El Betis verdadero, de Manolo Rodríguez.

En julio de 1985 en la segunda cadena de Televisión Española se emitió un programa de La Duna Móvil dedicado al Betis titulado «El manque pierda». Por espacio de una hora este documental, dirigido por Manuel Garrido Palacios, emitió imágenes filmadas a finales de la temporada 1984-85, y con las que se pretendía reflejar esa filosofía, entre mito y realidad, que rodea al beticismo.
Un programa que fue recibido en su momento con bastante escepticismo, aunque cuando lo vemos ahora al cabo de 40 años, es cuando apreciamos las imágenes del momento, testimonio fiel del Betis de los 80.
En esa línea de escepticismo se enmarca este artículo del periodista Manolo Rodríguez publicado en las páginas de Diario 16 Andalucía, en el que echaba de menos un mayor compromiso por profundizar en la historia bética, como una forma de aproximación mucho más real al carácter único del Betis.
Es imposible que la España futbolística pueda conocer la auténtica dimensión sociológica del Betis a través de las respuestas de Barroso o de Francis. No es de recibo intentar aproximarse al verdadero mensaje verdiblanco preguntándoles a Quico si el estadio es muy grande o a Valdo si la portería es muy pequeña.
No, el martes pasado “La Duna Móvil” no enseñó nada nuevo. No mostró las diferenciaciones del Betis, no evidenció por qué el conjunto de Heliópolis es algo más que un club, y sólo picoteó muy periféricamente algunos de los símbolos más consustanciales del ser verdiblanco.
A pesar de todo, algunos altos cargos del Villamarín quedaron contentos. Quizá porque muchos de ellos tampoco conocen que la vida verdiblanca es mucho más fecunda que lo que puedan contar las pintorescas abuelas.
Pedro Buenaventura, personaje modélico en todo lo relacionado con el Betis, fue el único que dio algún lustre al programa, pero con él, y con Alfonso Jaramillo, debieron estar otros que hablaran del Sevilla Balompié, del Patronato, de la presidencia taurina de Sánchez Mejías, de la caída en el ostracismo, de la travesía del desierto en Tercera División, de Gómez “el de los puros”, de los números extraordinarios del “Oiga”, de la literatura de César del Arco, de Benito Villamarín, de Luis Del Sol, del ascenso del 58, de la victoria de septiembre en el nuevo Nervión, de Pepe Núñez, de Rogelio Sosa, de José María De la Concha, de Quino, de Rafael Iriondo y, sobre todo, como homenaje último, de Juan Petralanda.
Pero nada de eso hubo. En nada de eso incidieron los realizadores de “La Duna Móvil”. Por ello pienso que muchos ciudadanos de Logroño o Cuenca deben seguir sin explicarse por qué es distinto el club verdiblanco.
Para dibujar paso a paso el carácter singular del Betis, ese talante que le hace rigurosamente diferente, hubiera sido necesario bucear mínimamente la historia, haberse aproximado al esfuerzo heroico de hombres como Pascual Aparicio, Andrés Aranda, Manuel Ruiz o Pepe Valera; haber desentrañado las claves de esos años de Tercera en los que el Betis encontraba barreas infranqueables en todos los sectores, y en los que los filetes empanados de mujeres anónimas dieron de comer a unos futbolistas que vivían en la pensión de Pepa Conde y se mantenían tímidamente con los ingresos de las rifas de las vacas, de las míticas vacas flacas.
Tampoco esta vez supieron definir al Betis. Y no parece que sea tan difícil explicar algo tan inexplicable.