Bilek, un sueño hecho realidad, de Francisco Correal.

El jugador checo Michal Bilek llegó al Betis en diciembre de 1990 para reforzar al equipo que en la temporada 1990-91 deambulaba desde inicios de la misma por los últimos lugares de la clasificación.
El Betis ese año se fue a la Segunda División con un triste balance deportivo, e inició a la temporada siguiente un periodo de 3 años en la división de plata. La aportación de Bilek en la temporada del descenso no fue muy decisiva (22 partidos de Liga y 1 gol y 3 de Copa y otro gol), aunque dejó destellos de la clase que ya había demostrado en el Campeonato del Mundo de Italia del verano de 1990. Un centrocampista técnico, con buen toque de balón y gran desplazamiento en largo, así como buen disparo. Un exquisito dentro del fútbol de la Segunda División en la campaña 1991-92, en la que jugó 39 partidos de Liga e hizo 10 goles, además de 8 partidos de Copa con 3 tantos. Al final de la temporada abandonó el club y volvió a Chequia, ante las dificultades económicas que tenía el club para mantener su ficha.
El 18 de noviembre de 1991 el periodista Francisco Correal le dedicó su espacio Marcaje al hombre en las páginas de Diario 16 Andalucía, después de la exhibición de fútbol que dio el día anterior en la victoria verdiblanca 4-1 sobre el Sestao, donde participó en todas las jugadas que terminaron en las mallas verdinegras.
Llegó al Betis algo eclipsado por el “tifón” Ivanov, un advenedizo al que pronto el técnico Romero entregó el brazalete de capitán; no había desentonado en el Mundial de Italia, donde todos los titulares se los llevó Skhuravy, y en sus pies nacieron dos de los tres goles que Checoslovaquia le hizo a España en Praga. No entró con buen pie en el Betis porque en su primer partido oficial con su nuevo equipo un árbitro lo expulsó en Tenerife por sus insospechados progresos idiomáticos. Una de dos, o el árbitro estaba loco o dominaba el checo y no lo sabían en su casa.
Quizás aquel colegiado tuviera razón, porque el lenguaje balompédico de Michal Bilek es transparente, cristalino, prodigioso de pura sencillez. No es el barroquismo de Gabino, pero es su más idónea compenetración. Un Betis con once Gabinos sería digno de concurrir a la final del Falla. El surrealismo del canterano, filtrado por la precisión magistral, insultantemente minuciosa de este checo.
Pertenece a esa estirpe de privilegiados que consiguen hacer realidad una jugada al mismo tiempo que la sueñan. Bilek Instamatic. Se le entiende todo perfectamente pero es prácticamente imposible ir a la par de su discurso. Sólo lo pueden parar los defensas marrulleros o los árbitros que dominan el checo a la perfección.
Bilek dio una auténtica lección de fútbol ante el Sestao. Si dos domingos antes, frente al Figueras, fue protagonista con dos goles, ayer no marcó, pero fue el ideólogo de tras de los cuatro goles. Pepe Mel vuelve a respirar gracias a dos ponencias de cardiología del número diez.
En la primera parte tuvo dos ocasiones de gol consecutivas, que se estrellaron en el cuerpo de Iñaki. Estéfano le dispuso un vigilante perpetuo que muy pronto tiraría la toalla, un tal Zubieta que era la parábola del contraestilo, un correcaminos que no tenía otro anhelo que el peliculero “sigan a ese coche”. Lo malo para Zubieta es que nunca sabes cuando el bólido de Bilek está aparcado y cuando supera los límites autorizados de velocidad.
Un detalle. Pocos jugadores consiguen subvertir la superficialidad y los desmanes épicos de las aficiones balompédicas. Sobre la cabeza de los entrenadores pende un hacha pendular que los acompaña por todos sitios. Para mantener el salario del miedo—Montand en la gloria y Bernard Tapiè en los infiernos—prefieren ganar aun jugando mal. Consiguen que se sacralice el gol en términos de prosaica rentabilidad.
Un balón tonto en esos metros insípidos donde el árbitro lanza la moneda al aire; le llega a Bilek, que ve el amago por desmarcarse de Mel, la suavidad no es enemiga de la contundencia, el misil del checo atraviesa las defensas enemigas, Mel controla y bate a Iñaki. Moraleja: no hay balones tontos, sino jugadores listos.
El público no corea el nombre del goleador sino el del futbolista que entre bastidores calculó en décimas de segundo a qué velocidad se ha de enviar un balón a veinticinco metros de distancia para no ser interceptado por cabezas o piernas rivales. Cómo hacerlo para que el destinatario reciba el mensaje, sin incurrir en fuera de juego.
Nuevamente el nombre de Bilek cuando con Gabino trenzan en la banda izquierda, la de Gordillo, la mejor jugada que se ha visto este año en Heliópolis. Segundo gol de Mel. Bilek en boca de la afición. Cuando la belleza es azarosa, sorprende. Cuando es precisa, milimétrica, entonces impresiona. En la víspera Bilek era un fajo de billetes, un contencioso crematístico, un artículo de lujo tasado en equis marcos alemanes. No se dejó impresionar por el marco incomparable, demostró que no sólo sabe de fútbol sino que es un as del distanciamiento brechtiano.