Ser bético, una religión, de Julián García Candau
En mayo de 1994 el Betis conseguía el ascenso a Primera División tras una victoria conseguida en El Plantío frente al Burgos por 2 goles a 0 con tantos de Márquez y Aquino. Era un ascenso más en la historia bética, de los muchos que el club ha tenido que llevar a cabo para paliar los correspondientes descensos.
Sin embargo, el aliento y el apoyo de la afición nunca le faltaron a la causa de las trece barras, que a lo largo de su historia ha sido una de las constantes más repetidas y que le ha servido para su peculiar singladura, independientemente de la categoría en la que el club haya militado.
Mucho se ha escrito y discutido sobre el origen y las consecuencias de esta forma de entender la adhesión a un sentimiento. En este artículo del periodista Julián García Candau en la páginas del diario deportivo AS se nos dan algunas de las claves.
El Betis nunca será una sociedad deportiva y menos aún una sociedad anónima. Y, además, nunca morirá aunque descienda a los infiernos cual ocurrió en tiempos pasados.
El Betis es una manera de ser, una creencia tan fundamentalista como la religiosa. Ser bético es una manera de ser. En Andalucía se nace bético o se es currista, aunque no se sepa muy bien el porqué. Es una cuestión de sentimientos.
El Real Betis tiene una historia plagada de singularidades. Uno de sus fundadores fue José Hermosa, uno de los grandes impulsores de la gimnasia deportiva en España. Uno de sus presidentes fue Ignacio Sánchez Mejías, un torero poeta y dramaturgo, que fue capaz de ver con prontitud hacia donde caminaba el fútbol y profesionalizó a sus jugadores para hacer del Betis un equipo campeón de Liga, acontecimiento que no llegó a ver porque antes le tuvo que escribir su amigo Federico García Lorca el famoso «Llanto».
Sánchez Mejías estableció el sueldo mensual de los jugadores y los convirtió en personajes populares. En Pino Montano, la finca de los Gallos, alternaron los futbolistas con la sociedad sevillana. El Betis durante la guerra civil se quedó sin equipo y tuvo que pasar un largo calvario antes de recuperar posición y prestigio.
Lo mejor del club fue esa época en la que se convirtió en Eurobetis. Sus andanzas europeas elevaron la moral de su parroquia y el título de Copa conseguido ante el Athletic Club de Bilbao, aquella noche del Manzanares en la que Esnaola batió a Iríbar, fue su momento cumbre.
Pero el Betis, por la propia idiosincracia de sus seguidores, puede pasar de las mayores glorias a los abismos más profundos. En Burgos, el domingo, recuperó su puesto en Primera División. Sevilla volverá a vivir la mejor de sus rivalidades.
Fuente: Julián García Candau en AS 10 de mayo de 1994