El reggae del gol, de J.A. Martín «Petón»
Bob Marley, el profeta del reggae jamaicano, fue un extraordinario aficionado y practicante del fútbol.
“El fútbol es una habilidad en sí misma. Todo un mundo; un universo por sí solo. Yo lo amo, porque debes tener la suficiente destreza para jugarlo. ¡Libertad! ¡El fútbol es libertad!”.
Cuando murió a los 36 años Marley fue enterrado con su Gibson Les Paul, un moño de marihuana, un anillo, el Kebra Nagast (la biblia del movimiento rasta) y una pelota. No era una afición, era parte de su pasión por la vida.
A él dedica José Antonio Martín «Petón» este relato, un homenaje al auténtico rey del reggae.
El reggae del gol
Se llamaba Robert Nesta. Nesta, como el central de Lazio y Milan. Robert Nesta Marley: Bob Marley. Era hijo de Cedilla, una africana que, con 18 años, al poco de llegar a Jamaica se casó con un oficial del ejército Británico, Norval Marley, cincuentón y descastado, que al poco abandonó a la familia. Madre e hijo se fueron a Kingston, la capital, y allí creció Bob, un niño que daba un poco de miedo porque adivinaba los futuros en la manos de las gentes, cantaba con un ritmo solo suyo, y era capaz de estar un día seguido, mañana, tarde y noche, jugando al balón con su amigo Alan Skill Cole. Cuando no estaba jugando, cantando o adivinando, Bob rezaba a su líder espiritual, el Negus de Etiopía, el León de Judá, Haile Selassie, padre de los rastafaris que van por e mundo soñando con su liberación, con el pelo en trenzas finas y en la mochila una mata de maría. Hasta que se casó con 21 años, Bob pensó que podía ser futbolista profesional, pero ya destacaba en la música y al poco fundó los Wailers. El que brillaba en la primera división jamaicana era su hermano Skill Cole, luego futbolista en Brasil, que cada día después de entrenar iba al parque y jugaba su partidito con Bob contra los polis de la comisaría cercana.
Poco a poco Bob Va adueñándose del liderazgo indiscutible del grupo. Lo sabe su productor que alienta el predominio frente al otro gallo, Peter Tosh. Hay golpes, amenazas y pistolas al aire, algo común en la historia del rey del reggae, un tipo violento como el ambiente en el que creció. Años más tarde acabaría a patadas con su manager, Don Taylor, por quedarse con la pasta de la banda. Llegan en tropel los éxitos y los sobresaltos, discos de oro y balas en su cuerpo. Los escuadrones de la muerte del presidente de Jamaica le tirotean en la víspera de un concierto en el que se dispone a reivindicar medidas radicales en pos del igualitarismo. Con la herida en carne viva, sube al escenario unas horas después del ataque, y da un show que enciende la noche caribeña. Lleno de luces y sombras, su lado bueno le lleva a socorrer a todo el que le pide ayuda y a jugar al fútbol allá donde esté. De aquel tiempo es la foto en la que se le ve, rastas al viento, una camiseta ceñida de manga corta, de color amarillo, un pantalón cortito y unas medias blancas. Sus botas y el balón dominado.
Y siempre a su lado Alan Skill Cola, que se convierte en recaudador, gerente, relaciones públicas, puño y entrenador personal de Bob. No sabemos de dónde sacaría el tiempo para jugar pero en esas fechas es el jefe, no solo el capitán, de una selección jamaicana que tiene varios profesionales importantes en la liga inglesa. Allá donde van buscan desafíos futbolísticos. Llegan a Brasil y juegan contra Toquinho y sus amigos. Por el mismo rito, cuando la canción les lleva a Londres, aceptan el desafío de una selección de periodistas que retan a la banda jamaicana sabiendo de su pasión por el fútbol, lo mismo que había ocurrido en Barcelona, donde jugó con los plumillas el sabio Julián Ruiz. El partidillo de Londres lo juegan en Battersea Park. Bob Marley, incisivo y velos, va aprovechando el juego pleno de magia de Skill Cole para derrotar a los periodistas. Juega de enganche y entra por la izquierda, está disfrutando, pero en el choque, un golpe de Danny Baker y el roce de la bota le provocan una infección en el dedo gordo del pie derecho. Por la herida asoma un tumor. Bob no acepta el raspado de piel, una leve amputación que le aconsejan los médicos. El código rastafari se lo impide. El tumor deriva en cáncer y se extiende por su cuerpo. Acude a la medicina convencional y a la otra. Una notable mejoría le devuelve a la práctica del fútbol, pero peloteando por Central Park junto a Skill Cole se desmaya. Ese aviso es definitivo: el mal ha llegado al cerebro. Muere en Miami junto a su madre. Le enterraron con su guitarra y un balón.
Allan Skill Cole ya no juega al fútbol más que en el patio de la prisión donde cumple condena por contrabando de marihuana hacia los Estados Unidos. Kymani, uno de los hijos de Bob, juega al fútbol con pasión y canta. Lo hizo en el último de los partidos que jugó su selección en la fase de acceso al Mundial. Lo hizo desde el centro del campo. En el paseo que lleva al Estadio Nacional de Kingston, donde juega la selección, hay una estatua que anima desde las alturas que ataca con imaginación desbordante, como si combinara a ritmo de reggae, el equipo de Jamaica. Es la estatua de Bob Marley. Camino del fútbol.