Arenas de Guecho, una llama que no cesa, de Manuel Sarmiento
Uno de los cuadros históricos del fútbol español es el Arenas Club de Getxo. Fundado en 1909, fue uno de los diez equipos que integraron la Primera División de Liga en 1929, categoría en la que permaneció durante las 7 primeras temporadas.
Ganador del Campeonato Regional del Norte en 3 ocasiones (1917, 1919 y 1922) y del Campeonato de Vizcaya en 2 (1925 y 1927) estuvo entre los mejores clubs de la época, siendo el principal rival del Athletic Club.
En la Copa, denominada Campeonato de España, también tuvo una destacada actuación ganando el título en 1919 en Madrid al derrotar 5-2 al FC Barcelona. Dos años antes, en 1917, el Real Madrid le había vencido en la final diputada en Barcelona por 2 a 1 en la prórroga.
En 1925 volvio a disputar la final de la Copa de nuevo contra el FC Barcelona. En el partido jugado en Sevilla los azulgranas se impusieron 2-0. Y en 1927 volvió a la final de Copa, esta vez en Zaragoza, donde el Real Unión de Irún le derrotó por 1-0 en la prórroga.
La extrema profesionalización del fútbol durante los años 30 hizo difícil para el Arenas seguir el ritmo necesario para competir, como había hecho, con los grandes clubs. En 1935 descendió a Segunda División y aunque al año siguiente estuvo a punto de ascender a Primera, su declive sería progresivo tras la guerra civil, bajando a Tercera División en 1944. En esta categoría, junto a la Regional Preferente, desenvolvería ya toda su historia posterior, salvo una aparición en 1979 en Segunda B. En 2015 retornó a Segunda B, que es la categoría que actualmente ocupa.
En 1981 el periodista Manuel Sarmiento Birba publicó en las páginas del diario deportivo AS este sentido homenaje al Arenas Club, la llama que no cesa, rememorando sus hazañas deportivas y el elenco de futbolistas que las conformaron. Entre ellos menciona a 3 futbolistas que posteriormente harían historia en las filas del Real Betis Balompié: Angel Martín «Saro» y Fermín Rejón, como futbolistas, y Antonio Barrios como entrenador.
Ocurrió hace bastantes años. Deambulaba yo por Las Arenas. Había comido más que bien en Algorta y se me rizaba aún el pelo que por aquel tiempo aún tenía. Bien bebido para tan suculenta comida, veía el mar y me acordaba de los pantalones milrayas que aún estaban de moda por Neguri.
En una calle silenciosa, adosado a la acera, había un autocar. Ni moderno ni viejo, normal. Llevaba un letrero que decía escuetamente: Club Arenas. Estaba allí descansando de su viaje mañanero para llevar a la muchachada del Arenas, en su categoría Regional o en Tercera, no recuerdo bien, a Durango. Eso fue lo que me dijo un mozo a quien pregunté. Habían empatado. Me senté en un banco público, contemplé el coche muchas veces y comencé a soñar.
Ante mis ojos comenzaron a desfilar Vallana, con su pañuelo al cuello, “Monacho” Careaga, José María Peña, Jáuregui, Robus, Yermo, Pagaza, Sesúmaga, Laña, Cilaurren, Emilín Alonso, Egusquiza, Saro, Gerardo Bilbao…
Me veía en Gobelas, en Ibaiondo, en Fadura. Me veía en todas partes y rodeado por guirnaldas rojas y negras, que son los colores del glorioso Arenas de Guecho. Todos eran más viejos que yo en edad, por lógico anterior nacimiento. Y veía letreros, muchos letreros. Todos con cifras. En uno se reflejaban las siete temporadas el club en Primera División. Destacaba el tercer puesto de la temporada 1929-30. En otro cartel se resaltaban las cuatro cifras de cuatro años gloriosos: 1917, subcampeones de Copa ante el Real Madrid; 1919, campeones derrotando al Barcelona (5-2); 1925, subcampeones perdiendo en Sevilla con el propio Barça; en 1927, otra vez subcampeones, derrotado por el Real Unión de Irún en Zaragoza. Eran efemérides areneras y reconozco que les envidiaba. Eran gentes de uno de los mejores clubs de España. Eran pioneros. Eran merecedores de todo.
Debió comenzar a llover, porque yo volvía a la realidad de la vida. Allí estaba el autocar del Arenas, pero no había absolutamente nadie a su alrededor. Entré en una tasca y me cepillé media botella de vino tinto de Rioja. Había estado tres horas viviendo en otro mundo. En las paredes había fotografías de equipos viejos y antiguos del Arenas.
Sin darme cuenta me prometí a mí mismo ser hincha de este club. Y comenzó a rodarme por la cabeza que tenía que reivindicar su nombre ante los poderosos, que tenía que cumplir la promesa que le había hecho a mi amigo ovetense, ya fallecido, Paco Alonso. Yo pediría para el Arenas el reconocimiento de equipo ejemplar, de pionero admirable. Y ahora lo hago a Pablo Porta y a Jesús Hermida, que son los que mandan en el fútbol y en el Consejo Superior de Deportes.
Yo no soy de Las Arenas. Nací en Galicia, me recrié en Asturias y hace la tira de años que vivo en Madrid. Pero pido para el Arenas un título al mérito. Lo fue todo en Primera, en Segunda. Por estar, estuvo el año pasado en Segunda B, en Tercera, en Primera Regional y no quiso morir nunca. Sus colores han sido siempre su emblema. Creo que me ganaron para siempre. Y ahora que estoy en AS, y que escribo de vez en cuando, pido que se le premie su constancia, su esfuerzo, su dedicación, su contribución, generando año tras año docenas de jugadores.
Aquella noche volví a Bilbao. Canté lo mío por el sendero de regreso. Volvía eufórico y volví a recordar los nombres gloriosos de los jugadores que cité antes. Y además a los Zarraonaindía, Llantada, Muguruza, Urresti, Rejón, Rivero, Fidel, Gurruchaga, Poli, Menchaca, Anduiza, Santi, Críspulo, Olano, Juanito Echevarría, Mandalúniz, Calero, Arrieta, Egusquiaguirre, Villagrá, Landa, Iriondo, Basagoiti, Barrios, Teófilo, Felipés, Barrueta, Llona, Petreñas, Lelé, Larrondo… Todos vestidos de rojo y negro. Se quedó atrás el recuerdo del campo de Ibaiondo.
Tras la guerra, se fue deshaciendo paulatinamente. Hasta hoy. Pero ahí está, en Tercera División. Es un estandarte de nuestro fútbol. Sus galones no puede quitárselos nadie. Mira orgulloso su pasado y sonríe para su presente, y no tiene miedo a su futuro. Como diría mi padre, “lo noble, lo honrado, lo justo, no muere jamás”.