Antonio Quijano, de Manuel Fernández de Córdoba
En 1952, cuando el Betis aún jugaba en Tercera División, llegó Antonio Quijano a la estructura técnica del Betis.
Lo hizo de la mano de José María De la Concha y desde ese momento siempre estuvo inmerso en la cantera bética, compartiendo el trabajo con los grandes prohombres de la fábrica verdiblanca (José María De la Concha, Andrés Aranda, Ernesto Pons, Jorge González, Pepe Valera, Pedro Buenaventura, Esteban Areta, Eduardo Manso, etc).
El 16 de agosto de 2001, cuando estaba a punto de alcanzar los 50 años de trabajo en el Real Betis Balompié, falleció con 74 años.
Desempeñaba entonces el cargo de coordinador de la cantera verdiblanca. Desde las páginas de ABC el periodista Manuel Fernández de Córdoba le dedicó este sentido artículo, en el que elogiaba el trabajo callado y metódico de un hombre que dedicó su vida al Real Betis Balompié.
Era de mucho hacer y poco figurar. Siempre en segundo plano, lejos de los oropeles del fútbol, sin sacar pecho para atribuirse descubrimientos, aunque el Betis más profundo lo conocía de sobra y sabía quién había recomendado a un chaval cuando empezaba, quién sabía ver, como pocos, ese brillante en bruto que otros, a lo peor, confundían como si fuese mero vidrio.
Conoció al Betis de las penurias y al de las grandezas, a aquel de Utrera y duquelas y aquel otro de Rusia en Eurobetis. Vivió pegado a su club del alma casi toda su vida sin que muchos, sobre todo los advenedizos de las vacas gordas, no aquéllos de los tiempos heroicos en que había que rifar las vacas para subsistir, le conocieran, pero nunca le importó que fuese así porque, pienso, a él le bastaba con ser fiel a su Betis y a su vida.
No dar cuartos al pregonero, no ponerse medallas que las merecía de sobra, no salir en los medios de comunicación porque mejor estaba casi en el anonimato voluntario de la sombra y era, como tantos otros que ya no están y muchos que todavía siguen, aunque desde la distancia de la jubilación, al pie del cañón verdiblanco porque forman parte de esa vieja guardia bética que ni se sube a los cielos de la arrogancia ni se bajan a los sótanos de la angustia cuando no salen las cosas como podían haberse soñado porque nada, ni de lo malo ni de lo bueno, podía asustarle a los que sabían, como este Antonio Quijano, que en las trece barras, en la historia albiverde, todo era posible. Y en esa historia está el por méritos propios.