Raúl González, el eterno muchacho, de Francisco Correal.

El 29 de enero de 1995 Betis y Real Madrid se enfrentaron en el Villamarín, con empate a 0, en partido de la jornada 19 del Campeonato de Liga de Primera División.
En las filas madridista se alineó ese día un joven muchacho de 17 años llamado Raúl González y que había debutado con el primer equipo blanco en La Romareda en octubre de 1994. Era el partido número 11 que jugaba con el primer equipo del Real Madrid y la primera ocasión de las 31 veces que se enfrentaría al Betis en sus 16 temporadas con el conjunto blanco.
Fue Jorge Valdano quien le hizo debutar con esa edad tan joven y prácticamente desde el Real Madrid C, pues con el Real Madrid B sólo intervino en un partido en esa temporada 1994-95.
Al día siguiente del partido el periodista Francisco Correal, en su sección Marcaje al hombre en las páginas de Diario 16 Andalucía, le dedicó esta crónica comparando al joven futbolista con su entrenador, que también destacó muy joven. Lo que aún no se adivinaba era la inmensa trascendencia que Raúl tendría en los años venideros…
Los verdaderos sueños de fútbol de Jorge Valdano son los que con la complicidad de la neblina del recuerdo le ven reflejado en la anatomía imberbe y de rey pasmado de ese Raúl que el argentino subió en el montacargas de la Segunda B hasta el primer equipo. Desde el Corralejo y el Moscardó al Barça y el Bilbao. Como en las películas que recogen todas las trayectorias de una leyenda, en las que es preciso recurrir a más de un actor para reflejar la metamorfosis del personaje, en los títulos de crédito del madridismo, Raúl González Blanco, el Raulito, interpreta el papel de Valdano joven, el que todavía no había aterrizado en Mendizorroza.
Se trata de una licencia simbólica, nada literal ni balompédica, porque el míster y el niño tienen cuerpos y almas completamente diferentes para el fútbol. La infancia es la patria del escritor, la patria del futbolista en esa visión ensoñadora y literaria de Valdano que tanto tirón tiene entre Torquemadas de la progresía que no hace mucho te retiraban el saludo o miraban para otro lado si hablabas de fútbol.
La inocencia que Raúl exhibe en los campos de fútbol no es sólo la propia de su edad. Es inocente, por carecer de culpa alguna, de los éxitos y fracasos que dividen la última etapa del madridismo en dos mitades antagónicas, una gloriosa y otra patética. Libre de sospecha, puede moverse con ese desparpajo del niño que cuando se despide de Laudrup y Zamorano ve a escondidas Bola de dragón o pincha en su tocara a Laura Pausini.
Las cinco Ligas ganadas y las cuatro perdidas son nueve aldabonazos que pesan en la heráldica de un equipo que Valdano y Cappa pretenden exorcizar. No hay historia detrás de Raúl, cinco goles del chaval en la Liga y poco más. El Madrid está secuestrado por una suerte de historiadores amantes de las mayúsculas y las grandes palabras. Raúl llegó sin quinta, sin ruido, sin apellidos. ¿Quién es ese Raúl?
¿Dónde se mete el chico de diecisiete? ¿De dónde saca pá tanto como destaca? Vidakovic, Josete y Ureña intentan responder al interrogante del chotis. En el guión, si existe, parece el lazarillo de Zamorano, se desmarca al compás de los movimientos del chileno. Con el paso de los minutos, da la sensación de que es un ácrata, un ingenuo libertino paseando su osadía por uno de los símbolos más consolidados e inamovibles del orden en este país: el Real Madrid.
El niño va por libre, como si fuera el dueño del balón o su padre el director del colegio. Laudrup, el alumno más aventajado, le pasa balones prodigiosos. Fuera de los cánones, es el que más cerca tiene la posibilidad de mover el marcador: en sendos pases del danés desaprovechados por este infante, y en una ocasión de oro que desperdició por olvidar que Jaro, antaño suplente vitalicio de Buyo, es hoy por hoy el portero menos goleado.
Empató a faltas con Josete, el defensa verdiblanco que con más ahínco lo persiguió. Baja, sube, recorre el campo longitudinal, transversalmente. Es de una madera distinta a la que exhibía Emilio Butragueño cuando con algún año más que Raúl González asombró a los doctores. El sacrificio forma parte de su diccionario. Es, en cierta forma, un proletario consentido, alejado de esas pautas filoburguesas que acompañaron a la maduración de la quinta del Buitre.
Suyas fueron las ocasiones más claras y los errores más notorios ante la portería bética. Díaz Vega le anuló un gol y pasó por alto un posible penalti del mismo Josete. Valdano lo sustituyó a veinte minutos del final por Martín Vázquez. Se terminó el recreo para Raúl. Falló un gol, pero fue un buen chico. Gregorio Conejo le regaló un escudo del Betis.
Su titularidad—concepto equívoco en fútbol, donde no hay mayorazgos—es una de las sorpresas del campeonato. Igual es la réplica de Valdano, que intenta asimilar lo que decía Álvaro Mutis, que lo peor de envejecer es que dentro de cada uno hay un eterno muchacho que se niega a registrar el paso del tiempo.