«Adiós Miki» por José Miguel Navarro
Era el fin de semana en que se acabó la maldición de Francia. El fin de semana en que volvió River Plate a su sitio. El fin de semana en que se proclamó campeón el Arsenal… de Sarandí. El fin de semana en que Fernando Alonso nos regaló la exhibición más grande que se recuerda en la Fórmula 1. Lo era hasta que, cuando expiraba el domingo, saltaba la noticia: se había muerto Miki Roqué.
Miki Roqué llevaba enfermo mucho tiempo. Por culpa de un cáncer había tenido que dejar el fútbol mediada la temporada pasada. Lo había hecho para reestablecerse, luchar contra él y volver para recuperar su sitio en la jefatura de la zaga verdiblanca. Ese era el plan. Esa era la idea y, las noticias que periódicamente llegaban desde su Cataluña natal, corroboraban que todo marchaba conforme a lo esperado.
Miki había dado muchas vueltas en la vida. Desde su Tremp había marchado a Liverpool, donde se convertiría en el debutante más joven de los reds en Champions. Odham, Xerez y Cartagena fueron las siguientes estaciones en la carrera del muchacho, antes de llegar al Real Betis Balompié en principio para su filial. En el Betis Deportivo duraría poco. Pepe Mel enseguida le vería cualidades y le daría la alternativa con los mayores, en un periplo que interrumpiría la enfermedad.
El día que se fue, rodeado por Tomás Calero y Rafael Gordillo, Miki lloró de impotencia y rabia. Lo que quizá no sabía, es que sus lágrimas significaban también su despedida porque nunca más estaría dentro de ese templo que es el Villamarín y, lo que era un hasta luego, se convirtió así, desgraciadamente, en un adiós.
En su ausencia, los aficionados hicieron suyo el minuto veintiséis y, cada vez que los relojes marcaban ese instante, Heliópolis estallaba en cánticos con su nombre como protagonista. Era la manera en que, su gente, había decidido insuflarle ánimos.
La última vez que supimos de Miki, fue cuando el Betis visitó el Nou Camp. Esa tarde, el ilerdense se sentó en el palco para contemplar como sus compañeros asustaban al mismísimo FC Barcelona, levantando un dos-cero para terminar sucumbiendo con uno menos y entre el escándalo arbitral.
Anoche, cuando la caló derretía los termómetros, Italia y Alemania se disputaban el billete a semis y, los telediarios no habían empezado, el corazón del chaval se paró para que se hiciera leyenda. En menos de dos semanas, hubiese cumplido veinticuatro.
Inmediatamente, la pena irrumpía en las redes sociales y medios digitales.
Estoy seguro que el silencio veraniego de la Catedral de la Avenida de la Palmera, se rompió con el eco de ese soniquete que será eterno, desde ahora. No me cabe duda que las butacas vacías, vibraron con las almas de los béticos que ya están en el cielo. Estoy convencido que, hasta los de la Tribuna Frontón del vetusto Patronato, se pusieron en pié para aplaudir. Sé positivamente que, los abuelos del Betis Campeón de Andalucía, del Finalista de Copa del 31, del Campeón liguero y tantos y tantos legendarios futbolistas que portan la zamarra de los sueños celestiales, se fueron hacia la puerta para recibir al último de los suyos que ya iba de camino.
Allí no están todos los que son. Falta por llegar alguno que lo es. Esto es una verdad tan grande, como que esos partidos los vamos a vivir todos, más tarde o temprano.
Con él, a esa retaguardia no le va a hacer un gol ni el mismísimo San Pedro. Y que aquí deja un hueco que la Secretaría Técnica lleva intentando llenar meses. Ya no tienen que tener prisa Stosic y compañía. Formamos con doce desde anoche.
