Querido bético…
Tú, que ahora te preguntas cuándo, cómo y por qué nació tu amor por el verdiblanco. Te cuestionas si es necesario tanto sufrimiento, tanta sinrazón y tanta decepción. Tú, que te dices a ti mismo eso de “¿por qué tanta derrota, si no paramos de luchar?”.
A ti, bético, hoy te digo que creas. Sí, que creas. Sé que resulta difícil en los tiempos que corren. Y no hablo del “manquepierda” como conformismo, hablo del “manquepierda” como lo que somos, guerreros que nunca se rinden, porque nuestra historia bien demuestra que jamás lo hicimos.
Nadie dijo que ser bético fuera fácil, pero es precisamente esa dificultad la que nos hace diferentes, la que ha llevado al beticismo a ser admirado por el resto de aficiones, llegando incluso a emocionar por sus ganas y por su imposición ante las adversidades, que, por desgracia, siempre han sido muchas.
El Betis somos nosotros. Los que animamos sin parar, los que entonamos el himno dejándonos la garganta, los que lloramos en la derrota y en la victoria, y los que nos indignamos por las injusticias. Somos los que nunca nos rendimos y los que jamás incluimos en el diccionario la palabra “abandonar”. Somos trece barras y 108 años de historia.
Querido bético, sé que te acuerdas de las veces que nos caímos, pero hoy quiero que recuerdes todas las que nos hemos levantado. Quiero que pienses en todos los momentos vividos, en aquellos en los que hicimos al Betis, si es que es posible, aún más grande.
Es el momento de volver a creer, de sentir más que nunca, de apiñarnos como balas de cañón, de saborear la esperanza. Algunos no lo entenderán, pero es que el Betis es algo inexplicable, un sentimiento tan grande que sólo está a la altura de los que “estamos locos de la cabeza…”.
