Bético hasta el aire, de Francisco Montero Galvache
En el diario vespertino Sevilla el escritor y periodista Francisco Montero Galvache era el encargado de escribir todos los días un relato sobre la actualidad sevillana.
Francisco Montero Galvache nació en San Fernando en 1917 y falleció en Sevilla en 1999. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Sevilla, colaborando posteriormente en numerosos medios de comunicación ( Ya, ABC, La Vanguardia, Fe, Sevilla, Radio Nacional, etc). Fue pregonero de la Semana Santa de Sevilla en 1959.
Su artículo del 22 de mayo de 1954 está dedicado al Betis, dado que al día siguiente el equipo bético va a disputar su último partido en casa en Tercera División. Matemáticamente el ascenso está ya conseguido, por lo que es día de celebraciones. Es el partido de la famosa lluvia de puros para el entrenador Francisco Gómez, y Montero Galvache hace este día una loa a lo que significa ser bético.
Bético hasta el aire
Nada, nada; tengan la bondad de dejarnos ya de historias, que lo que tiene gracia en Sevilla es ser bético, y que nadie se crea aludido, que no le negamos el pan y la sal del mérito a blancuras ilustres y ricachas, sino que le damos al verde y al blanco de los camisolines rayados, toda su humanísima calidad.
Eso de ser bético es una gracia, un privilegio, una especie de iluminación interior; y que se duelan los rabiosos porque ninguna inyección podemos darles.
Quien se extraña viéndonos así, tan béticos, en esta víspera del gran mañana que será mañana, domingo, en Heliópolis, sepa que fuimos, allá en los años del Instituto, que es cuando de veras somos algo, jugador y no de pocos arrestos, aunque la memoria de aquellas heroicas zamorerías, nos estremezca como bambú entre viento. Nos quedaron de aquellas olimpiadas infantiles dos grandes herencias, que el Cielo nos guarde mientras tengamos que andar por estas tierras: la querencia al reposo, que ya es algo venerable en nuestra vida, y una inexplicable alegría por los triunfos del Betis sevillano; y no del río, que el pobre no sabemos en qué pudiera ya tener éxito, sino del equipo que ha puesto las peras al cuarto por esos campos de la patética tercera división.
Decíamos arriba que tiene gracia lo de ser bético, porque acaso sea el Betis el único club en el que se está como entrañado en sus alas, como metido en su aire y clima; y no como se está en los demás equipos, en casi todos, que se está apuntado, inscrito, en estado de número, y eso es como si no se estuviera. Si tiene tela, y permítasenos el uso popular, eso de quedarse sin vista después de haberla tenido, y no por borrachería, sino por pérdida de los ojos, bien se entenderá lo que ha sido la cuesta arriba, durísima, del Betis, que tuvo la vista primerísima de un prestigio grande y entero y ha tenido largos años de arrinconamiento como de olvido.
¿Quién no le recuerda en aquella final del 31, en Madrid, cuando un Betis impetuoso como arriada del Guadalquivir en sus años de barba crecida, mantuvo a raya al Atlético vasco, casi pisándole el asa de la Copa? ¿Quién no le recuerda alado, elegante, aguerrido, arrancándole a un Madrid andaluzado, sevillanizado hasta las entrañas de los schottis, olés como de corrida grande?
Y eran olés porque el Betis ha conjugado siempre, ¡y que gallardamente¡, la destreza atlética con la gracia y el primor de los retoques toreros; y fue equipo de chillarle como a torero de sevillanías.
El tiempo ha puesto a prueba la fe de los béticos, aplazándole el regreso al área en que se mueven los campeones y los jerarcas. Largos años de lo verás y no lo catarás pasaron ante los ojos del Betis paciente, sufrido, nobilísimamente aferrado a su propósito de ganarse en los céspedes el viejo fulgor. La prueba ha sido dura, larga, tenaz; pero el Betis, que tiene el corazón cubierto de alegría sevillana, se ha saltado los escollos, y resurgido, erguido, otra vez en pie, vuelve al sitio desde el que ya se ven las torres señeras de la División de Honor.
Mañana, domingo, la tarde será bética desde la luz al suelo, desde la calle al campo; y peñas, y cafés y gentes y voces, serán béticas hasta los tuétanos, porque la presencia del glorioso equipo devolverá, a un año vista, a Sevilla la hermosura de las contiendas entre Heliópolis y Nervión, por lo que ya suspiran incluso quienes permanecieron a los márgenes del fútbol.
Si los que escribimos cada día la chispa y novedad de la vida sevillana, dejásemos aparte la gran víspera de hoy, sería como si no pensáramos en la ciudad a la hora de nuestra crónica. Ninguna novedad tiene Sevilla esta tarde más fuerte que la alegría que habrá de vivirse mañana, cuando en el campo de Heliópolis, el Betis, ungidísimo ya en Campeón, a todo señorío, reciba la encendida ovación de los suyos; y póngase aquí en lo de atribuirle gente al Betis muchísima Sevilla y de mucho rango y calidades popularísimas y diversas.
¿Con qué podríamos medir la ilusión pública que levanta y yergue la presencia triunfal de los béticos? Es algo de naturaleza mística, de poderío profundo, de fuerza arrolladora. Lo bético es como lo sevillano; es como si el espíritu de la ciudad, en su versión atlética, en su pasión espectacular, todo él fuese bético. Del Betis se habla, no en el azar de la buena tarde o en la hora brillante del traspaso célebre o en la menudencia del suceso pequeño y anecdótico; del Betis se habla a toda hora y con una largueza y maravilla que deleita y recrea. El bético vive unido a su equipo en todo trance, y le sigue con el corazón en la mirada, como si en cada jugada fuera también uniéndose al esfuerzo individual del jugador.
Es una manera de mirar a la vida en cuanto la vida requiere de estas grandes comunicaciones físicas y del ánimo, como equilibrio y serenidad en que ordenar los gustos, los recuerdos, los viejos días, y el beticismo se transmite como una heráldica extraña, pero cierta y magnífica.
Mañana domingo será el día grande, en que al Betis se le rindan los mayores agasajos públicos. Anoche, cuando alguien en la tertulia bética de “Los Candiles” se quejaba de su negocio, otro le atajó el paso diciéndole: “y eso qué, compare, con er Beti ya mismo en primera per secula seculorum”; y es que el Betis, manquepierdista y heróico, pasión pública, ilusión multitudinaria, es gloria siempre joven que atraviesa Sevilla de lado a lado, y con su nueva proeza nos ha devuelto el clamor de sus tiempos de oro.
Que sí, hombre, que sí. A nosotros, que nos dejen de historias. En Sevilla, lo que tiene gracia es ser bético. Pero gracia, entiéndase bien, de privilegio, de gran sevillanía; y que nadie se ofenda, que aquí no queremos negar blancuras ilustres y ricachas, sino darle al verdiblanquismo, gallardo, noble, heroico, todo el lugar a que le suben sus méritos.
Por ellos, hasta el aire, ¡por éstas¡, es ya bético; que el aire de Sevilla bien sabe dónde están las buenas esencias.
Y aúpa, Betis, que nosotros chanelamos de eso muy a las veras. Y disculpen la germanía.