Bautismo inolvidable en el Benito Villamarín por Clara Sanz
Aún no llego a los 25 y, aunque sé que todavía no son demasiados años los que llevo a mis espaldas, empiezan a acumularse ya en el DNI. No sé a qué edad me podré considerar ya adulta o una persona madura, pero lo que sí que sé es que hay cosas que se mantienen con los años, y mi beticismo no iba a ser una excepción.
Como decía, nací hace casi 25 años en Pamplona, una ciudad al norte de España que se vuelve loca allá por julio y que recobra la formalidad, o el fundamento como suele decir mi abuela, durante el resto del año. Sin embargo, aunque me enfunde el pañuelo, perdón, pañuelico rojo al cuello cuando debo hacerlo, mi corazón es verdiblanco desde que tengo uso de razón, que no es poco.
Cuando alguien se entera de que soy bética y que nací y vivo en Pamplona, poco les falta para llevarse las manos a la cabeza. Mis paisanos incluso se indignan y me espetan mi falta de coherencia por no ser osasunista pero es que yo… nací así. Realmente uno no sabe si nace o se hace pero, en este caso, creo que tiene un poco de las dos. Aunque muchas de mis raíces se sitúan en Andalucía, fue mi tío, natural de Cuenca, el que me hizo bética. Y la verdad es que me resistí poco.
Otro de mis secretos más inconfesables es que hasta el pasado 24 de febrero yo no había conocido nuestro templo, nuestro estadio, nuestra casa: el Benito Villamarín.
Avergonzada he tenido que confesar este secreto a todos los que me preguntaban antes de tal fecha seguros de que procedería a contarles algún partido inolvidable que ya había vivido en el coso sevillano pero no. Agachaba la cabeza, intentaba mantener la palidez en el rostro y les aseguraba que pronto viviría tal experiencia. Y así fue.
Si alguien tiene que elegir un resultado o un partido con el que estrenarse en el campo del equipo de tu vida, habría elegido el partido que yo viví. Ese día, el Real Betis goleó por 3 a 0 a un Málaga europeo con un gol de Jorge Molina marcado en el primer minuto de juego.
No puedo explicar la sensación que experimenté al entrar porque no sé si las palabras le harían del todo justicia, pero trataré de explicarme confesando también que, el día anterior atravesé la avenida de la Palmera, vía en la que está situado el estadio y noté unas ligeras lagrimillas que traté de contener por eso de salvaguardar la reputación, sin mucho éxito, he de añadir.
Pues bien, fue increíble, genial, magnífico, increíble, estupendo, formidable, increíble, inolvidable y… ¿he dicho ya increíble?. Imagino que hay cosas que nos emocionan enormemente, algo que nos toca muy adentro. Puede ser una canción, un cuadro, un discurso, un paisaje y, en este caso, una sensación. Una sensación de no estar de visitante en un campo ajeno pasando frío y recorriendo kilómetros para ver a los tuyos aunque tengas que celebrar los goles bajito y no alzar demasiado los brazos para evitar represalias rivales. Imagino que esa sensación fue un premio a la constancia, al apoyo desde la distancia y un reconocimiento de lo que ya me temía: soy rematadamente bética.

Noticia por Selu Vega
Bético de nacimiento, vocación y pasión. Desde Manquepierda intento acercarme a cada bético que puebla el mundo. Director del grupo Manquepierda.com. Si tienes alguna sugerencia o queja, conmigo puedes hablar. Vivo en Canarias pero tengo el corazón instalado en Heliópolis.