Aquella edad inolvidable, de Ramiro Pinilla
El escritor Ramiro Pinilla a sus 90 años publicó en 2012, dos años antes de fallecer, «Aquella edad inolvidable», una novela de fútbol, relacionada con el Athletic de los años cuarenta. En esta novela de fútbol y de dignidad moral y resistencia pasiva se nos cuenta el efímero triunfo de Souto Menaya, alias Botas, un joven albañil de Getxo que toca la gloria en una final de Copa en 1943 y que conoce el infierno tras una grave lesión que lo retira del fútbol para siempre y le deja cojo.
Una historia sobre la desesperanza y sobre cómo salvaguardar la dignidad, y también una luminosa historia de amor, un sobrecogedor relato de familia y una memorable fábula moral.
En agosto de 1942, una tarde soleada, el peón de la obra llamó a Souto desde abajo blandiendo un sobre.
- Esa carta no es para mí, tengo novia en este pueblo y desde aquí arriba casi la veo peinarse–rió Souto desde el andamio, y los otros albañiles rieron con él.
Le gustaba ver el mundo desde las alturas, enladrillar el levante de una casa alternándolo con reojadas al paisaje. Si la obra estaba en la zona de Aizkorri alcanzaba a ver el caserío Berroena de Irune.
- Te dejo la carta debajo de esta piedra, dijo el peón
- Llévatela, será para otro, a mí solo me escriben los karramakos
- Pone tu nombre
- ¡Si no sabes leer¡
- Me lo ha dicho el cartero.—El peón tenía sesenta años y era cierto que no sabía leer–. También me ha dicho que viene del Athletic
Al mensajero le habría colmado advertir el cataclismo que recorrió a Souto de arriba abajo. Los demás tampoco se dieron cuenta. Sí que le vieron descender de tabla en tabla hasta el suelo, tomar la carta y permanecer con ella ante los ojos sin atreverse a abrirla. Los de la obra se paralizaron. Souto recorrió los rostros expectantes y rompió una punta del sobre. No solo no cabía su dedo sino que el sobre quedó pringado de cemento. Souto restregó la mano contra su camisa blanca y pringada y sacó el papel azul. Primero leyó para sí y luego para los de la obra. Lo citaban para el sábado a las siete y media.
- Ya no te veremos más que los domingos en San Mamés—le llegó desde la obra
- Es solo para hablar –tosió Souto
Se cambió de ropa y se lavó cara y manos en el delgado chorro de la manguera y corrió donde Irune. Aún había luz y la descubrió sacando patatas con su madre. La llamó desde lejos con un silbido. Era la primera vez que lo hacía. Ella echó a andar después de un encogimiento de hombros de su madre.
- Me llama el Athletic—l e anunció soplando contra la carta
Irune tardó en hablar, oteando un futuro incierto.
- Ahora te pondrán bocabajo y te caerán millones de los bolsillos y adiós a la lecherita—recitó con una sonrisa tan triste que a Souto le conmovió
La abrazó y estrechó con violencia, sin pensar en el delicioso cuerpo que abrazaba y con el que soñaba todas las noches sin faltar ni una y que aún no había catado. En la huerta, la madre esgrimió la azada y a punto estuvo de correr hacia ellos, pero vio que era un abrazo semejante al primero e inolvidable que ella recibiera en su tiempo y se limitó a envidiar a su hija.
Cuando por la noche Souto se sentó frente a su padre en la mesa de la cocina para cenar, no se atrevió a decírselo. Mientras se llevaba a la boca las cucharadas de patatas en salsa verde estudiaba el rostro de aquel hombre que pareció resucitar cuando su hijo pasó de jugar partidos en la playa a hacerlo en un campo de reglamento como el del Club Getxo. Ese día, Cecilio no supo cómo felicitar al hijo que ya se había convertido en un hombre de catorce años y concentró su alegría y su esperanza en un encogido “Bueno, bueno, bueno…” que enfrió a Souto. Cinco años después lo llamaron del Arenas. Y entonces Cecilio ya fue un poco más explícito: “¡La hostia, esto no lo para ya ni Franco¡”. Se vio así mismo tan inflamado que necesitó varios minutos para dar a su hijo la imagen de cordura que se espera de un padre: “Tú, tranquilo, chaval, que lo que ha de venir, si le sale de los cojones al que sea, vendrá. Tranquilo, ¿eh?”. De modo que ahora, a las puertas del Athletic, Souto eligió silenciar la gran noticia por si todo quedaba en agua de borrajas. No fue la verdadera razón. Lo cierto es que no se atrevió. Contempló a su padre sentado en un ángulo de la cocina cortándose en religioso silencio las uñas de los pies con las tijeras de la costura de la madre y un periódico en el suelo, y decidió no romperle la noche.
