Aquino, de la estirpe de los amerindios, de Francisco Correal.
El 11 de abril de 1993 el Betis recibía en el Villamarín la visita del Mérida en partido de la jornada 29 del Campeonato de Liga de Segunda División.
Un Betis en el que José Ramón Esnaola había suplido a Jorge D´Alessandro en el banquillo, ante los malos resultados del técnico argentino y que estaba en una posición más que difícil para conseguir el objetivo del ansiado ascenso. Era octavo en la tabla clasificatoria, a 8 puntos de los puestos de ascenso directo y a 4 de los de la promoción. Ninguno de los objetivos se conseguirían.
Enfrente un Mérida en una posición cómoda en la tabla, décimo, y que contaba con el delantero argentino Daniel Toribio Aquino, en su primera y única campaña con los extremeños, tras su paso por Murcia y Albacete. En ese momento encabezaba la lista de máximos goleadores de la categoría con 15 dianas, y sería definitivamente el Pichichi de Segunda División con 27 goles. En el verano de 1993 firmaría por el Betis, donde con sus goles volvió a conseguir el Pichichi, coadyuvando de forma decisiva al retorno verdiblanco a la Primera División.
En la páginas de Diario 16 Andalucía al día siguiente al encuentro, que finalizó con empate a 2 tras ir ganando 2-0 el Betis, el periodista Paco Correal dedicó este artículo a Daniel Toribio Aquino.
Este hombre, Daniel Toribio Aquino, es un paradigma de los males del Betis. Ayer no incrementó su cuenta goleadora que hasta la presente le acredita como Pichichi de la Segunda División con quince dianas, pero sirve para evidenciar las carencias de un equipo que sólo parece confiar en las odiadas matemáticas de la infancia para salvar un curso escolar que se presume pletórico de suspensos y convocatorias para septiembre.
Esas matemáticas a las que los directivos se agarran como último recurso salvífico y que van acorralando paulatinamente a los pupilos de Esnaola sirven para que el maestro Piñones, que enseña y no sabe lecciones, explique en el encerado un hipotético partido que son tres partidos: el Betis contra el Mérida, el Betis contra Aquino, el Betis contra sí mismo.
Si cuatro defensas se turnan en el marcaje del ariete argentino—el pertinaz Ureña, el contumaz Ivanov, el guadianesco Monreal y el racial Merino I—y el susodicho Aquino ha conseguido en lo que va de Liga tantos goles como los cinco teóricos delanteros del Betis juntos—Cuéllar, Kasumov, Zafra, Mel y Kukleta—si los defensas defienden y los delanteros no marcan, el Betis se hace el “harakiri” en el centro del campo, eufemismo de la tierra de nadie.
Pertenece Aquino a esa estirpe de los amerindios, espécimen balompédico de una etnia singular en la que hermana con futbolistas como Zamorano, Zalazar y “Pato” Yáñez: duros de pelar en la batalla, astutos con el balón y sin él, escurridizos, dotados de una técnica casi ecológica, como si el campo de fútbol fuera su escenario natural, la prolongación de la Amazonia o la Pampa.
A juzgar por el coeficiente goleador del Betis, o sobran delanteros o sobran ojeadores: un equipo modesto como es el Mérida, inscrito en esa irrupción galopante del fútbol extremeño, ha situado dos años consecutivos a sendos extranjeros en el podio de máximos goleadores de la categoría, el serbio Milojevic y este Aquino fibroso y habilidoso.
El árbitro señaló sendas faltas realizadas al argentino por Ivanov y Ureña; su duelo con el búlgaro fue particularmente épico, saldado con una igualdad entre los contendientes, y con una tarascada aliñada de astucia que el argentino le dispensó a su par en las narices del árbitro sin que el colegiado pitara nada.
La calidad de Aquino se puso de manifiesto en el lanzamiento con la pierna izquierda de una falta que pasó cerca del marco de Diezma. Tiene numerosas variantes en los saques de esquina, que a veces no saben interpretar sus compañeros.
Bajó a defender con frecuencia; en una de sus persecuciones acabó con la estabilidad de Rafael Gordillo y consiguió a modo de trofeo por su perseverancia el borceguí del ídolo supremo del beticismo. Una auténtica Bota de Oro, a juzgar por la admiración que le profesa al de Almendralejo Ruud Gullit.
Aquino no marcó ayer, pero sus continuos zigzagueos por una y otra banda no fueron ajenos a la consiguiente apertura de espacios, a la anarquía defensiva del Betis en la segunda parte, que propició que los dos goles emeritenses llegaran por un centro mermado de efectivos y atento a otros menesteres. El depredador jugó ayer el papel de presa para que sus perseguidores entraran al trapo.