Casillas y Cheriff, de Germán Pose
El periodista Germán Pose es el autor de ¡Rafa, no me jodas¡. Blues apasionado de un linier con mucho swing, un relato en forma autobiográfico sobre las andanzas deportivas de Rafa Guerrero, el famoso linier del fútbol español, pero en el que también se cuentan historias sobre su vida personal.
El relato que hoy traemos es uno de estos últimos, y nos cuenta la bonita relación que Rafa Guerrero tenía con Cheriff, un niño senegalés de siete años que estudiaba en el colegio donde Rafa trabajaba como conserje. El contacto del conserje de su colegio con las figuras del fútbol, mediante su desempeño de linier de Primera División, posibilita una sorpresa para el pequeño Cheriff.
Una bonita historia con un triste final, pero que nos muestra todo lo que el fútbol puede mover fuera de las estridencias del día a día.
Había un niño de siete años en el colegio donde yo trabajo de conserje que se llamaba Cheriff y era de Senegal. Le encantaba jugar al fútbol de portero, adoraba a Casillas, y aunque era muy frágil y muy débil de salud le echaba nervio y entusiasmo en los partidillos del recreo. Se lanzaba a pos las pelotas como un gato y aunque se rozara las manos, los codos y las rodillas, heridas de piel quemada sobre el cemento del suelo, ni se miraba, como los toreros de casta. A mí me consideraba una especie de mago, de divinidad, me veía algunas veces en la tele y luego me tenía allí, en el patio del colegio, a su lado. Cada vez que me veía se tiraba a por mí, me acariciaba y, colgado de mi cuello, me comía a besos.
En uno de esos partidos, Lorenzo, otro niño del colegio de su misma edad pero mucho más corpulento, desesperado porque era incapaz de colarle un gol a Cheriff, le hizo una fea entrada al saque de un córner y el negrito acabó en el suelo bastante maltrecho. Regañé a Lorenzo por lo que había hecho y el chaval, asustado, se acercó a Cheriff para pedirle disculpas y le ayudó a levantarse, aunque el porterillo ya no estaba para muchos trotes y abandonó el patio cojeando pero sin derramar una sola lágrima. Le dolía el pecho y una pierna y tenía las palmas de las manos despellejadas. Le ofrecía agua, le lavé las raspaduras, le puse un poco de mercromina y cuando el crío se quedó más tranquilo, lo saqué fuera y le compré unas golosinas en el kiosco de Marina, que estaba a unos cuantos metros del colegio. Corría el mes de marzo de 2007.
Unas semanas después, antes de un partido en el Santiago Bernabéu, le hablé a Casillas de Cheriff y al concluir el encuentro, antes de entrar en los vestuarios, Iker se acercó a mí, se sacó los guantes y me los dio para que se los regalara al niño. Había que ver cómo se iluminó el rostro de Cheriff cuando al lunes siguiente, durante el recreo, le llamé y le di los guantes:
– Toma, Cheriff, esto es un regalo de Casillas para ti. Son los guantes que llevaba ayer en el Bernabéu y esta camiseta del Madrid te la regalo yo.
Cheriff llevaba puesta una vieja y roída camiseta del Real Madrid con el anuncio de Parmalat, ¡de los tiempos de la Quinta del Buitre¡; sus grandes ojos se le abrieron mucho más, y también su boca, creo que se quedó durante unos segundos sin respiración. Al cabo de este lapsus, empezó a gritar loco de contento, se puso rápidamente los guantes, que bailaban en sus manitas, y luego intentó ponerse la camiseta, pero con los guantes tan grandes no le entraban las mangas, y entonces yo le dije que se tranquilizara, que le iba a dar algo, le quité los guantes y le encajé la camiseta nueva encima de la vieja, y luego le calcé los guantes de nuevo
– Uff, ya está Cheriff, ¿eh? ¡Vaya estampa de futbolista¡–le dije mientras le daba una palmadita en el hombro
Y nos hicimos una foto.
-Rafa, te quiero mucho, te quiero mucho, y a él también—me dijo, agarrado a mi cuello, con el hilo de voz que le permitía el estado de shock en que se encontraba
– Y yo también a ti. Ahora ten mucho cuidado y no pierdas los regalos. ¿Vale?
– Vale
Llamé a Casillas y se lo conté y me pidió que le enviara la foto que nos habíamos hecho. Cuando la recibió, la colocó dentro de su taquilla del vestuario del Bernabéu.
Acabó el curso y llegó el verano. Mientras viajaba una tarde de julio por carretera hasta Gerona para resolver un urgente asunto familiar, recibí una llamada de Marina, la mujer del kiosco. Tenía la voz rota, algo ocurría.
– Rafa, te llamo para decirte que Cheriff ha muerto esta mañana
– ¡¿Qué dices, Marina? ¡
– Sí, joder… salió esta mañana a jugar a la calle y, de repente, cayó desplomado al suelo. Creo que murió en el acto. No estaba bien de salud, ya sabes…
Marina rompió a llorar y no pudo seguir hablando. Paré el coche en el arcén. Se me rompió el alma.
– ¡¿Pero cómo ha sido Marina? ¡No es posible¡ ¿Cómo ha sido?¡
– No sé, parece que un ataque al corazón; le reventó el corazón al niño
Le dije como pude que daba la vuelta y volvía a León, pero me comentó que no lo hiciera, que sus padres estaban preparando todo para repatriar al pequeño a Senegal.
Un par de semanas después me llamó el padre de Cheriff para decirme que su hijo hablaba siempre de mí, que me adoraba. Y me dio las gracias por haberle hecho tan feliz con aquellos regalos.
Se lo conté a Casillas y se quedó tocado. Iker sigue guardando en su taquilla del Bernabéu la foto de Cheriff con sus guantes y la camiseta nueva del Real Madrid. Y seguro que el niño lo sabe y en algún lugar presume de ello.