Al día siguiente por la tarde un hombre rechoncho y con chaqueta se detuvo bajo el andamio de Souto y le hizo señas para que bajara. Era el presidente del Arenas FC. Souto se descolgó con un punto de alarma.
- Yo también he recibido una carta de ellos. Enhorabuena, chico. Estaba seguro de que darías el salto. Pero son unos cabrones. Es muy cómodo darse una vuelta por el mercado y llevarse lo mejor.
Souto tragó saliva.
- ¿Es que no debo dejaros?
- Tonterías. ¡Ellos siempre ganan¡. El club pobre os forman y ellos se dedican a la cacea. Por no hablar del cariño que se os coge.
Souto se sintió un judas.
- ¿Qué quieres que haga?
- Tú no puedes hacer nada, hijo, las cosas son así. Ahora sólo queda sacarles una buena tajada. Nada te ata a nosotros, tu contrato acaba esta temporada. Y, si no, yo lo habría roto. Ahora, hijo, a sacar a la vaca roda la leche que puedas. ¿Cómo andas de cuentas? Me parece que de pelas estás en la Luna
- No he pensado en esas cosas, solo me gusta jugar
- Pues tienes que empezar a pensar, corderito, acabas de entrar en un mercado de tiburones y tú eres la sardina. En cuanto abras la puerta de su despacho oirás sonar las monedas
A Souto no le disgustó la noticia, más bien le sonó a canto de sirena.
- Me hablarán de lo que sé, de meter goles
- Pero convertidos en pesetas, tantos goles, tantas pesetas. Hace tres años, a Zarra le ficharon por cuatro mil pesetas y quinientas al mes
- A pesar de que no había metido cuatro mil goles
- No, y ese es el cambio en que debes de andar fino
Cuando el presidente del Arenas FC se despidió con aire taciturno, Souto sintió que lo abandonaba al destierro. Envió a la espalda en retirada: “Si todo marcha, pasaré a despedirme de la gente”. La espalda no se inmutó, solo la mano se levantó para dejar en el aire un gesto desvaído. Souto volvió a sentirse un judas.
Era viernes. Trabajó media jornada, pues si bien la cita era a las siete y media de la tarde, regaló a sus nervios el relajo de unas horas. Le asustó ver en los tres platos del mediodía la inesperada fiesta de sendas chuletas con patatas fritas. Miró a su madre. ¿Cómo lo había sabido? “No lo sabe, le ha soplado un ángel. Parece muerta pero está más viva que cualquiera de nosotros. Es una bruja”. Souto sonrió, nunca se había sentido tan hijo de ella. Se puso en pie y le dio un asombrado beso en la frente. Entonces descubrió las dos bolitas líquidas estancadas en las comisuras de sus ojos. “La maldita pelota de su pequeño Josín”. Souto apartó su plato segundos antes de ella se sentara a la mesa, esgrimiera los cubiertos y la emprendiera con su carne. Esperó una explicación de los ojos de su madre, donde seguían las dos bolitas. “Como no habla se ahorra las explicaciones. ¿Tampoco se las da a sí mismo?”
- Come, hijo…
Solo era la voz de su padre. Souto no había levantado la mirada de su chuleta. “Ama me estará mirando”. Al comprobar que era así, Souto tomó sus cubiertos y comieron los tres en silencio. A intervalos vigilaba a su madre con tierna admiración. Jamás sabría qué sonido en la casa resultó esclarecedor para ella. “Es superior a nosotros. Los mudos no se desgastan hablando”.
A esa hora las sombras se alargaban en las calles de Bilbao. De la capital Souto apenas conocía el trayecto dominguero de la estación de Deusto al campo de San Mamés y la peregrinación de fieles de las cercanías imbuidos de su misión sagrada. El puente sobre la ría bordeaba la Campa de los Ingleses, donde cuarenta años atrás marinos británicos desentumecían sus piernas contra un rocoso balón del balompié desconocido por los nativos. Y así empezó todo. Los peregrinos recibían sangre roja y blanca de estos orígenes.
Un guardia acompañó a Souto hasta la calle del Athletic. “Primer piso”, remató. Del andar elástico de Souto, de la solidez de sus hombros y de su expresión silvestre dedujo que era un nuevo producto de la cantera. “Suerte”, le despidió. “Ya te veré en el periódico”.
A Souto no le agradó verse tan transparente. El timbre de la puerta tronó en su interior como un cañonazo. Le recibieron tres hombres en un saloncito severo. Los tres vestían camisa planchada, chaqueta y corbata. A Souto le impresionó la tersura blanca de la camisa del que los otros presentaron como presidente. Era un tipo regordete, de rostro atomatado y la verborrea propia de los vendedores de algo. A Souto le cayó simpático. Iba preparado para oír hablar de sopetón de dinero pero le preguntaron por la familia. Para no preocuparse de la acomodación de cuerpo, brazos y piernas, se refugió en la biografía de su tribu. Había un féretro vertical contra la pared rematado en una esfera de reloj y así supo que llevaba doce minutos sin callar. Lo único que pensó es que ellos ya sabían mucho de él y él nada de ellos.
