Tab Ramos and Billy the Kid, de Francisco Correal

El 3 de noviembre de 1991 el Betis recibió en el Villamarín al Figueras, que acudía al recinto bético como flamante líder de la Segunda División.
Dos tantos de Bilek y uno de Gabino sirvieron a los de Jarabinsky para derrotar con comodidad al equipo catalán. Con los ampurdaneses se alinearon dos jugadores norteamericanos: Tab Ramos y Peter Vermes. El primero de ellos a la temporada siguiente recalaría en el Betis de la mano del nuevo técnico verdiblanco Jorge D´Alessandro, quien lo conocía bien precisamente de su etapa en el Figueras.
Al día siguiente del partido en su sección Marcaje al hombre, el periodista Francisco Correal, desde las páginas de Diario 16 Andalucía, glosaba a los jugadores norteamericanos del Figueras.
En la política de contratación de extranjeros se está imponiendo la política del monocultivo. Los holandeses del Milán, los alemanes del Inter, los colombianos del Valladolid, los checos del Betis, en los dos últimos casos, con Maturana y Jarabinsky, entrenadores de la misma nacionalidad para hacer menos onerosa la inversión en intérpretes, y los yanquis del Figueras.
La apuesta del equipo ampurdanés es la más arriesgada y exótica. Tiene sus compensaciones, a juzgar por la trayectoria de este modesto equipo que hasta ayer lideraba la Segunda División.
Norteamérica tiene una vocación fagocitadora en virtud de la cual todo lo asume y digiere. El mismo concepto de América que se atribuyen, siendo el país menos americano del continente. Cuando Simón Bolívar salía por el Retiro con su novia madrileña y preparaba la gran batalla contra el colonialismo, los Estados Unidos apenas eran una inmensa pradera en la que pastaban millones de búfalos. Su héroe más preclaro fue Daniel Boone.
Esa capacidad de adjetivar para universalizar es una majestuosa y taimada operación de “marketing”: el fútbol tuvo que refugiarse en las catacumbas del “soccer”, porque allí se juega el fútbol americano. Todo es americano en esa América, como si Martín Fierro o Pablo Neruda fueran camboyanos.
Del llamado fútbol americano se puede decir lo que Unamuno dijo de “El Pensamiento Navarro”. Por eso es meritorio ver por estos pagos a dos marginales como Tab Ramos y Peter Vermes, los dos norteamericanos del Figueras. El primero es un futbolista de verdad, quizás el más técnico y mejor dotado del equipo catalán. No en vano es uruguayo de nacimiento, alumbrado en el país con mayor densidad demográfica de futbolistas.
Destacó en el Mundial de Italia, al que su selección llegó fraudulentamente tras el “pucherazo” que un árbitro argentino protagonizó para dejar en la cuneta a Trinidad y Tobago. Su especialidad es el cambio de marcha y los “túneles”, vulgo las cachitas, variante de la que dejó sobrada constancia entre las piernas de la mayoría de defensores béticos. Suyo fue el más peligroso de los disparos del Figueras, que atajado espléndidamente por Fernández le permitirá aguantar una semana más en la portería en su Liga particular con Trujillo.
Vermes apareció en la segunda parte, supliendo a Urbieta. A diferencia de Ramos, que es delgado tirando a canijo, Peter Vermes es un típico producto norteamericano. Nacido en New Jersey hace veinticinco años, se graduó en equipos de Hungría y Holanda. Demasiado corpulento para triunfar como futbolista, demasiado blanco para probar fortuna en la NBA.
Tab ramos fue el motor del Figueras, cambiaba de posición con movilidad sorprendente. No pudo lucirse porque a Rodolfo Dapena Dapena le salió el partido de su vida. Los béticos tuvieron que atraparlo con medios poco ortodoxos en varias ocasiones. Al final buscó a Michael Bilek: ambos se enfrentaron en el Mundial italiano en tarde goleadora de Skhuravy. A Schilacci y compañía les costó Dios y ayuda vencer por la mínima a estos esforzados practicantes de un deporte que en Estados Unidos tiene menos adeptos que el Partido Comunista.
Por eso reconforta verlos en danza, preludio del Mundial que organizan sus compatriotas. A James Baker le ha costado menos persuadir a árabes e israelíes de lo que le costará a Kissinger llenar los estadios. Emigraron porque en su país el fútbol no gusta ni a granjeros ni a predicadores. Se sentían, Sabina dixit, como un torero al otro lado del telón de acero. O como una japonesa ganando un concurso de sevillanas en la Feria.
Fuente: Francisco Correal en Diario 16 Andalucía 4 de noviembre de 1991