera un trofeo que lleva el nombre del mítico jugador para aquel que marque más goles en cada temporada.
También es conocida la costumbre vigente desde 1926 en el estadio bilbaíno de San Mamés de colocar un ramo de flores ante el busto existente del jugador la primera vez que un equipo visita oficialmente el estadio. Este busto estuvo primero en la grada de Misericordia del estadio bilbaíno, cambiando de emplazamiento en 1953 y en 1982, año desde el que está junto al palco del estadio.
En 1933 Pedro Vallana, otro histórico del fútbol español, escribió en la revista deportiva Campeón este recuerdo a Rafael Moreno. Vallana había sido rival y compañero suyo; rival porque Vallana jugaba como defensa en el Arenas de Guecho, por aquel entonces el club que mantenía una acendrada rivalidad con los de San Mamés; compañero, porque ambos formaron parte de la primera selección española que se formó para participar en los Juegos Olímpicos de Amberes en 1920, donde, en una brillante participación, se consiguió la segunda posición y por tanto la medalla de plata.
Pichichi inenarrable
Campeón, revista deportiva de fuerte expansión en la Península, eco de la fama del mundillo dedicado al juego por el juego mismo, debe ceder un hueco, por su propio honor, a la figura excelsa del jugador de fútbol que en vida respondió al apodo eufónico, elegante, de niño, engarzado en un cuerpo de atleta: Rafael Moreno, Pichichi.
De Pichichi no se ha escrito todavía su apología de jugador. De una talla de jugador que Mateos calificó de “inenarrable”.
Para mí, ya lo he dicho otras veces, Pichichi no ha tenido su par. Acuden en seguida a la memoria una serie de nombres privilegiados por el favor público, y desmenuzando uno a uno su calidad y las cualidades que les hacen sobresalir, no tienen o han tenido los quilates de valor que no dudo en otorgar al malogrado amigo.
Pichichi fue un precursor del fútbol en España. En una época en que el mejor era él, en que los encuentros amistosos ó de campeonato eran espaciados y poco regulados para la continuidad y sostenimiento de un entrenamiento eficaz, en que no había “artistas” de los que aprender, haber practicado toda una escuela superior de lo que hoy una pequeña parte y defectuosa se cotiza elevadamente y se reserva para días de relumbrón ante enemigos adecuados, tiene un mérito, a mi juicio, grandioso e indestructible.
Pichichi jugaba en el ataque y en la defensa, empleándose en esta dicción todo cuanto los discutidores quieran comprender en ella; su juego de cabeza respondía a su inteligencia avisada; chutaba y driblaba con ambos pies; se acomodaba a todos los puestos del equipo, cosa lógica, porque la acción del juego era simplemente la realización de la profunda concepción que de él tenía; templaba los pases; era rápido en sus movimientos; decidido en los choques, de los que con su habilidad triunfaba siempre; individual excesivo a veces por gusto, por afición o por necesidad debido a la falta de compañeros comprensivos de la excelsitud de su juego; conocedor del enemigo; de una colocación matemática; de un genio, de una displicencia que era justamente lo que determinaba su condición original de fenómeno sin par.
Era, pues, un jugador completo. Un diamante raro que actualmente se quiere valorar en cualquier advenedizo que no resiste una comparación superficial.
Sus trampas, sus “maldades”, sus triquiñuelas en el juego ¿qué eran sino sabios resortes manejados por su genio creador en ayuda y beneficio del desenvolvimiento de sus amplios conocimientos? El primer pisotón a un portero en un corner, el primer puntapié en el tobillo a un contrario a escondidas del árbitro, un codo metido en el estómago a un medio pelmazo, el primer tirón de camiseta en un salto de cabeza, los empujones a tiempo de remate, la elevación de brazos simulando una necesidad impulsiva, pero que aparta enemigos, todas son acciones que vi realizar a Pichichi. ¿De dónde las aprendió? ¿Por quién fue aleccionado? Probablemente por nadie. Los eufóricos ingleses empleados en minas, barcos y oficinas que practicaban el fútbol honesto de pasatiempo en fair play amable; la alegre reimportación de embajadores que la gente pudiente vascongada enviaba al país de la niebla para aprender su idioma , ninguno creo que pudiera enseñar a Pichichi nada original en el fútbol; los unos porque hubiera sido irreverencia mostrar la parte áspera del juego; los otros porque no se ocuparon posiblemente de verlo ni de jugarlo aturdidos por el torbellino de la City.
El dribling del cuerpo; la sequedad del tiro en marcha en cualquier postura con ambos pies … Ruete escribió: “Nadie igualó los cañonazos que sacudía”. Aquel portento colocaba en cualquier postura una bala en la red. Preguntad a los porteros de aquellos tiempos y os dirán “Era nuestra obsesión”. ¿Qué si fue grande en su puesto? ¡Colosal, enorme¡. El pase atrás, sumum de concepción de juego por aquel tiempo, el de la muerte, todo eso lo practicaba Pichichi por gusto, sin factura, con un anticipo de años a la cotización moderna por una sola de esas jugadas.
En el tiempo pasado, un René Petit más rápido, más enérgico, más fulminante en el juego, pudo comprender toda la grandiosidad de aquella figura. En los días presentes, de los jugadores que he visto en España sólo uno, Herrerita, tiene “su aire”. Es posible que llegue a acercarse, a igualar a Pichichi; es posible que se adocene y no pase nunca de un límite discreto. No vaticino su porvenir, señalo únicamente la circunstancia rara de que su estilo, “sus maneras”, son de las que fueron peculiares en Pichichi, menos acusadas, más difusamente marcadas, claro es, pero siguiendo la línea de aquel jugador para mí único en la historia del fútbol español.
De aquella figura, internacional en el ocaso de sus facultades, premio incoloro a una capacidad futbolística que Mateos calificó bien: Inenarrable.
Fuente: Campeón 18 de noviembre de 1933