- Me han dado cuerda—se excusó
- Nos gusta saber de los nuevos chicos que vienen al club, a nuestra familia—dijo el presidente–. De nosotros ya sabéis demasiado por los periodistas.
Habías sentado a Souto en el centro de un largo sofá en el que se hundió. Pensó que el cerco era completo con el presidente en un butacón frente a él y los otros dos, que se presentaron como directivos, a un lado y otro en el sofá.
- Vosotros, los jugadores, sois los reyes del Athletic Club y nosotros somos los delfines—dijo el presidente–. Alguien tiene que meter los goles en los despachos
Souto estaba seguro de que había contado ese chiste mil veces. Nunca tuvo tan cerca dos sonrisas tan difusas como las de los directivos. Uno era alto, calvo reluciente y sus manos sabían cómo estar. El otro tenía cuello de toro, pelo alborotado y una placidez de buenas digestiones.
- Tienes planta de delantero centro y te seguimos desde hace años, a nuestros ojeadores se les cae la baba hablándonos de ti. Serías el reserva de Zarra. ¿Qué te parece? ¡De Zarra¡. Esperamos tu buena evolución, que pises san mamés como pisas Fadura. No te rías—Souto no se había reído–. A éste—y señaló al calvo—le basta con ver a uno bajar las escaleras de nuestra tribuna para saber si es o no jugador. Como sabes, la tribuna de San Mamés es de madera y también son de madera las escaleras que llevan de los vestuarios al campo. Pues bien; éste ve bajar a un chico con sus botas de tacos pisando esos peldaños y sabe si tiene pasta de jugador o no. Nunca se equivoca—Souto soltó una carcajada–. ¡Y a ti te espera la misma prueba¡
- ¿Bajan con balón?
- ¡Quiá, sin balón¡ Es un genio
No era la primera vez que Souto escuchaba aquella bilbainada. Lamento no haber trabajado siempre con botas de tacos en su andamio de madera. ¿A qué clase de prueba oculta le estarían sometiendo en aquel momento? “Por muy presidente y directivos que sean no entienden ni chota de fútbol. El fútbol sólo es el jodido balón”. Y entonces se disipó la niebla y los vio limpios de lustres. “Son figurones, tipos con pasta y empresas. En esos puestos no caben los pobres. El Athletic es grande y mandar en el Athletic abre puertas y los negocios engordan. Esto no se lo oí a mi padre, sino a los de la Venta”.
- Aún estamos reponiéndonos de la sangría de la guerra—dijo el presidente con un suspiro– ¡Aquellos Iraragorri, Blasco…¡–cortó para mirar a Souto y enviar una mueca cómplice a sus dos compañeros
Souto se vio acosado por seis ojos expectantes. “Es una de sus pruebas sin balón”. Le invadió el soniquete de los reyes godos de la escuela:
- Blasco, Eguskiza, Areso, Cilaurren, Muguerza, Roberto, Zubieta, Pablito, Gorostiza… Dos meses antes de caer nuestra tierra bajo Franco marcharon a jugar a París con la selección de Euskadi y recaudar fondos para el gobierno vasco
- Eso es bien sabido, Souto—dijo el presidente–. Y no fueron solos—y los tres quedaron a la espera
Souto se conocía muy bien aquella lección, y esta vez del texto de su padre:
- Sí, en ese grupo iban otros vascos que jugaban en otros equipos: Emilín, Larrinaga, Urkiola, Lángara, los hermanos Regueiro, Pedro y Luis…No pudieron regresar, Franco les esperaba con el dedo en el gatillo. Marcharon a Sudamérica a seguir jugando al fútbol en distintos equipos
Ante aquel tribunal examinador tan complacido, Souto se sintió formando con él un solo cuerpo. Las palabras del presidente le cementaron más:
- ¿Crees en nuestra familia, Botas? Es lo importante. Nuestra gran familia athlética.
“A lo mejor es que hasta las cosas buenas tienen que ser así de complicadas”, se dijo Souto. En el aire del despacho navegaban nubes oscuras de los puros que consumían el presidente y el del pelo borrascoso. La mirada de Souto se perdió en los tenues dedos del calvo abriendo con pereza una pitillera de plata y llevándose a los labios un largo cigarrillo esmerilado. Souto recordó haber visto algo semejante en cierta película rusa. Lo encendió con un mechero silencioso.
