Cuervas jugó a favor del Betis, de Luis Carlos Peris

Ya vimos esta semana aquí el fichaje del jugador cordobesista Antonio Valentín por el Betis a finales de noviembre de 1987, y el revuelo mediático que produjo entre los presidentes Gerardo Martínez Retamero y Luis Cuervas, que acusaba al presidente bético de haberse cruzado en su camino a última hora para incorporar el extremo cordobés.
Este fichaje desencadenó una fuerte conflictividad entre ambos clubes, como se pone de manifiesto en el artículo que el periodista Luis Carlos Peris escribió en su sección Desde mi Córner el 3 de diciembre.
A falta de éxitos deportivos, los clubes sevillanos llaman la atención del público con peleas de lavadero o poniendo sus partidos a la misma hora, como sucedía anoche en la vuelta de dieciseisavos de final de Copa del Rey.
Con el fichaje por el Betis del cordobés Valentín se ha levantado una polvareda tremenda y se ha hecho casi cuestión de estado el que los verdiblancos hayan andado más despiertos para hacerse con los servicios de un futbolista prometedor. Parece como una cortina de humo con la que tapar las anodinas y ramplonas campañas respectivas, no acordes con las expectativas despertadas en el verano.
Para colmo, como si el Sevilla y el Betis se hubiesen llevado bien alguna vez, se ha dedicado Luis Cuervas a ir repartiendo lecciones de ética y amenazando con sacar el hacha de guerra, con lo que todo el fútbol español me imagino que estará temblando.
Particularmente creo que en fútbol ya no es capaz de presumir de ética ni el balón, con que dejemos esa materia filosófica que trata de la moral y las obligaciones del ser humano para apartados más serios de la vida, porque el que esté libre de pecado que tire la primera piedra y tampoco va a fichar el Betis lo que no quiera nadie, caramba.
Pero en toda esta cuestión creo que Luis Cuervas ha jugado a favor del Betis con esas extemporáneas declaraciones tras lo de Valentín. Ha obrado como quintacolumnista, pues lo único que ha conseguido es que los béticos se froten las manos y los sevillistas se suban por las paredes. Lo pragmático en Cuervas hubiera sido restarle importancia al pisotón, manifestándose, no exactamente igual, como aquella zorra que no llegó a las uvas y, displicentemente, dijo luego que para qué las quería con lo verdes que estaban. Eso es lo que hubiese hecho Ramón Sánchez Pizjuán; bueno, perdón, Sánchez Pizjuán no, porque en aquel tiempo todos los Valentines del mundo se los pisaba el Sevilla al Betis y no se movía una hoja.
Ha despotricado y sus amenazas con el hacha de guerra suenan a ridículo, pues eso no lo hace ni el inefable José Luis Núñez, que tiene cien mil socios. Y entre ética y estética, vaya imagen la que dan a diario Sevilla y Betis. Ahí andan en la zona más insoportablemente tibia de la tabla, moviéndose como almas en pena y acaparando la atención con peleas de vecindonas. Retamero ha ido a lo suyo y Cuervas ha pecado como un tierno infante para escarnio y rubor de ese sevillismo que aún creía que las cosas siguen siendo como fueron toda la vida.