Cabecita de oro, de Manuel Sarmiento
Sandor Kocsis fue uno de los Magiares Mágicos, el fantástico equipo húngaro que dominó el fútbol mundial en los comienzos de los años 50. Ganaros los Juegos Olímpicos de 1952 en Helsinki derrotando a Yugoslavia, en 1953 fueron la primera selección de la historia que se impuso en terreno británico a Inglaterra, venciendo en Wembley por 6 a 3, y meses después, en la devolución de la visita, aplastaron a los ingleses en Budapest por 7 goles a 1.
Para el Campeonato Mundial de Suiza en 1954 eran indudablemente los grandes favoritos y así lo reafirmaron dejando en la cuneta en sendos partidos míticos a Brasil en cuartos de final y a Uruguay, campeón del Mundo en vigor e invicto en una fase final, en semifinales. Sin embargo, la sorpresa saltó en la gran final al caer derrotados ante Alemania. Concluía así una racha de 32 partidos invictos.
No obstante, hasta la revolución húngara de 1956, el equipo magiar continuó dando exhibiciones, entre ellas la de ser el primer equipo que venció a la Unión Soviética en terreno soviético. La base de este poderoso conjunto era el Honved de Budapest, que estaba en Bilbao para jugar contra el Athletic en partido de la Copa de Europa en octubre de 1956. Fue entonces cuando estalló la revolución antisoviética en Hungría y, ante su aplastamiento, fueron varios los jugadores que no regresaron. Entre ellos Sandor Kocsis, quien en el Mundial de 1954 fue el máximo goleador del torneo. Tras jugar 2 años en Suiz terminó en el FC Barcelona, donde jugó entre 1958 y 1965.
En julio de 1979 falleció al caer por un balcón de la clínica en la que estaba ingresado; muy posiblemente se suicidó ante el cáncer de estómago que padecía. En las páginas de AS el periodista deportivo Manuel Sarmiento Birba rindió su particular homenaje a uno de los grandes futbolistas de la historia.
En la madrugada del pasado domingo al lunes tuve que pasar por el trance del cumplimiento del deber mezclado, al mismo tiempo, con la inserción de una noticia que me producía mucha pena. El periódico ya estaba “cerrado”. Ramón Sánchez, que estaba de guardia, me puso en aviso
- Ha muerto Sandor Kocsis. Lo acaba de “vomitar” el teletipo
Me quedé perplejo. Utilicé el teléfono interior y le dije a Julio Guillén que está en la platina, que no “pisasen” la página ocho. Que había que meter allí la noticia de la muerte de Kocsis. Somos un diario de la mañana y no podíamos salir sin noticia tan importante. Como así fue.
Cuando me fui a casa, de madrugada, sólo pensaba en el pobre Sandor y en sus dolores de estómago. Ese estómago del que siempre se quejaba y por fin le ha traicionado, obligándole a hacer lo que hizo. Mi viejo amigo, “Cabecita de oro”, tan habituado a saltar ante el marco adversario, había dado el brinco nefasto de su vida. Era natural que pensase en él y recordase veintisiete años atrás.
En 1952 oí hablar por primera vez de Sandor Kocsis. Fue cuando el equipo de Hungría ganó el título olímpico de fútbol al vencer en Helsinki a Yugoslavia por dos goles a cero. Palotas, Kocsis, Higdekuti, Puskas y Czibor. En noviembre de 1953 ya supe más de Kocsis. La exhibición en Wembley cuando Hungría le hace seis goles a Inglaterra. Y en 1954, cuando eran los mejores de todo el mundo, pierden en Berna el campeonato mundial ante Alemania, Sandor Kocsis es el máximo goleador del torneo y desde ese día le denominan “Cabeza de oro”. En 1956 entro en contacto personal con Sandor Kocsis. El Honved está en España, en Bilbao, jugando la Copa de Europa y la revolución de Hungría los hace dudar en el regreso al hogar. Deciden quedarse en Occidente y Kocsis, Puskas, Czibor son solicitados por los mejores equipos del mundo. Kocsis se enrola en el Young Fellows suizo y con este equipo viene a Barcelona en abril de 1958. Ese día me lo presenta Ladislao Kubala. Pero sus días en el cuadro suizo están contados. Kubala influye lo suficiente y la mejor cabeza de Europa ficha por el Barcelona. También está con los azulgranas Czibor. Y Puskas con el Madrid.
Es curioso. Conozco a Kubala dese hace muchos años. Los mismos que a Puskas. De ambos soy un gran amigo. Un “hermano”, como dicen ellos dos. Conozco también a Zoltan Czibor, el genial “pájaro loco”, pero a Zoly apenas lo veo. Salvo cuando voy a Barcelona. Y entonces ya se sabe, bohemia al canto. A Czibor le gusta la vida alegre; a mí, también. Cuando nos juntamos, comenzamos a hablar de Kaposvar y de Komaron, y del malogrado Boszik, y cuando nos damos cuenta es como si estuviésemos en Budapest. Czibor es un hombre todo corazón, un amigo de los buenos, un sentimental. Sólo es malo para él.
Sandor Kocsis era distinto a todos los húngaros que he conocido. “Cabecita de oro”, como le llamábamos en confianza, era un tanto retraído. Yo recuerdo muchas veces que, hablando de fútbol, inesperadamente se levantaba de la mesa que ocupábamos y decía que le dolía el estómago. Y se iba. El estómago de Sandor era un misterio. Y no había tal misterio, porque al final ese estómago lo precipitó al abismo.
Sandor Kocsis fue un extraordinario jugador. No tenía la potencia física de Puskas o de Kubala ni la velocidad de Czibor, pero era un hombre de una gran inteligencia, de fácil remate y de una cabeza sensacional. Era elegante en el juego y si en Hungría formó un tándem maravilloso de punta de ataque con Puskas, en el Barcelona de Helenio Herrera jugó mucho y bien con Luis Suárez, Kubala y Evaristo a su lado. Fue un futbolista muy importante, y desde luego puedo asegurar que en el historial balompédico, aparte de su “performance” del Mundial-54 en Suiza, quedará para siempre su sensacional aportación a la máquina del Honved y de la selección húngara.
Había nacido en Budapest en 1929. Se ha muero en Barcelona cincuenta años más tarde. Húngaro de los pies a la cabeza, no ha podido volver a sus tierras de la “putza” para reposar eternamente. Nacionalizado español, lo hará en Barcelona, a cuyo equipo titular aportó una calidad de juego y una seriedad futbolística de primer orden. “Cabecita” ya ha pasado a la posteridad, al recuerdo. Los jóvenes aficionados no pudieron conocerlo. Los viejos seguidores del Barca y los que trabajamos en esta hermosa profesión desde hace tantos años, sí. Estoy seguro que en años venideros, en más de una ocasión, algún viejo “culé” desde las gradas del Nou Camp verá en sus sueños la silueta de Kocsis elevándose sobre el defensa adversario y clavando en la red el gol salvador. Y es que remates como los que hacía Kocsis no se suelen olvidar nunca.
“Cabecita”, ¡Dios mío, por qué te has elevado tanto desde el cuarto piso de la clínica Quirón¡ ¡Dios mío, por qué quisiste hacer el mejor salto de tu vida¡
Fuente: Manuel Sarmiento en AS 25 de julio de 1979