- Bueno, y tendremos que hablar de metal, ¿eh, muchacho?—dijo el presidente entre dos toses
- No somos patronos, el dinero no es nuestro sino del club, de los socios—silbó el calvo proyectando un humo blanquísimo contra el techo
- ¿Eres socio, Souto?–preguntó el despeinado
- Sí—afirmó Souto
- ¡Pues entonces te pagarás a ti mismo¡–exclamó el presidente con una carcajada
Souto pensó que le estaba trabajando para contratarle barato. No le importó. ¡Si supieran que firmaría por nada¡ Era el viejo amor por aquellos colores que parecían denunciar su presencia allí para mercadear. Se puso en pie y paseó la estancia con las manos en los bolsillos simulando mirar las vitrinas con trofeos. “A mis diez años ignoraba que aquellos dioses que ganaban la Liga y la Copa de 1930 y también las del 31, los Rousse, Urquizu, Bata, Careaga, Castellanos, Lafuente, Unamuno y demás cobraban por jugar. El padre nunca me habló de eso, ni siquiera me ha dicho ahora sácales lo que puedas”. Al regresar frente a los tres, que lo observaban en silencio, la voz brotó de su estómago:
- El que lleva el agua milagrosa a los jugadores caídos en el campo ¿ha cobrado siempre?
El presidente tardó unos segundos en salir de su sorpresa.
- Religiosamente—gruñó
- ¿Y los porteros de las puertas?
- Lo mismo
El calvo emitió una tosecita antes de completar:
- Y el masajista, y el que riega demasiado el campo cuando viene el Madrid ¿En qué te imaginas que se gasta el dinero de cuotas y taquillas? La diferencia entre el club y otras empresas es que no se persiguen beneficios
- Y la tajada del león se la llevan los jugadores—señaló el presidente
- Nuestros beneficios son los títulos—exclamó el despeinado–¡La Copa del 33 contra el Madrid fue la hostia¡
El calvo envió a Souto una lánguida indicación con la mano en el cigarrillo.
- Ven, siéntate.
Y cuando Souto regresó al sofá:
- ¿Desilusionado?
- No, porque ya no tengo diez años
- Aquello se fue para siempre—añadió el calvo–. La época de hierro, los jugadores pagándose de su bolsillo los viajes y las botas y dejándose la piel en el campo. Muy épico, muy romántico, pero…
- Aunque hoy no les pagaran también jugarían y con los mismo huevos. El Athletic es distinto
A esa bocanada de Souto respondió el calvo con una sonrisa ambigua:
- Dos apuntes, querido amigo: o culpas a esta directiva de corromper el fútbol por pagar a sus protagonistas o estás clamando a gritos meter goles gratis
“Al padre le gustaría verme ahora por un agujero”. Este pensamiento reconcilió a Souto. “Si el Athletic cambia para ser el mismo de siempre, aquel crío de diez años también podría cambiar sin que se la caigan los mocos”. Pero al mirar uno a uno a los tres hombres las gotas de su frente le dijeron lo difíciles que eran las cosas.
- ¿Fumas, Botas?—preguntó el presidente chupando un centímetro su puro y rumiándolo con voluptosidad
- Bueno, algún Celta cuando me lo encienden otros
- No fumes. Cuida tus pulmones más que tus partes. El tabaco frena más carreras que un buen defensa. Algún día meteremos en nuestros contratos una cláusula prohibiendo fumar. Es otra peste que nos vino de fuera a los vascos… ¿Cómo te suena dos mil?
Trataba Souto de relacionar la pregunta con el tema del humo cuando oyó al despeinado:
- Habla de la ficha. Dinero. Dos mil. Las pesetas del Athletic valen el doble
Rio su propia chiste con la incertidumbre de que podía ser verdad. Souto carraspeó sintiendo que la suma rebotaba en las paredes de su cabeza.
- ¿Pesetas? ¿Dos mil?
Supo que lo había puesto en sonido cuando oyó al calvo:
- Sí, una cifra muy cabal considerando que todavía eres una incógnita
- Y quinientas al mes. Y doscientas cincuenta por partido ganado. Y ciento veinticinco por empatado—prometió el presidente
Souto era incapaz de valorar las cantidades. No sabía si quedarse sentado o levantarse, si aceptar o rechazar la oferta. ¿Había sido en realidad una oferta o un simple baile de dineros tal del gusto de estos tiempos?
- Piénsalo—dijo el calvo poniéndose en pie sin un rumor de la ropa
- Sí, vete a casa a consultarlo con tus padres y con la almohada—dijo el presidente. ¿Tienes novia? Será una guapa moza que querrá también opinar
- Si no te vemos por aquí enseguida me corto el rabo—rio el despeinado con una seguridad que secó la garganta de Souto
- ¡Qué gran nombre para delantero: Souto Menaya¡–exclamó el presidente retrasando su puesta en pie para ultimar el puro—Y la historia se repite: nosotros pagamos ficha a tocateja pero no hay un maldito contrato que nos garantice ni un solo gol de Souto Menaya