Béticos y sevillistas, de Celestino Fernández
El domingo 24 de octubre de 1954 en Sevilla jugaba el Sevilla CF contra el Alavés. El equipo sevillista era tercero en la clasificación a tan solo un punto del líder, el Athletic, mientras que el Alavés era el último clasificado. Ese mismo día el Betis, por entonces en Segunda División, se desplazó a Tetuán para enfrentarse al líder de la clasificación, el Atlético Tetuán líder destacado y que contaba sus partidos por triunfos: 6 de 6. El equipo verdiblanco era el 12 en la clasificación, con puntos, tan solo 1 por encima del descenso.
Pero la sorpresa se produjo en los dos sitios: mientras que el Sevilla fue derrotado 1-2 sorprendentemente por el colista, el Betis se impuso 3-4 en terrero tetuaní con un partido memorable de Luis Del Sol, que ese día inicia su fulgurante carrera en el Olimpo de los dioses verdiblancos.
Al día siguiente en su columna «…y Sevilla» el periodista Celestino Fernández Ortiz analizaba la rivalidad entre béticos y sevillistas desde el prisma de lo sucedido el día anterior.
Hace más de dos semanas que estaba en crisis el “manquepierdismo”, que es la doctrina que profesa todo buen bético. El “manquepierdismo” recibe su nombre de un grito ya universal y famoso de “¡Viva er Beti manquepierda¡”; pero como en todas las cosas de esta vida ocurre en el “manquepierdismo” que las palabras van por un lado y la realidad por otro. El “¡Viva er Beti manquepierda!” es un grito que dan los partidarios del equipo blanquiverde precisamente cuando están contentos. En una palabra, valga la paradoja, cuando ganan. Y, por eso, lo oímos anoche. Es lo humano, claro. Cuando cualquier persona triunfa, por ejemplo cuando le hacen ministro o alcalde, los amigos acuden y lo celebran, exclamando: –Aquí me tienes, para las verdes y para las maduras, en el éxito o en el fracaso. Y esto es una manera de decir. Es, hablando en cristiano, una mentira. La verdad es que siempre hay más gente para acompañar al ministro en la toma de posesión que en la despedida. Pues eso les ocurre también a los equipos de fútbol, que tienen muchos más fervorosos cuando ascienden y lucran puntos positivos, que cuando al contrario descienden y cosechan puntos negativos.
El Betis, que tiene mucha sal para todo, lanzó ese “slogan” subversivo y revolucionario en el que viene a decir lo mismo que dicen los amigos del ministro. Grito que no es del todo cierto, como hemos podido comprobar en las jornadas pasadas. El Betis perdía y sus leales salían de Heliópolis tristes, silenciosos y quejumbrosos, como de un funeral. En cambio, ayer, el Betis ganó y oímos, por todas partes, el vítor con el aditamento del “manquepierda”, que, al menos anoche, que había triunfado, no era necesario.
Más esto, precisamente, es de la esencia del fútbol. No se concibe éste sin una buena dosis de jactancia. Es lo que le da sabor, gracia y alegría. No se puede ser hincha con la frialdad que se es filatélico o colombófilo. El hincha necesita de la hipérbole, del escándalo, de la diatriba y del cuerpo a cuerpo. Hincha tal vez venga de hinchazón, cumpliéndose aquello que decía Unamuno de que las palabras, por sí mismas, orientan. El hincha tomo lo suyo, como quién dice, a pecho, que es la manera más radical de tomar las cosas. Desea el éxito de sus colores y al mismo tiempo la derrota de otro. Así, por ejemplo, ser bético no es sólo ilusionarse con que el bético sea campeón de la Primera División. Eso sería equiparar, como enemigos, a todos los demás equipos, pues todos tratan de disputarse ese honor. El verdadero hincha tiene su amor, el de su equipo, pero también su odio. Y así el bético desea la victoria del Betis, pero al mismo tiempo desea la derrota del Sevilla. Y el sevillista quiere exactamente lo mismo, pero al revés. El del Atlético madrileño quiere que éste sea el primero; pero quiere que el Madrid sea el último. Y así sucesivamente, ya que el fútbol es la lucha de uno contra muchos, pero teóricamente referida a uno de esos muchos. De ahí que ayer, con la victoria del Betis en Tetuán y la derrota del Sevilla en Nervión, algún bético travieso dijera: “¡Un día completo¡”. Exactamente lo mismo que oímos a algún sevillista hace unos domingos, cuando el Sevilla ganó fuera y el Betis perdió dentro.
La rivalidad es, sin duda, el aspecto más curioso y más incitante del fútbol. Y de entre todas las rivalidades, de las más históricas y prometedoras estas del Betis y el Sevilla; dignas de parangonarse con las más ilustres de todos los tiempos: güelfos y gibelinos, tirios y troyanos, capuletos y montescos, carlistas y liberales, alemanes y franceses.
No sería posible, sin embargo, mantener enhiestas las banderas de tanta polémica, si el mismo diablo no se encargara de hacer las quinielas más disparatadas. ¿Quién iba a decir, hace dos semanas, a los sevillistas que el Betis iba a ganar con el favorito del grupo y el Sevilla iba a perder con el colista, y que ambas cosas, para contraste, iban a darse en una misma jornada? Nadie. Por eso bromeaban tanto. Y por eso, de repente, se han encontrado con la venganza, colándose de rondón, en las tertulias. Claro que sin llegue, gracias a Dios, la sangre al río.