El Betis, donde solía, de Antonio Hernández.
Hemos visto aquí esta semana en las efemérides que a diario recordamos en Manquepierda como se han cumplido 30 años de la eliminatoria de Copa en la que el Betis en Segunda División eliminó al Barcelona, el Dream Team de Johan Cruyff.
Desde 1992, con el Betis en Segunda División por tercera temporada consecutiva, fue el primer gran aldabonazo del equipo verdiblanco, un anticipo de lo que sería una gloriosa época en los años venideros.
En las páginas del diario deportivo AS el escritor Antonio Hernández, fiel a su pasión por las trece barras, publicó este artículo el mismo 26 de enero de 1994, en el que reivindicaba su beticismo, así como la identificación de la causa verdiblanca con la blanquiverde andaluza.
Hoy vuelve el Betis por donde solía, y por noventa minutos va a ser lo que tiene que ser muy pronto definitivamente: de Primera.
Después de tres años, contados por siglos en el alma colectiva de los béticos, retorna al sitio estelar de las grandes ocasiones verdiblancas en su encuentro con el Barcelona. Es domingo en miércoles, como si el calendario tuviera más ancho y generoso el corazón, y la media Sevilla que es bética no va a reparar su gasto de campanas.
Como el partido va a ser televisado, antes de que corra el balón voy a poner en el tocadiscos un himno que habla de mi tierra y su río, como si infancia volviera con su beso. Y antes de que el resultado me devuelva a la realidad en que los sueños claros terminan enseñando su sombra, brindaré por mi Betis, que si es un equipo de fútbol, también es la añoranza de Andalucía.
En mi casa, esta noche, se sacarán las banderas y flotará por el aire un aroma de vino fino y migración, porque a los pobres nos queda el tesoro de poder cambiar la realidad con una copa y un cante. Pero por toda España, gente que ha mejorado su status sin que su ánimo progrese por estar lejos de Andalucía, se sentirá la sangre en feria de abril, le dirá amor a todo lo que se encuentre y terminará explicándose que si la circunstancia la llevó lejos de ella, su corazón nunca ha salido de ese territorio que queda al sur de Despeñaperros. La mayoría de los andaluces tenemos dos equipos, el de nuestro pueblo y el Betis, menos los béticos de Sevilla, que sólo tienen uno, y es el que tiene que ser.
Saben, o sabemos, que más que un club es una patria, y que en la memoria jugamos por ella con una camiseta blanquiverde y vamos al colegio con una pelota en la imaginación más que con un libro bajo el brazo. No importa el resultado, sino la emoción, y que, como hoy, lo de menos es que nos echen del paraíso, porque lo que vale es haber estado en él por unas horas.
Un poeta alemán, Goethe, decía que puede abatirnos de aburrimiento incluso una sucesión de días hermosos, y a los del Betis no nos gusta la monotonía. Si somos felices los días laborables, hay que sufrir los de fiestas de guardar, pero al filo del minuto noventa, porque, después, empezará la marcha.
La marcha verde que yo escribí como una biblia pequeña del beticismo grande: su afición, que siempre ha sido de Primera, aunque el equipo juegue coyunturalmente en Segunda, y que se saca la espina imaginaria diciendo que al Sevilla le pasa justamente al revés, pues, con todas las reservas, tiene un equipo de Primera, y, sin reserva alguna, una hinchada gris de sucedáneo. La reconocemos bien, pero porque pensamos que quien pierde a su enemigo, pierde su energía, y como los béticos somos unos caballeros, abrazamos a los sevillistas…para ahogarlos.
Pero hoy es el Barça el que juega en Heliópolis, que quiere decir la Ciudad del Sol, y cuando el Betis salte al campo, va a saltar una bandera, la de nuestra alegría. Después, ya veremos. Pero, manque perdamos, una cosa será segura: que habrá salido a hombros, en alas de su sueño prorrogado, la mejor afición de España. Ser distinguida así no supondrá la Copa, pero es un título más de nobleza.