Ante el «encuentro histórico», de Celestino Fernández
El viernes 2 de diciembre de 1960 en las páginas del diario Sevilla el periodista Celestino Fernández publicaba esta columna en su espacio … y Sevilla, dedicada al derbi que dos días después se iba a jugar en el Villamarín contra el Sevilla.
Un partido más, por el valor de los puntos, pero con una mayor incidencia social para los aficionados de los dos conjuntos hispalenses, tal y como se refleja en el artículo. Gran parte de lo que comenta sigue siendo perfectamente válido a día de hoy.
Ya están al rojo vivo las dos aficiones: la bética y la sevillista. Sólo faltan dos días para que el “encuentro histórico” tenga lugar en el campo de Heliópolis, que el Betis estrena en calidad de propietario flamante. Dos días en los que todavía subirá más la tensión, porque la pasión futbolística, como el arte del circo, va a más siempre y guarda para el final sus grandes espectáculos.
A un amigo, nada aficionado, de esos que adoptan una posición entre académica y zumbona, porque se sienten satisfechos de estar por encima de unos y de otros y que miran a todos con mirada curiosa y superior, le hemos oído decir:
– El domingo voy yo también al fútbol. Claro que no voy a ver el juego. Voy a ver las caras de unos y de otros
Y como si fuera la réplica a esta frívola actitud, un “hincha” muy apasionado, de los que sufren terriblemente, nos ha dicho:
– Yo no voy a este partido. Y no voy por no verle la cara a algunos, si perdemos
Ver las caras, pues, de unos y de otros, antes y después del encuentro es algo interesante, como el antes y el después del chocolate. Partidos como éste descubren que los reglamentos y los diccionarios se equivocan cuando afirman que el fútbol es un deporte en el que participan veintidós jugadores, divididos en grupos de once. El fútbol es un juego de millares y de docenas de millares de personas, en el que no todas observan las reglas del juego. Esta es la única explicación que tiene el “caserismo” o factor de jugar donde se juega, en virtud del cual once hombres sobre campos idénticos juegan de distinta manera aquí que en Barcelona o en Manila, al igual que la misma uva produce un vino distinto en Valdepeñas que en Jerez. Lo malo es cuando este factor se reduce, como en el caso del Betis y el Sevilla, a sólo tres o cuatro kilómetros de distancia entre los dos estadios. Y el público de uno y otro son de la misma familia y de la misma vecindad, porque las grandes peleas de este mundo son las fraternales, por paradoja.
El partido entre el Sevilla y el Betis tiene ya un abolengo clásico, y sin ellos la Liga futbolística nacional perdería uno de sus alicientes. Hace unos días, en Barcelona, al oír hablar nuestro andaluz, un caballero vino a preguntarnos sobre el clima con que Sevilla aguardaba la gran prueba. Y horas más tarde en Madrid la servidumbre del Hotel Palace se mostraba más interesada por el Sevilla-Betis que por el destronamiento del pentacampeón, fórmula de hiriente e infortunada fonética, con que los madrileños, al compás de su Prensa, aluden ya al Real Madrid.
La frase que se oye por todas partes es ésta: “El domingo se va a armar la gorda”. Pero no se armará nada. Se llenará el campo. Se jugará. Ganarán unos, o ganarán otros. Aunque, eso sí, media Sevilla tendrá que acostarse a las ocho de la noche para no oír a la otra mitad.