El gran seductor, de Santiago Segurola
Michael Laudrup está entre los mejores futbolistas mundiales de los años 80 y 90 del pasado siglo. Una brillante trayectoria que le llevó, desde u Dinamarca natal (Brondby), al fútbol italiano (Lazio y Juventus), español (FC Barcelona y Real Madrid), japonés (Visel Kobe) y holandés (Ajax), donde se retiró en 1998.
A lo largo de su carrera fueron numerosos los títulos conseguidos : una Liga en Italia, 5 Ligas y una Copa en España, una Liga y una Copa en Holanda, además de una Copa de Europa en 1992 con el FC Barcelona.
Pero, adicionalmente a todos esos triunfos, el fútbol de Michael Laudrup destacó por su elegancia, su talento y su capacidad para dar ese último pase al compañero.
Cuando dejó el fútbol español en 1996, después de 5 temporadas en el FC Barcelona y 2 en el Real Madrid, el periodista Santiago Segurola le dedicó este artículo de reconocimiento.
Del brumoso norte vino un futbolista que comprendió los tiempos que vivimos. Digamos que Laudrup ha sido un posmoderno. En la edad de la mirada, en los tiempos de los discursos blandos, Michael Laudrup ha sido el gran seductor, un futbolista que atendía con refinamiento el apetito de los aficionados.
Su capacidad de fascinación ha sido inigualable. De Escandinavia trajo un carácter calculador que le permitió descifrar el gusto de la gente. En el Mediterráneo se encontró con su lado epicúreo, un «bon vivant» del fútbol que disfrutaba de los placeres de la pelota. Porque a Laudrup hay que relacionarlo únicamente con el balón. Todo lo que no fuera la pelota no le ha interesado. Por eso los entrenadores han tenido dificultades para buscarle una ubicación en el campo y someterle a algunas de las trabajosas obligaciones que impone el fútbol.
Es difícil saber si Laudrup era centrocampista, delantero o un espíritu libre que no se ajustaba a la tramoya táctica de los técnicos, empeñados en buscarle un sitio cuando lo único que quería Laudrup era un balón y sus circunstancias: el control exquisito, el regate sedoso, la conducción elegante y el pase, donde su capacidad para el engaño y la seducción alcanzó un punto demagógico.
Tan pendiente de la admiración del público, decidió convertir cada pase en una solución final, con la doble posibilidad de producir la ocasión más hermosa de gol o el más temible de los contragolpes contra su equipo. Pero incluso en sus errores, Laudrup ha tenido el beneficio de la belleza, de la ofrenda constante de su destreza a los aficionados, que siempre han querido ser como Laudrup, el jugador que devolvía el fútbol a los sueños infantiles.
Desde esa vertiente, la contribución de Laudrup al fútbol español ha sido impagable. Poco importa el tamaño de sus defectos, su pereza defensiva, la escasa llegada al gol e incluso su tendencia a desplegar sus encantos futbolísticos fuera de las alambradas del área, porque su legado tiene un valor incalculable para la salud del juego. Laudrup ha dedicado toda su carrera a embellecerlo, a despojarlo de cualquier rastro de grosería, a hacerlo más cñivico y a dotarlo de un aire festivo que ha calado sin remedio en el corazón de los aficionados, porque el efecto encantador de Laudrup no ha hecho distinciones.
Llegado el momento, amigos y enemigos se han visto enredados por el despliegue del gran seductor que miraba con un ojo al balón y con otro el graderío.
Todo esto en pretérito, porque Laudrup deja España y el juego. Lo de Estados Unidos o Japón sólo es un apeadero fugaz para alguien que ha decidido abandonar el gran fútbol.
Fuente: Santiago Segurola en El País 3 de abril de 1996